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El pediatra Pascual Caballero, durante su ponencia sobre el campo de refugiados de Dadaab
"No tenemos ni idea del drama que viven los refugiados y en Europa sólo levantamos vallas"

"No tenemos ni idea del drama que viven los refugiados y en Europa sólo levantamos vallas"

El Congreso repasa la asistencia sanitaria en los campamentos, desde los recientes de Grecia al permanente del Sahara y al más grande del mundo, el de somalíes en Kenia

Ana Rosa García

Sábado, 28 de enero 2017, 08:07

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El alcance del drama de los refugiados se puede llegar a atisbar cuando se descubren las miles de historias personales, con nombres y apellidos, que dejan su huella imborrable en el corazón de los cooperantes y ponen los pelos de punta a quienes las escuchan.

Historias como la de aquella familia somalí que huía de un país sumido en la violencia y que a medio camino en esa ruta de mil kilómetros a pie hasta Kenia, en las condiciones climáticas más duras y sin nada que llevarse a la boca, planteó comerse a uno de sus hijos para coger fuerzas suficientes para continuar.

«Ante la desesperada propuesta del padre, la madre le respondió: Comedme a mí y encárgate de que nuestros niños lleguen a salvo al campo de refugiados... Y llegaron», rememoró el pediatra Pascual Caballero, miembro de Médicos Sin Fronteras, con un nudo en la garganta ante un público impresionado con el relato, en el marco del Congreso de Cooperación Internacional de la Organización Médica Colegial.

«Imaginaros por un instante esa despedida de la madre. No tenemos ni idea del sufrimiento que llevan detrás de su mirada los refugiados, y desde Occidente sólo levantamos vallas», denunció.

Caballero fue uno de los ponentes de la mesa redonda que abordó ayer en el paraninfo de La Magdalena la salud de las personas desplazadas y su asistencia sanitaria. Una exposición centrada en tres escenarios distintos, con semejantes necesidades: el provocado por la crisis del Mediterráneo, con la oleada de desplazados sirios principalmente hacia Grecia, puerta de entrada en su desesperado viaje hacia Alemania; el del mayor campo de refugiados del mundo, el de Dadaab, en Kenia, triste hogar de los somalíes desplazados desde hace 25 años por las guerras civiles y la hambruna; y el del pueblo saharaui, que lleva «enquistado hace cuatro décadas en mitad del desierto», como denunció el ministro de Sanidad de la República Árabe Saharaui Democrática, Mohamed Lamin.

«Nuestros programas de salud son frágiles porque dependen de la ayuda humanitaria, que no está garantizada. Las grandes agencias nos apoyan como refugiados, nos dan para no morir, pero no más, y nuestra situación es permanente. Duele muchísimo ver que nuestro pueblo está olvidado desde hace décadas», manifestó. La escasa distancia que separa a la antigua colonia española de Canarias, 90 kilómetros, es un abismo a nivel político. «Los intereses de los gobiernos están por encima de los derechos de los pueblos», lamentó el ministro saharaui.

"Resistiremos"

Pese a las penurias y a la estrategia de «desgaste» que sufren, porque «ningún país reconoce la soberbia de la ocupación de Marruecos al Sahara», Lamin insistió en que «seguiremos luchando y resistiendo a las presiones hasta lograr nuestro objetivo, tenemos derecho a la autodeterminación».

En su intervención, cifró en 206.000 los habitantes de los campos de refugiados (5) y los territorios liberados estos últimos suponen un 20%, pero «sólo hay dos médicos por cada 10.000 personas».Y situó las enfermedades cardíacas, respiratorias y el cáncer como principales causas de defunción.

«Las mujeres en edad fértil y los niños menores de cinco años son los que más sufren la anemia y la malnutrición». El ministro mostró su gran preocupación por «la falta de alimentos canasta básica y de medicamentos» y apuntó como reto de futuro la «incentivación de los profesionales saharauis», que trabajan sin descanso y con familias a su cargo por un sueldo que apenas llega a los 250 euros al mes los médicos especialistas (150 si son generalistas), 80 euros las comadronas y 20 los auxiliares.

"Estar con los más frágiles va en la esencia de nuestra profesión"

  • Mil millones de personas en el mundo están afectadas por las enfermedades olvidadas, aquellas que, pese a su alta prevalencia (cólera, malaria, úlcera de Buruli o linfoma de Burkitt, entre otras muchas), no disponen de tratamientos eficaces porque están asociadas a la pobreza y no suponen beneficio de cara a su investigación.

  • «Esto no tiene justificación, la extraordinaria avaricia impone las reglas del juego y nuestros gobiernos no son capaces de limitarla», denunció Juan José Rodríguez Sendín, presidente de la OMC. Sobre el impacto de estas patologías versó la mesa redonda moderada por Guillermo Vázquez, director de cooperación del Consejo Andaluz de los Colegios Médicos, que contó con la participación de Fray Florencio, director del hospital de Tanguietá en Benín; José Muñoz, médico del Clinic de Barcelona; y Cecilia López, coordinadora de Médicos del Mundo.

  • El resto de la jornada profundizó sobre la educación de los futuros profesionales en los países en desarrollo y la atención sanitaria en contextos de violencia. Cerró el encuentro la intervención sobre la sanidad militar en el ámbito humanitario, con las ponencias del coronel médico Juan Ramón Campillo y los tenientes coronel Ana Betegón, Juan Ramón Siero y Pedro J. Gil.

  • «Estar al lado de los más frágiles está en la esencia de nuestra profesión», subrayó Tomás Cobo, presidente del Colegio de Médicos de Cantabria en la clausura, convencido de que «las conductas de los testimonios que hemos escuchado aquí, cambiarán el mundo» e «iluminarán corazones y conciencias».

Yde la situación humanitaria con más historia a sus espaldas, a la más reciente, la de la mayor migración desde la II Guerra Mundial, protagonizada por la población siria. El enfermero Emilio José Romero fue el encargado de exponer en el foro médico la asistencia sanitaria proporcionada por Cruz Roja en Grecia. «Nos enfrentamos a dos fases, la de tránsito, cuando los refugiados trataban de llegar a Alemania lo antes posible y nuestra atención, focalizada en las islas, era de emergencia y apoyo psicosocial; y la de los campos de refugiados, una vez se cerraron las fronteras».

En la primera, explicó, «las consultas médicas y de enfermería atendían problemas musculoesqueléticos, por viajar de cuclillas o sentados durante más de nueve horas hacinados en una barca, así como picaduras de insectos y garrapatas y quemaduras de la gasolina que se salía de los motores de la embarcación». El enfermero contó que, «cuando llegaban a las islas griegas de Quíos y Samos, los desplazados no sabían dónde estaban, algunos llevaban tanto tiempo navegando sin rumbo que pensaban que habían llegado al continente europeo».

Tras el cierre de fronteras, Cruz Roja despliega sus efectivos «en torno a los campos de refugiados que se levantan por toda Grecia, convertidos en campos de detenciones; unos en tiendas de campaña, donde no había ni agua (caso de Ritsona, con 723 personas), y otros en contenedores (Skaramagas, con una población de 3.000, casi 400 de ellos menores de 5 años), más las clínicas móviles dispuestas en el puerto del Pireo». A partir de ese momento, «la asistencia sanitaria también cambia, deja de ser de emerencia para convertirse en continuada.Se disponen consultas de médicos generales, de matronas y de pediatría, con la puesta en marcha de una campaña de vacunación infantil (los niños sirios venían bien vacunados) y un informe diario para controlar patologías y epidemias».

Futuro "impredecible"

Hoy en día el futuro de esta situación es «impredecible», dijo Romero. Casi tanto como el de Dadaab, «casi una prisión al aire libre», situada a 80 kilómetros de la frontera entre Kenia y Somalia, actualmente «bajo la amenaza del cierre por parte del Gobierno keniata», como subrayó Caballero. Este campamento llegó a acoger a 450.000 refugiados somalíes (la mayoría mujeres, niños y ancianos), dos veces la población de Santander.

En diciembre de 2015, su censo era de 275.000. «Dadaab ha sufrido muchas emergencias agudas sobre una emergencia crónica» que dura un cuarto de siglo. Epidemias de sarampión, cólera, hepatitis, malnutrición crónica y aguda, anemias, parásitos intestinales y lesiones cutáneas... Eso sin contar las patologías sin posibilidad de cura por la gigante brecha de desigualdad que marca la pobreza. «Mujeres y niños a los que sólo les puedes decir que no hay nada que hacer».

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