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Ruth Beitia, cántabra del año

El esfuerzo, la perseverancia y unas cualidades físicas excepcionales han hecho de la cántabra la mejor atleta española de todos los tiempos | El Diario la nombra ahora Cántabra del Año

José Ahumada

Santander

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Jueves, 12 de abril 2018

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A la hora de elaborar la biografía de un personaje se suele buscar el detalle que dé sentido a todo, la anécdota que pruebe que ese destino ya estaba escrito. Para el caso de Ruth Beitia resulta muy útil referirse a su primer encuentro con Javier Sotomayor. El campeonísimo cubano de salto de altura vino a Santander a dirigir un curso intensivo y, después de observar a aquella niña larguirucha de once años que practicaba atletismo con empeño le dijo «serás saltadora», o algo parecido. Es de suponer que Ruth, que con el tiempo terminaría siendo amiga de Sotomayor, le preguntase alguna vez si es cierto que en aquella ocasión vio algo o si se trataba de un truco que utilizaba habitualmente para motivar a los chavales.

Sin desechar ese momento mágico, resulta más razonable empezar a construir la trayectoria deportiva de Ruth Beitia (Santander, 1979) sobre la base más firme que le proporcionó su familia. Sus padres, José Luis y Aurora –dependiente de ferretería él, ama de casa ella–, siempre fueron unos enamorados del atletismo y se emplearon a fondo en transmitir esa afición a sus cinco hijos: aquellos desplazamientos de toda la familia, incrustada en un Renault 12 familiar, rumbo a alguna prueba –ambos eran jueces de competición–, forman parte de los recuerdos de infancia de Ruth (y de José Antonio, Joaquín, David e Inmaculada, sus hermanos).

Empezó haciendo lo que veía, correr, y se le daba bien. Llegó a ser campeona regional de cross. La verdad es que esas piernas tan largas valían para todo: velocidad, vallas, longitud, triple... Probó la altura por su hermano mayor, José Antonio, a quien un joven e inspirado entrenador, Ramón Torralbo, había ayudado a proclamarse campeón de España junior.

La relación de Ruth con Torralbo empezó entonces, en 1990. A él no le hizo falta que Sotomayor le dijera que ahí tenía una deportista con cualidades extraordinarias, porque fue el primero en darse cuenta. Se puede decir que iban aprendiendo juntos: Ramón se fijaba en otros técnicos, probaba cosas y enseguida obtenía resultados con su pupila.

El resto del mundo tardó un poco más en enterarse de lo que valía, aunque Ruth empezó a dar pistas rápidamente. Su subcampeonato de España absoluto, conquistado con 17 años, fue una de ellas. Después vinieron el récord nacional, las internacionalidades... Así llegó el verano de 2001 y un viaje a Ámsterdam para disputar el Europeo sub23. Su medalla de oro, además de inaugurar una serie interminable de triunfos, convirtió a Ruth Beitia en atleta de élite.

En 2003 voló por encima de los dos metros, una altura que hasta entonces ninguna otra española había alcanzado. Con el pasaporte para la Olimpiada en el bolsillo, probó en los Juegos de Atenas, donde no pudo llegar a la final. Como suele decirse, la experiencia de acudir era suficiente premio. Después de dejar en casa un par de récords nacionales –que ahí siguen para quien quiera batirlos: 2,01 metros en pista cubierta y 2,02 al aire libre–, volvió a probar suerte olímpica en Pekín. Se acercó un poco más y terminó séptima.

Aunque Ruth seguía centrada en el atletismo, ya empezaba a plantearse qué haría con su vida cuando todo eso concluyese. De ahí que, además de formarse como fisioterapeuta, aceptó la oferta de Ignacio Diego, a la sazón presidente del Partido Popular en Cantabria, para formar parte de su candidatura regional y sentarse en un escaño de diputada.

A la tercera debería haber ido la vencida: cuando participó en los Juegos de Londres, en 2012, era suficientemente veterana para saber cómo funcionaba la competición y sus marcas le permitían formar parte del grupo selecto que lucharía por el podio. Lo acarició hasta el final. Después de superar a la primera los dos metros, esa barrera que separa a las superclase de las demás saltadoras, parecía que era sólo cuestión de esperar. Pero un sorpresivo 2,03 a cargo de la norteamericana Brigetta Barrett deshizo el ensueño. Cuarta.

El resultado le supo a derrota y le hizo reflexionar. ¿Realmente merecía la pena esa existencia espartana? ¿No eran suficientes dos décadas de entrenamientos extenuantes, de tensiones y dolores? A fin de cuentas, ella tampoco pedía tanto: más tiempo libre, tumbarse en la playa, patinar, ir de viaje, quizás tener hijos... Todo a su alrededor parecía decirle que lo dejase, y ella obedeció, a pesar de que su cuerpo no estaba de acuerdo. Era una vocecita interior que no callaba, y además estaba cargada de razones: «Sigues teniendo becas, has hecho tu mejor temporada, esto es lo que más te gusta del mundo...». Aguantó dos meses antes de volver a saltar, pero cuando regresó ya no era la misma Ruth. Ya no había dudas ni ansiedad: ella sabría cuándo decir 'basta'.

La siguiente escena tiene lugar en Brasil cuatro años después. Ruth Beitia prepara su salto. Murmura y se da ánimos, visualiza el vuelo sobre el listón, se balancea, extiende el brazo y mueve los dedos como si tocase el piano. Supera a la primera el 1,88, igual que el 1,93. Y también pasa por encima del 1,97. Hay otras tres saltadoras en la pelea, Demireva, Vlasic y Lowe. La barra sube a dos metros. Ruth conoce esa altura, la ha visto desde arriba unas cuantas veces, pero esta vez se le resiste y no puede con ella. No tiene más remedio que quedarse a ver qué hacen sus adversarias que, una tras otra, caen derrotadas por el 2,00 empujándola con cada fallo a un escalón más alto del cajón. Oro.

Después de alcanzar la cumbre, la existencia de Ruth inició una suave y cómoda trayectoria descendente: satisfecha y descargada de responsabilidad inició la cuenta atrás para su retirada, que llegó con naturalidad en 2017. Se le escaparon algunas lágrimas cuando lo anunció, pero había emoción, no dramatismo. Ahí terminaban 27 años de entrenamiento y se cerraba el contador de medallas con 36 oros, 15 platas y 7 bronces. Empezaba otra etapa mucho más tranquila, con todo lo que llevaba años anhelando: más tiempo libre, tumbarse en la playa, patinar, ir de viaje, quizás tener hijos...

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