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El rompeolas de Castro se convierte en una extensión del paseo marítimo por el que van y vienen multitud de vecinos y visitantes. Al final, los paseantes dan una patada al muro e inician el camino de vuelta. DM
Una patada al rompeolas

Una patada al rompeolas

Escenas de estío ·

Como marca la vieja costumbre en Castro Urdiales, el paseo termina cuando se toca con el pie en el robusto muro de piedra que marca el final del camino

SAMIRA HIDALGO Y ALEXANDER AGUILERA

Castro Urdiales

Miércoles, 2 de agosto 2017, 07:28

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El rompeolas, que antes servía para proteger a los barcos que cargaban mineral del fuerte oleaje, ha pasado a ser una extensión del bonito paseo marítimo de Castro Urdiales. Actualmente, se puede ver a gente haciendo deporte o disfrutando de un bonito paseo rodeado de agua y piedra a lo largo de su medio kilómetro. Especialmente durante los meses de verano, y más concretamente en agosto, el rompeolas se convierte en uno de los lugares más concurridos de la ciudad castreña.

Únicamente se cierra el paso los días de temporal, jornadas en los que castreños como Miguel, de 65 años, no podrá tocar con el pie el muro al llegar al final del rompeolas. «No he faltado casi ningún día a mi paseo diario y cuando no se puede pasar porque hace muy mal tiempo, lo echo de menos». En cuanto a la vieja costumbre del pie, Miguel no lo tiene nada claro: «La verdad es que nunca he sabido realmente el porqué; lo he visto hacer a gente desde pequeño y ya me he acostumbrado».

Lo cierto es que existen varias versiones sobre el verdadero origen de esta antigua costumbre. A Óscar Cobo, castreño de toda la vida y que trabaja en la churrería familiar situada a escasos metros del rompeolas, su padre le ha dado la siguiente explicación: «La gente apoya el pie en el final del rompeolas porque, de alguna manera, ha llegado a una de las puntas de Castro, ya no se puede avanzar más. Así que, tocas la pared y das media vuelta».

Gente de todas las edades y distintos lugares se dejan contagiar por ese curioso hábito

Gente de todas las edades y distintos lugares se dejan contagiar por este curioso hábito. Sentado en uno de los renovados bancos del rompeolas puedes ver a grupos de adolescentes, familias o jóvenes parejas que ayudan a que esta tradición no se pierda. A muchos, como en el caso de Asier, bilbaíno de 25 años, le sorprende que tantas personas toquen la pared con el pie. «Estábamos paseando cuando mi novia me preguntó si me había fijado. Al ver que lo repetían muchos paseantes, le comenté a una señora mayor que porqué lo hacía y me respondió que simplemente por costumbre».

DM

También hay personas como Carolina que desconocen este peculiar gesto: «No soy de aquí, pero vengo muy a menudo a Castro a casa de mi hija. Me encanta todo el paseo marítimo, normalmente llego hasta el faro, pero cuando la mar está revuelta doy media vuelta en la estatua de las rederas. En cuanto a lo de la patada, nunca me había fijado. Supongo que se trata de una rutina por imitación, pero ahora que lo sé me animaré a hacerlo yo también».

El gran muro de piedra también se puede recorrer por la parte superior accediendo a través de los escalones presentes en varios puntos del paseo. Las vistas desde aquí son impresionantes; en el mar abierto se pueden apreciar pequeños barcos pesqueros y algunos veleros que aprovechan el intenso viento que suele soplar en esta zona. En esta segunda planta del rompeolas se encuentra Gema. «Vivo en Castro desde hace más de diez años», cuenta; «un día paseando por aquí con unos amigos de fuera se dieron cuenta de que todo el mundo daba la famosa patada y me preguntaron el por qué. Yo había oído que se trataba de una forma de atraer a la buena suerte y decidí comentarlo con una señora mayor que me dijo que, aunque ella no era de aquí, lo hacía porque veía que los demás lo hacían».

Mirando hacia la mar tranquila, el paisaje no es menos inspirador. Una playa de fondo y un puerto repleto de barcos componen un horizonte digno de enmarcar. Unas vistas que animan a las cuadrillas de jóvenes a pasar un buen rato tomando el sol y bañándose, algunos de ellos, previo salto de los cuatro o cinco metros de altura que separan el firme del agua. Esta imagen contrasta con la que imagina José María, ya hace más de 25 años: «La famosa patada, claro que he oído hablar de ella. Siempre he escuchado que esta costumbre la iniciaron los pescadores que, cuando querían proponer la idea de dar un paseo, decían: ¡vamos a dar una patada al rompeolas!, y poco a poco la gente ha ido copiando ese gesto».

Cuando se llega al final, los paseantes pueden disfrutar de diferentes planos de Castro. La iglesia de Santa María, el Castillo-Faro y la ermita de Santa Ana adquieren un punto de vista diferente, lo más parecido a ver la ciudad desde el mar.

Javier y su mujer no son de Castro, pero llevan más de dos décadas viviendo a caballo entre Bilbao y la localidad cántabra. Nunca han preguntado el porqué de la famosa patada, pero, por lo que han oído, piensan que «se hace para acercar más el rompeolas a Bilbao». Por su parte, Julita y Sevi, dos amigas que pasean mucho por este muro de piedra, se dieron cuenta de la cantidad de gente que apoyaba el pie al llegar al final del camino. Fue entonces cuando decidieron preguntar a una persona mayor del lugar: «Nos entró la curiosidad y se lo comentamos a un señor que estaba por aquí. Nos contestó que se hacía para atraer la buena suerte. Desde entonces, nosotras también hemos adquirido esta costumbre».

Muchos jóvenes como Álvaro, de 25 años, continúan con la tradición sin saber realmente el porqué: «Mis padres también tocan el final del muro con el pie por costumbre, pero sin un motivo concreto».

A Marián, que lleva tres años viviendo en la ciudad, le gusta mucho andar. Dice que no perdona su paseo de las mañanas, llueva o haga sol, y desde el principio la patada al muro es algo que le ha llamado la atención. «Siempre veía a la gente tocar la pared al final del rompeolas. Me imagino que lo harán como una forma de marcar que el camino termina ahí, y yo ya me he acostumbrado a hacerlo».

Algo parecido opina Juan. Charlando con un amigo en el embarcadero de San Guillén, cuenta a sus 80 años que está convencido de que «los paseantes hacen ese gesto como una manera de llegar a la meta». Asegura incluso que «la gente camina más deprisa para tocar el muro, y una vez dada la patada, se relaja».

Variedad en las opiniones de personas que, aunque ciertamente no saben por qué se da la patada al rompeolas de Castro Urdiales, siguen haciéndolo, convirtiendo este acto en algo más que un simple gesto.

Ya sea por costumbre, por tradición o deseo de buena suerte, todo aquel que pisa el rompeolas termina dando la patada, haciendo que perdure en el paso de los años de esta ciudad marinera.

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