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Las redes sociales han aportado al mundo de la gastronomía frescura y una nueva visión, más abierta, de un mundo que estaba muy cerrado. En ellas han surgido aficionados con criterio que visitan restaurantes y comparten sus experiencias con sus seguidores. Algunos de ellos han logrado un innegable prestigio y sus recomendaciones ejercen una gran influencia entre lo que ahora se llaman ‘foodies’, apasionados de la gastronomía para entendernos en castellano. Esa es la parte positiva de este mundillo. Pero por desgracia hay otra cara menos amable, semioculta, que nos lleva a situaciones verdaderamente lamentables.

La pasada semana, el propietario de un establecimiento de Salamanca denunciaba en Twitter un caso que ejemplifica perfectamente lo que les digo. Según contaba este cocinero, la representante (sí, la representante) de «una blogger, youtuber, influencer» le había ofrecido la posibilidad de que la fotógrafa personal (sí, la fotógrafa personal) y la propia influencer cenaran gratis en su restaurante por ser un local «cool y chic». Ella colgaría una foto en Instagram y le cobraría 100 euros más IVA (un detalle el de la factura legal) aparte de la cena. Como decía el denunciante, «ni una mención a la comida, da igual que sea buena, mala o regular». Eso sí le garantizaban visibilidad, seguidores y… «gente real que quiera conoceros». No tienen desperdicio las últimas palabras.

No es este el primer caso que se denuncia en las redes. Pero son muy pocos en relación a lo extendida que está esta práctica. Muchos hosteleros lo cuentan en privado, pero casi ninguno se atreve a denunciar por miedo a que le hagan campañas en contra. Incluso el del caso que les acabo de contar se negó a dar el nombre de la ‘influencer’ cuando se lo requirieron algunos seguidores con el argumento de «no quiero líos».

Y así es difícil separar el grano de la paja. Da la impresión de que en las redes todo vale, de que no hay límites éticos. Y no debería ser así. Cuando un tuit o una foto en Instagram ha sido pagada, habría que indicarlo. En Estados Unidos ya obligan a ello. Y dejo para otro día los casos de gente que solicita invitaciones en los restaurantes bajo el chantaje de hablar mal de ellos en TripAdvisor, en su blog o en otras redes. Con todo, al final queda siempre la sombra de la duda ante cualquier comentario.

Sé que es difícil, pero no vendría mal sanear ese mundillo. Animo a los cocineros, a los hosteleros, a denunciar con nombres y apellidos estas situaciones.

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