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Vista de los acantilados ibicencos de Es Soto, donde apareció su moto. En este lugar comenzó la búsqueda del sacerdote, en primer plano.
Cinco años sin rastro del cura de Ampuero

Cinco años sin rastro del cura de Ampuero

La investigación de la extraña desaparición de Adolfo Linares en Ibiza continúa abierta, aunque se encuentra en un «punto muerto» por la falta total de pistas

Mariña Álvarez

Lunes, 25 de julio 2016, 08:18

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El tiempo avanzó por las etapas del duelo inconcluso en el que están sumidos los allegados de Adolfo Linares (Caranceja, 1946), el cura de Ampuero, el que un día se fue a Ibiza y nunca volvió. La esperanza de encontrarlo con vida se esfumó hace mucho. Hallar su cuerpo -si hubiera muerto- es casi ya una utopía. Pero aún se aspira a descubrir un porqué. No se ha dado carpetazo.

Se cumplen cinco años de aquella noticia: la desaparición del párroco cántabro, del que tantas páginas se escribieron en 2011, un suceso aderezado con el peculiar perfil de un sacerdote que además era periodista y tenía un llamativo pasado político, dejando para los anales las fotos de su campaña electoral de pueblo en pueblo con una burra.

El diez de julio de 2011 no se bajó del avión. El amigo que había ido a recogerlo al aeropuerto de Bilbao tras su escapada de diez días a Ibiza fue el primero que se dio de bruces con una situación que nadie esperaba. Desaparecido sin rastro.

Pero a pesar de la falta total de pistas el caso de Adolfo Linares no ha caído en el olvido. En todo este tiempo no ha surgido ningún indicio. La investigación no está cerrada, aunque estemos en un punto muerto. El portavoz de la Policía de Ibiza no tarda ni un segundo en hablar de este caso cuando recibe la llamada de este periódico. Hace cinco años desapareció en la isla un cura cántabro., le explica la interlocutora. No hizo falta darle su nombre para buscar los datos requeridos o si acaso refrescar la memoria. El caso está muy presente en la comisaría ibicenca. De vez en cuando aún se habla de ello, aunque no tengamos ningún dato para avanzar en las pesquisas, añade. Porque el drama de Adolfo Linares tiene los tintes suficientes para destacar sobre cualquier otra desaparición de las calificadas como inquietantes en el argot policial. Es súper extraño, califica la Policía, se sale de lo corriente. Porque no es normal que alguien desaparezca sin dejar rastro. Y más siendo cura. En punto muerto. Se precisa algo para salir de este eterno ralentí. Y hoy por hoy, no hay nada.

Cuentan en Ampuero que el shock por la desaparición duró un año o dos. En 2011 no podía dar un paso sin que alguien viniera a preguntarme: ¿Sabéis algo?, comenta la periodista local Irene Bajo. Entonces no se hablaba de otra cosa. Se palpaba la pena de la gente, la incertidumbre. Los vecinos no asumían que don Adolfo pudiera haber desaparecido sin más. Necesitaban respuestas. Pero ahora ya nadie habla. Esta visión la comparte el alcalde, Patricio Martínez, muy implicado al principio con la investigación que desde Cantabria desarrollaba la Guardia Civil. Este quinto aniversario apenas devolvió el suceso a las conversaciones en el pueblo. «Ya no se habla, apenas hay algún apunte disperso de alguien que recuerda que en julio se cumplen cinco años... Al no haber noticia, ni a favor ni en contra, con el tiempo también se diluyeron las especulaciones que hubo sobre su paradero», indica.

Sus pasos en Ibiza

Las crónicas de entonces detallaron la historia de las últimas vacaciones de Adolfo Linares en Ibiza, una isla a la que viajaba a menudo y en la que conservaba amigos desde su juventud. Voló allí el 1 de julio de 2011, comunicando que regresaría el día 10.

Tenía citas importantes en Cantabria a su regreso. Linares, trasplantado hepático, debía someterse el día 12 a una revisión en Valdecilla y el 13 también estaba citado con su médico. Además, todos en Ampuero le esperaban para inaugurar unas tallas de San Juan Bautista y San Juan Evangelista, un proyecto de restauración en el que estaba muy involucrado.

De su estancia en Ibiza trascendieron algunos datos. Escribía correos electrónicos a diario a sus amigos de Cantabria, a los que contaba sus vacaciones entre bromas. Estaba de buen humor. Tanto como antes de emprender el viaje, del que les había hablado con entusiasmo. Ese amigo con el que más chateaba escribió a Adolfo el último mensaje el día 8 de julio. Y ese mail ya no obtuvo respuesta.

Ese 8 de julio alquiló una moto para recorrer la isla, con el compromiso de devolverla al día siguiente, la víspera de su regreso. El 11 debía incorporarse a sus labores en Ampuero. Al no presentarse, la sacristana avisó a un hermano de Adolfo, que interpuso una denuncia por desaparición.

Arrancó la búsqueda en Ibiza, encontrando su moto aparcada en una zona de acantilados llamada Es Soto, al sureste de la isla. Con la moto, los agentes también hallaron su documentación y su teléfono móvil.

Se registró su habitación de hotel y se buscaron pistas en su casa de Ampuero. Se tomó declaración a las personas que coincidieron con él en Ibiza. Se le buscó por tierra, con el apoyo de perros rastreadores, y por aire con helicópteros. Los buzos peinaron los fondos en esa parte de la costa, que está plagada de cuevas subacuáticas. El radio se fue ampliando hasta abarcar a toda Ibiza. Lo único claro es que Linares no había salido de la isla.

Llegó San Juan y el párroco no asistió a la inauguración de sus tallas. La esperanza de que volviera a su parroquia empezó a desvanecerse y cundió el temor de que pudiera estar muerto, entre rumores de una posible fuga voluntaria, desmentidos una y otra vez por los que le conocían. Tenía grandes planes para su jubilación, y estaban en Cantabria. Pretendía construirse una casa en Caranceja para pasar su retiro.

Los rastreos continuaron todo el verano y en noviembre el hallazgo de un cadáver en Ibiza hizo temer a los investigadores que pudiera tratarse del cura cántabro. Pero las pruebas de ADN confirmaron que los restos eran de un joven italiano, desaparecido en las mismas fechas.

Ese mes de noviembre el cura Hilario Obregón tomó las riendas de la parroquia huérfana. Allí, aunque han pasado cinco años no se le da por muerto. De hecho, nunca se ha celebrado un funeral. Si no hay cadáver no hay funeral, explica Obregón, que no ha recibido ninguna noticia en todo este tiempo. Hasta lo que yo sé, no se sabe nada, constata.

También en el Obispado de Santander hace mucho que se desvincularon de este caso. La Policía si tiene algo informa a la familia, a nosotros ya no, comenta el portavoz de la institución, Íñigo Ben, que aún se acuerda a menudo de Linares, lo hablé con el anterior obispo, ¿qué se sabrá del párroco? Y no se volvió a saber nada. Nos quedamos con lo que se dijo en su momento, que es una zona con tantas oquedades que puede que hubiera sufrido un accidente y su cuerpo haya quedado en una de ellas.

La familia, consultada por este periódico, ha preferido quedarse al margen de esta información, manteniendo la misma actitud de reserva que cuando todo ocurrió. Hace ya cinco largos años.

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