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El enfermero Víctor Ramón Mencía recopila en su obra testimonios que plasman «intensos momentos» previos a la muerte.
"La muerte es el único viaje para el que nadie se prepara. El miedo no nos deja"

"La muerte es el único viaje para el que nadie se prepara. El miedo no nos deja"

El enfermero Víctor Ramón Mencía presenta esta tarde en el Casino 'He visto. He aprendido', un libro que recopila las vivencias de pacientes en la fase final de la vida

Ana Rosa García

Miércoles, 18 de mayo 2016, 07:11

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«La muerte es el único viaje para el que nadie se prepara, el miedo no nos deja. Ni siquiera se habla de ello». Esa es una de las razones por la que el enfermero Víctor Ramón Mencía (Reinosa, 1962), que ha trabajado los últimos 16 años en una unidad domiciliaria de Cuidados Paliativos, acompañando a enfermos que «transitan por el último tramo de su camino», ha querido «abrir una ventana a ese mundo». La «invitación» para entrar en él se llama He visto. He aprendido (Ediciones Tantín), un libro recopilatorio de testimonios reales, que plasma «momentos intensos» previos a la última despedida. El contenido de esta obra, que se presenta esta tarde en el Casino de El Sardinero (19.00 horas), con entrada libre hasta completar aforo, le ha enseñado que «hay personas que llegan al final de la vida sumergidos en la pena y el dolor, que dejan de vivir desde el momento que intuyen que su final está próximo. En cambio, otros aprovechan ese tiempo de prórroga desde que reciben el diagnóstico y la confirmación de que no hay cura posible. Utilizando el símil del juego, mientras los primeros abandonan, los segundos, con la misma baraja que han jugado toda la vida, inician una nueva partida; y hay gente que sabe jugar muy bien esas cartas». Mencía afirma que ha sido testigo de «auténticas lecciones de vida», como la de aquella esposa que decidió apostar por su proyecto de vida, con una «entereza envidiable», y tener a sus hijos a sabiendas de que la enfermedad iba a ganar la batalla a su marido «Quisieron aprovechar el tiempo e hicieron partícipes a sus hijos de todo el proceso». O la de aquel hombre que vivía en un tercer piso sin ascensor desde que enfermó y que un buen día accedió a que los enfermeros le acompañaran hasta una cafetería próxima. «Recorrimos apenas 200 metros, en los que recibió el cariño de muchos de sus vecinos. A la vuelta, él era consciente de que aquella era la última vez que salía a la calle, fue un momento muy emotivo», rememora.

Otras veces el proceso es mucho más doloroso. «En ocasiones tomamos decisiones con la mejor intención del mundo pero que resultan erróneas. Una vez visitamos a una mujer con un tumor en fase terminal, que tenía un niño de 6 años al que no le querían decir lo que pasaba, así que le llevaron a casa de una tía y le dijeron que su madre se había ido de viaje. No he conocido a nadie sufrir como lo hizo ella. Fue un caso extremadamente duro».

El «difícil» manejo con niños

El manejo de este tipo de situaciones con niños es, «sin duda, el más complejo. Sufres por ellos más que por ti mismo, y eso lleva a equivocarse mucho», añade el enfermero. Como ejemplo, recuerda a otra madre que ocultó la enfermedad a sus hijos hasta el mismo desenlace. «Nos pedía que fuéramos a atenderla cuando los niños estaban en el cole, y si tenía tratamiento, les decía que se iba de compras. Incluso el último día nos pidió que la fuéramos a buscar en una ambulancia antes de que los hijos salieran de clase. En aquella ambulancia se murió». A su juicio, casos como este, en el que el verdadero trauma puede venir provocado por una pérdida para la que no se les había preparado, «demuestran que proteger hasta ese punto a los hijos no siempre es lo acertado».

El autor también de Manejo del enfermo terminal en su domicilio y Cuidar y acompañar hasta el final remarca la diferencia entre la pena y la emoción «En la vida, nadie queremos dar pena». Garantiza que «la lectura de este libro puede llegar a emocionar, pero también puede servir para descubrir muchas cosas. Ese tramo final es una etapa, como la vida, de momentos, pero mucho más intensos. Claro que hay dolor y tristeza, pero también hay situaciones bonitas... Incluso se puede ser feliz al final de la vida».

Mencía admite que «en realidad nunca sabemos cómo vamos a reaccionar el día que nos toque. Lo que aprendes cuando ves mucha gente al final de la vida es a no juzgar, cada uno afronta la etapa final como puede. No hay una manera mejor o peor de llevarlo, pero creo que es bueno poder elegir. A veces te encuentras con pacientes terminales a los que no se les da la oportunidad de despedirse». Cierto es que «no todo el mundo se atreve a preguntar si se va a morir, porque puede que no esté preparado para la respuesta».

"A veces dicen 'me duele' pero en realidad significa 'estoy sufriendo'"

He visto. He aprendido es el resultado de los apuntes que Víctor Ramón Mencía fue recogiendo durante años en una libreta. Una sucesión de historias reales con un final inevitable que publica con el objetivo de «satisfacer una curiosidad que sé que existe, y porque creía conveniente compartir esas situaciones que yo he podido vivir de cerca». Como enfermero especializado en cuidados paliativos, «nuestro trabajo consiste en preparar a la gente para emprender ese camino, aportándoles los mejores cuidados posibles». Un acompañamiento que debe ser global, ya que «la expresión de sus problemas no es solo física. A veces un me duele quiere decir estoy sufriendo», apunta.

Aunque el manejo del síntoma físico es fundamental», Mencía defiende que, «si te quedas en eso, no estás haciendo un buen cuidado. Algunos pacientes quieren eso, pero es solo una pata de la mesa. Les acompañamos en una situación dolorosa, difícil, en la que tenemos que tener en cuenta que están sufriendo y ellos tienen que saber que nosotros vamos a estar ahí, les aporta seguridad». La otra pata es la familia, que es «la que va a hacer el acompañamiento real, la que va a sufrir, mentir, hablar, callar...» El enfermero sostiene que «quienes han sido capaces de estar junto a ese paciente hasta el final de su vida y tienen la sensación de haber cumplido con su cometido, de haber hecho todo lo que había que hacer por él, puede transitar el duelo por ese familiar con más facilidad». Aunque la tristeza siempre va a estar presente, señala que «hay personas a las que la enfermedad les da una oportunidad de despedirte, de arreglar asuntos, de vivir emociones...». No obstante, apunta que existen muchos condicionantes. «Influye cómo eres tú, por qué has apostado en la vida...». En su caso, «quisiera ser capaz de tener una muerte lúcida, de poderme despedir, saber que me estoy muriendo (conocer la verdad), estar rodeado de la gente que me quiere y quiero, y por supuesto, un deseo universal, no sufrir».

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