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Cuatro padres explican su experiencia con la paternidad

El día de unos padres distintos

Desde la primera vez que se celebró esta fecha en España, hace setenta años, hasta ahora, ellos han cambiado mucho: aquí hay cuatro buenos ejemplos

José Ahumada

Santander

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Lunes, 19 de marzo 2018, 07:22

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Los padres españoles deben agradecerle la celebración de su día a una señora, Manuela Vicente Ferrero, maestra madrileña, que a finales de los años cuarenta tuvo la idea de rendirles homenaje, como ya se estilaba por aquel entonces con las madres. Es muy probable que el apoyo desinteresado de Galerías Preciados y El Corte Inglés a la iniciativa en sus comienzos tuviera bastante que ver con la progresiva popularización de la fecha, hasta el punto de que hoy parezca que se festeja desde los tiempos del propio San José. La mayor parte de países dedica al padre el tercer domingo de junio, y algunos de ellos reservan el 19 de marzo para el Día del Hombre, una celebración impensable en España en estos momentos.

Cambios

Desde aquel primer Día del Padre de 1948 hasta la actualidad han cambiado muchas cosas, entre ellas los mismos padres: lo habitual entonces era que el marido mantuviera a la familia mientras la mujer quedaba a cargo de la casa y los hijos. Los cambios sociales, que han afectado incluso al modelo de familia, y la progresiva incorporación de la mujer al mercado de trabajo han transformado por completo la realidad de los hogares españoles. Por ejemplo, los estudios dicen –en este caso, el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de mayo del año pasado– que, aunque quede camino por recorrer, los hombres se van implicando en las tareas de la casa. Un 20% las comparte en igualdad con su pareja, el 16% dedica el mismo tiempo que su cónyuge a cocinar, y el 24% se reparte el fregoteo y la limpieza del hogar. Él, eso sí, sigue siendo el señor de los alicates, encargado de las pequeñas reparaciones que sean precisas en la vivienda (un 44,9% las hace siempre). En cualquier caso, el tipo que volvía malhumorado del trabajo y exigía las zapatillas a los niños y la copa de Veterano a la mujer está desterrado a las películas de Torrente.

Para celebrar esta jornada, El Diario Montañés ha buscado a un grupo de padres especialmente esforzado o dedicado a sus hijos. Cuando explican cómo transcurren sus días da la impresión de que la organización de su vida depende más de cómo se va haciendo frente a las situaciones que se presentan que a una estrategia muy meditada. Esto, de cualquier modo, no les resta méritos.

Roberto Ruiz

José Poncela | Bombero

«Lo que más me gusta del día es la piscina y el cuento»

Los días que libra, José Poncela comienza la jornada a las ocho. Mientras Belén, su mujer, se dispone a ir a trabajar –después de dejar lista la ropita de Ariadna, de cuatro años–, él viste a la niña y prepara el desayuno, porque en media hora hay que salir de casa, en Puente Arce, rumbo a Santander para dejar a la chiquilla en el cole y, si toca hacer de taxista, a Belén en su trabajo.

José es bombero en el Parque de Emergencias de Camargo y tiene horario raro: trabaja un día (de siete y media de la mañana a doce menos cuarto de la noche) y libra dos. Como es interino está preparando la oposición, así que después de dejar colocada a la familia se dedica a estudiar (de nueve y media a once y media) y entrenar (de doce a una y media), para ir pitando en cuanto acaba a recoger a su hija, que sale a las dos.

Generalmente comen –él y Ariadna: Belén empalma un trabajo con otro y está liada de diez a diez– en casa de los suegros, aunque asegura que se maneja bien –que no a gusto– entre cazuelas, porque desde muy pequeño tuvo que cocinar para sus hermanos. Por la tarde, los lunes y los miércoles, Ariadna tiene baile. «El resto de los días siempre se nos ocurre algo: vamos a la piscina, al parque o al Corte Inglés si llueve».

«Volvemos a casa sobre las seis o las siete, para que no se nos haga muy tarde y me dé tiempo a bañarla tranquilo, a preparar la cena y dársela. Después le leo un cuento, porque si no no hay forma. La piscina y el cuento es lo que más me gusta del día: la piscina es divertida, pero hay que estar pendiente; cuando llega el cuento ya está derrotada, está más mimosa y me hace un poco de caso».

Roberto Ruiz

Antonio Bezanilla | Abogado

«La custodia exclusiva de la madre es un reducto del machismo»

Si no fuera autónomo, Antonio Bezanilla lo tendría complicadísimo para atender al niño la semana que le toca. «Adapto mi ritmo de trabajo a la vida de la custodia compartida: cuando no lo tengo, trabajo el doble; cuando lo tengo, aprovecho las mañanas para trabajar».

Saca todo el partido que puede a las horas de colegio del chaval (de nueve a dos, con un par de idas y vueltas al llevarle y recogerle que suman sesenta kilómetros), porque sabe que la tarde se complica. «Me lo he llevado al despacho –es abogado–, y allí pinta o juega con el ordenador o el móvil; también me ha pasado que hayan surgido cosas imprescindibles como atender a un detenido en comisaría o tener que recoger escritos en el juzgado y me ha acompañado. Cuando me puedo escapar vamos al parque o a hacer cosas, y por la noche me toca trabajar con los expedientes».

Él consiguió ponerse de acuerdo con la madre para repartirse equitativamente el tiempo con el chico, pero dice que no es lo habitual. «Sólo hay un 25% de custodias compartidas en España, aunque se solicitan muchas más. La custodia exclusiva de la madre es un reducto del machismo, del heteropatriarcado: que las madres carguen con los hijos y que los padres rehagan su vida y ganen dinero».

«El sistema discrimina a los padres para que no participen en la crianza de los hijos, cuando hombres y mujeres tenemos el instinto de cuidar y de enseñar. Cada día hay más padres que quieren la custodia de los hijos y los tribunales se las deniegan; hay veces que la otra parte no accede porque cree que es lo mejor, pero otras lo que está detrás es la posesión de la vivienda familiar o una pensión de alimentos».

Roberto Ruiz

Fernando Prieto | Ingeniero

«Tuve que plantearme buscar trabajo o quedarme con los niños»

En el caso de Fernando Prieto, la idea de quedarse en casa cuidando a los niños surgió de forma muy natural. «Estuve en un tramo del AVE en Sahagún, en enero de 2012 acabé de trabajar y al mes nació Gael –que ahora tiene una hermanita, Gala, de dos años y medio–. Oriana –su mujer, profesora de educación especial– tiene plaza, y yo tenía que plantearme si buscar algo en Caminos, que estaba complicada la cosa, o aprovechar y dedicarme a cuidar a los niños. A Oriana no le hubiera importado que los papeles fueran al revés, pero surgió así».

Más tarde, le ofrecieron un trabajo temporal de profesor en un ciclo de audiología en Torrelavega (viven en Santander), de modo que ha sacado el máster de Secundaria para poder dar clases, cambiando su orientación profesional para el momento en que vuelva al mercado laboral.

La vida de estudiante fuera de casa le sirvió de entrenamiento para ocuparse de las labores. «Yo limpio más; lo que es la lavadora, tenderla... La cocina hay que tenerla siempre a punto porque la utilizas mucho, y con los niños más. Hay que barrerla y fregarla todos los días... lo normal, las tareas del hogar».

Hacen compra semanal –se encarga Oriana, los lunes, cuando sale de trabajar–, ajustada al menú que tienen previsto para los siete días. «Así estamos más organizados, sabes lo que hay al día siguiente y puedes cocinar y congelar».

Cuenta que Oriana siempre ha pensado que se estaba perdiendo cosas, como cuando él le mandaba los vídeos con los primeros gateos de Gael. «Sí que tratamos de compensarlo, por la mañana ella viste a los niños y lo del cuento al final del día también se lo ha agenciado ella».

Luis Palomeque

José Luis Argoitia | Monitor deportivo

«La pena es no disponer de todo el tiempo del mundo»

Los médicos dijeron que Lucas no tenía futuro cuando aún no había salido de la tripa de su madre, pero no contaban con todo el coraje que cabía en su cuerpecillo. El hijo mayor –con su mellizo, Antón– de José Luis Argoitia, nació hace diez años con osteogénesis imperfecta, una enfermedad conocida comúnmente por la gráfica definición de ‘huesos de cristal’, pues son tan frágiles que un movimiento brusco o una ligera presión pueden quebrarlos. «Entre fracturas, tratamientos, ir a Madrid, operaciones..., no te das cuenta de lo que es el día a día de una familia normal».

José Luis tenía la suerte de hacer jornada continua por las mañanas y así podía ayudar a Blanca, su mujer, por las tardes, pero ese régimen duró lo que duró, y con el turno partido vio cómo recoger la casa o hacer la compra le robaba el poco tiempo de estar con los niños.

Lo recobró, curiosamente, cuando le operaron para colocarle dos prótesis de cadera, un año de baja durante el que nació su tercer hijo, Dani –va a cumplir cinco– y convivió con ellos desde que se levantaban hasta que se acostaban. «Dani llegó cuando la situación estaba más tranquila, con la enfermedad de Lucas ya estabilizada y con todo más asumido, así que fue como nuestro primer hijo en cuanto a los cuidados y a criarlo con normalidad. Entonces me di cuenta de lo que se perdió Antón por toda la atención que dedicábamos a Lucas, pero estábamos desbordados y demandaba tanto que no podíamos compartirla».

Ya recuperado y trabajando, José Luis añora aquella intensa temporada con los chicos. «La pena es no disponer de todo el tiempo del mundo».

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