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Lo añoro

Echo de menos al alcalde. A Íñigo de la Serna, quiero decir. Echo de menos sus convocatorias diarias para inaugurar, proclamar, bautizar o besar cualquier rincón de esta ciudad que es tan suya como suya

David Remartínez

Martes, 3 de enero 2017, 07:09

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Echo de menos al alcalde. A Íñigo de la Serna, quiero decir. Echo de menos sus convocatorias diarias para inaugurar, proclamar, bautizar o besar cualquier rincón de esta ciudad que es tan suya como suya. Me desayuno agrio hojeando el periódico y cambiando la radio de dial, buscándole a mordisquitos de sobao, pero no le hallo por ningún lado, nada de Íñigo en Cazoña, ni una miaja de flequillo en el Cabildo, na. Quizá ande el pobre ministro perdido entre las autopistas radiales de Madrid, pensando con qué infografía inteligente nos va a explicar aquello, que menudo descampado para colorear.

Esta nostalgia mía no significa animadversión alguna hacia su sucesora en la capital, quien me parece más guapa si cabe y a la que deseo la mejor fortuna para su herencia. Cuando tomó posesión, un compañero periodista me dijo: «Los Igual son ya los Kennedy de Cantabria». Yo le sonreí con esa cara que pongo cuando no entiendo nada, o sea mi sonrisa habitual, pero desde entonces no he parado de darle vueltas a la analogía: ¿quién es Gema pues? ¿Robert Kennedy, y John Fitzgerald su hermano José Manuel? ¿O al revés? ¿O se refería mi amigo a que ella es Marilyn? Gema, ciertamente, escogió en su primer discurso un tono de alcaldesa exploradora: prometió ayudar a los pobres y nos conminó a todos a «ilusionarnos y sentirnos orgullosos» de ser santanderinos. Muy JFK. El problema es que a los Kennedy no se les puede odiar, ese es el problema. Y un alcalde debe de ser detestado para que otros le puedan amar muchísimo, como a Íñigo. De lo contrario, te quedas en el medio; en Ignacio Diego. Así que no sé qué hacer con Igual. Es como si quitas al Joker y pones a Harley Quinn: los dos sonríen, sí, pero de manera distinta, ¿no? Aún así, yo me aplico: cada mañana, tras constatar la pérdida de De la Serna, salgo de casa decidido a emocionarme de urbanidad. Piso mi media docena de cacas en Tetuán, destrozo los amortiguadores del coche con los millones de tapas de registro que tapizan la calle Castilla, y me arrojo a rotondas y dobles filas cual si no concibiera un mañana. Me comporto, en definitiva, como un Sammy Davis Junior más.

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