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Los hijos toman hoy la palabra para descubrir a sus modelos vitales y emocionales por el Día de la Madre

Ellas van más allá de cuidar o querer

Los hijos toman hoy la palabra para descubrir a sus modelos vitales y emocionales por el Día de la Madre

Marta San Miguel

Santander

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Domingo, 6 de mayo 2018

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La frase que uno dice con más frecuencia es la representación verbal de su forma de ser. La identidad es una expresión que se repite como un mantra: lo que se dice sin pensar, porque uno es quien es sin pensar, y en el caso de las madres, las frases van más allá. Con ellas apuntalan la educación y las normas de vida que impera en los hogares. Entonces, algo de ese mantra se incrusta en los hijos, que desde la infancia a la edad adulta escuchan, comprenden, rechazan y asumen, por ese orden, una fijación por la responsabilidad, la educación, el respeto o el coraje. Todo estaba en las frases, todo lo que va más allá de cuidar o querer se asume como el aire. Y cuando la edad le pone a uno en la posición de interpretar el papel para el que la familia le ha preparado, toca hacer balance y observar el esfuerzo por poner de pie ante el mundo a los hijos, a las hijas. ¿Y qué queda entonces tras las madres, sus figuras permanentes? Gratitud, al menos así lo trasladan cuatro hijos que, con motivo del Día de la Madre, comparten con EL DIARIO un reconocimiento que excede la festividad y simboliza el asombro por ellas.

María Tordesillas (Madre) y Patricia Alvarado (Hija)

Una frase escrita en la pared de casa

«¿El mejor regalo? Que pase a las finales del play off de este domingo», dice María mirando a su hija, «pero no por el Día de la Madre, sino por ser Patricia». Ella, con sus trece años en la cara y en el cuerpo, responde con la voz de una mujer a punto de suceder: «Hoy es un día más, nunca le he hecho regalos, pero tengo claro que me gustaría parecerme a mi madre en la forma que ha educado a sus hijos», dice Patricia. Se juegan contra los mejores equipos de balonmano de Cantabria pasar a la final del 'sector' en el norte de España.

María Tordesillas y Patricia Alvarado.
María Tordesillas y Patricia Alvarado.

Juega Patricia, sus amigas, la familia entera compite desde la grada. No es la competición lo que agita sus pulmones, sino el esfuerzo, las horas de entrenamiento, el coraje. Atreverse a todo. Y mientras otras madres llevan la merienda a niños del colegio, «mi madre ni sale del coche», dice. Y en su tono hay un orgulloso 'y qué'. Porque esa madre es la que anima a su equipo, el Pereda, la que gritará cuando ganen. La que «siempre está».

En su caso es una frase la que explica todo, como si el afecto basculara siempre hacia una dirección: «Hoy prefiero tener paz a tener razón», explica sonriendo Patricia cuando le preguntan por la sentencia que repite su madre. No es que la repita, aclara, es que está escrita en la pared del salón como un mantra que asegura el buen discurrir de la vida en común de la familia. La discusión es necesaria, pero también el entendimiento, la generosidad y esos principios rigen una educación que pasa de puntillas por el día de la madre como tal. De hecho, sienten el día como una celebración más bien por la abuela, «una segunda madre» para Patricia, un añadido emocionante para María: «Siento más este día por mi madre que por mí», y añade, «mi Día de la madre es el cumpleaños de mis hijos». Esa abuela joven que se acaba de jubilar y que no deja de viajar, se lleva entonces el respeto de ambas. El día de todas las madres.

Rocío Revilla (Madre) y Unai Fernández (Hijo)

El equilibrio de un patinador artístico

Unai tiene 11 años, pero cuando patina nadie diría que la fuerza con la que se sostiene sobre una pierna responde al cuerpo de un niño de sexto de Primaria. Mantiene en el aire las ruedas como si una cuerda tirara del patín hacia arriba, sin esfuerzo, deslizándose por la superficie del pabellón donde su madre le lleva a entrenar desde que tenía cuatro años. Al principio no hacía esas figuras sobre la pista. Al principio sólo había rutina. Constancia. Horarios y pies que crecen y hay que volver a comprar patines más grandes. También pruebas. Los vídeos desde la grada. El jurado. Los niveles que van superándose mientras los exámenes de clase se vuelven cada vez más exigentes. Cualquiera diría que Unai tiene algo de héroe por patinar como lo hace y sacar, además, buenas notas en la escuela, pero él lo niega: «La heroína es mamá», dice. Por eso, cuando llega el Día de la madre lo siente como algo único: «Es el día de que ella se siente especial por haber tenido un hijo», y prepara su regalo «un espejo que hemos hecho en el colegio».

Rocío Revilla y Unai Fernández.
Rocío Revilla y Unai Fernández.

¿La frase de mamá? Unai no se lo piensa e imita la voz que escucha cada día al entrar por la puerta de casa: «¿Qué es lo que mamá quiere más en el mundo?', y entonces le contesto: yo». Incondicional, así es el afecto que le espera cada tarde. Siempre. De ahí que los valores que destaca de su madre vayan más allá de lo emocional: «Lo que más me gusta de ella es que es cariñosa. He aprendido que es mejor ser buena persona, ser amable con los demás; de ella he aprendido a ser más positivo y a no darme nunca por vencido», y eso que el patinaje se le puso cuesta arriba y durante un tiempo lo dejó. Ahora ha vuelto, y el regreso tiene causa: «El apoyo de mi madre es muy importante». No se trata sólo de animar, sino de mantener en equilibrio la confianza de que podrá lograr lo que se proponga, haga lo que haga, como buen patinador.

María Casado (Madre) y María Buenaposada (Hija)

La sinceridad como base de la herencia

«Es el día ideal para agradecerle todo lo que ha hecho por mí y por mí hermano, aprovecharé para decirle que la quiero mucho». María tiene 21 años y su hermano 34, pero sólo ella vive en casa después de cuatro años en la Universidad de Salamanca, a punto de empezar una nueva etapa de su vida. ¿Qué le agradecería? «Apoyarme siempre que he intentado hacer lo que quería», dice sin rastro de duda. «Cuando me fui a estudiar fuera, me apoyó económica y moralmente, y así con todo». Y entonces recuerda la anécdota del carné de conducir, la fe ciega de su madre. «Ella ve que puedo hacer las cosas, y si ella lo ve, yo me lanzo». La razón de esa fe está en lo que su madre le ha demostrado con el paso de los años como una constante en su educación, en su forma de estar y ser en la vida: «Imitaría a mi madre en la sinceridad, nunca me ha ocultado nada y eso me ha mantenido con los pies en la realidad, aunque no fuera siempre fácil».

María Buenaposada y María Casado.
María Buenaposada y María Casado.

¿Una frase de ella? «Uf, tiene un montón», sonríe María, como si pudiera escuchar la voz de su madre, historiadora de formación y con la arqueología como sueño pendiente. Si pudiera, dice, le regalaría una jubilación para que tuviera tiempo para ella. «O quizá alguna experiencia para excavar, es lo que siempre le gustó». Entonces sonríe y dice enseguida que lo de jubilarla «va a ser que no, que me viene grande, pero si pudiera...».

Cómo no hacerlo si siempre le dice la frase de que «todo lo que hace es por tu bien, si te lo digo es por ti, no para molestar». Es ahí cuando María se da cuenta de que cada vez se parece más a ella. «En el fondo, tengo la forma de percibir las cosas que ella, la misma sensibilidad con ciertos temas». El papel de la madre va más allá del de cuidar o querer, «por eso a ella le cuento todo y le pido consejo, sé que ella lo va a ver con más experiencia y como nos parecemos tanto me sabrá decir lo mejor para mí». Y esa es la mejor de las herencias, la más sincera: la confianza.

Trinidad Laso (Madre) y Luis Echevarría (Hijo)

Perseverar como una forma de lucha

«Mi madre es todo el año mi madre, así que este día no me parece más emocionante que los demás». Luis Echevarría va directamente a la esencia de la devoción cuando habla de Trinidad. No hay adornos, sólo experiencia, horas, lo duradero. Ella es el esfuerzo dedicado en carne y alma a sus tres hijos, dedicada «demasiado» a todos. Por eso, al hablar de ella devuelve el orgullo y la vehemencia a palabras como «luchadora» y «perseverante». Y tiene su explicación: «No lo ha tenido fácil, ni ha tenido una vida cómoda sino entregada a su hijo menor y a nosotros después». ¿Y con el tiempo, algo ha cambiado con el tiempo en esa actitud? «Lo veo como una línea bastante uniforme, de niños a adultos, y a día de hoy se preocupa igual, es una abuela que conduce y tira tanto de los nietos como de nosotros, siempre con ese 'dónde vas', 'se te ha pasado hacer esto o aquello'», dice Luis, que apenas se lo tiene que pensar para caer en la cuenta de una frase que ha escuchado y escucha continuamente: 'Mira que te lo he dicho yo mil veces', «así es como terminan entrando las cosas, y al final siempre tiene razón».

Trinidad Laso y Luis Echevarría.
Trinidad Laso y Luis Echevarría.

Plantar cara al día a día desde el centro mismo de la familia. Ahí está siempre Trinidad ejerciendo un papel que está cambiando: «Las madres ahora se diversifican en el trabajo, amigos, aficiones; ella, en cambio, nos tenía sólo a nosotros, nunca trabajó fuera de casa y todo su mundo era su familia».

Por el camino se quedó una asignatura pendiente: «Le hubiese gustado estudiar», dice Luis, «vernos a nosotros le hacía feliz y de vez en cuando le oía decir que quería haber estudiado, pero no lo decía como un motivo de queja sino como algo que le hubiese gustado hacer». De ahí sus hijos. Su orgullo. Lo incondicional de su existencia hacia ellos: «Viendo lo luchadora que ha sido, también junto a mi padre, eso te queda, lo que has visto, y es lo que haces: luchar».

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