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Un operario trabaja en el escenario del Palacio, de 500 metros cuadrados, para preparar el montaje de una función esta misma semana.
25 años para afinar el Palacio de Festivales

25 años para afinar el Palacio de Festivales

Su historia está llena de anécdotas: no había foso para una orquesta, las butacas no tenían espacio suficiente para las piernas y el acceso oficial a la sala Argenta nunca se usó

Marta San Miguel

Miércoles, 27 de abril 2016, 19:47

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La anécdota se remonta a 1991. Javier Sáenz de Oiza estaba a punto de inaugurar el único teatro que haría en su trayectoria como arquitecto: el Palacio de Festivales, que después de seis años de obras y un presupuesto que había pasado de los 800 millones de pesetas iniciales a los 7.500 que al final costó, se enfrentaba a la lógica tarea de llenar de contenido su escenario. Y ahí comenzó la odisea. El equipo encargado de hacerlo estaba formado por Juan Calzada, Román Calleja, Linne Kurzeknabe y Javier Ontañón. Un día se reunieron con el arquitecto y le preguntaron por el edificio, por qué había hecho un escenario sin foso para la orquesta, una entrada a la sala Argenta inviable y otras tantas cuestiones que hacían desafinar la puesta en escena del emblema de la cultura cántabra. El navarro, que se había pasado años discutiendo las peticiones y exigencias del entonces presidente de Cantabria, Juan Hormaechea, pareció claudicar y les dijo: «Yo he hecho un pato: vuela, pero hay aves que vuelan mucho más alto. También nada, pero los peces nadan mejor. Y camina por la tierra, pero hay animales que lo hacen más rápido». La frase la recuerda hoy riendo Juan Calzada, el que fuera director del Palacio desde 1995 hasta 2012. «¡Es buenísima!», sostiene, pero detrás de su risa no está sólo lo acertado de la metáfora sino el regusto que deja haberse enfrentado a la inauguración de una mole de 25.000 metros cuadrados que tenía de todo menos lo necesario para albergar representaciones culturales. O al menos, no en las condiciones técnicas que eran indispensables.

«Fueron seis meses de encierro en un piso de la calle Juan de la Cosa porque no había ni oficinas», dice Calzada. Pero al final, un lunes 29 de abril de 1991, la orquesta King's Consort interpretó el 'Joshua' de Haendel y estrenó oficialmente el Palacio de Festivales de Cantabria. Desde entonces, el edificio no ha dejado de cambiar, de adecuarse, de responder; un edificio enorme, raro, lleno de pasillos que discurren simétricos pero con dos ascensores (uno a cada lado) con niveles distintos y hasta diez pisos si se llega a su parte más alta, el 'peine'.

La construcción del Palacio fue una polémica constante: la estética del edificio y sobre todo su ubicación, encajada en una zona que no permite verlo desde la perspectiva que el diseño de Oiza requería, pusieron en solfa el edificio. Además, las obras se alargaron sobremanera pero más aún su presupuesto: «El edifico es único pero su planteamiento pensaba más en la arquitectura y requirió convertirlo en un espacio para las artes », es decir, ponerle ruedas al coche.

La entrada para Telecinco

Empezaron por el principio, por la misma entrada, ya que según estaba proyectado el acceso se hacía por la larga escalinata desde Gamazo y continuaba, una vez dentro del edificio, con más escaleras hasta surgir por debajo del escenario al interior de la sala Argenta. De esta manera, el público accedía por el foso, es decir, ante las primeras filas del patio de butacas. «Eso era del todo inviable», dice Calzada abriendo los ojos aún asombrado de haberse proyectado semejante acceso. «¿Te imaginas 1.500 personas saliendo de un concierto entre los músicos?». Nunca se usó, más allá de esa vez, pocos meses después de la inauguración, en la que lo hicieron las Mama Chicho con sus bikinis, dentro de una gala de Telecinco.

«Al principio no nos dejaban ni clavar en el suelo: no sabían que un teatro es un taller en el que en vez de fabricar tornillos fabricamos sueños», dice Calzada, que también recuerda hitos del edificio que son, en definitiva, excentricidades como por ejemplo abrir el trapecio de la fachada sur para que el fondo del escenario dejara ver la Bahía de Santander. «Sólo se ha usado una vez, en un ballet de Nacho Duato», recuerda Gema Agudo, responsable de Prensa del Palacio desde los inicios. Aquella era una idea hermosa pero, ¿cómo interpretar música sin insonorizar el espacio?, ¿cómo hacer cualquier montaje si la oscuridad es la cualidad indispensable para iluminarlo?

La luz fue precisamente otro caballo de batalla, sobre todo con el telón de las patas del escenario, de un rosa palo que hubo que cambiar por el actual azul oscuro, así como el tono de las butacas, gris tan claro que a una artista, María del Mar Bonet, le impresionó antes de salir a escena lo visible que quedaban sobre ellas los huecos vacíos. Lo habitual en cualquier teatro es que sean oscuras, pero en el Palacio, entonces, nada era lo habitual, como el hecho de poner más butacas de las que cabían: «La primera vez que entré en el edificio, me senté y comprobé que no me entraban las piernas. Tuvimos una polémica tremenda y hubo que cambiar la distancia entre las filas y perder aforo». Lo recuerda Rafael de la Sierra, entonces consejero de Cultura en el Gobierno de Gestión que ocupó el poder entre la moción de censura y la reelección de Hormaechea.

Al cerrar el paso desde Gamazo surgió la Sala Griega, un espacio que se usa para conferencias, ruedas de prensa, conciertos y festivales, y que se suma a la sala Pereda, que no estaba prevista en el diseño inicial. Para hacerlo hubo que dinamitar una enorme roca que había en el suelo que hoy ocupa el Palacio. De hecho, su escenario está bajo el nivel del mar y fueron los propios técnicos del Palacio los que hicieron la concha acústica que se utiliza en ella. El proyecto inicial preveía un gran auditorio para música clásica, de ahí las limitaciones con las que ha tenido que lidiar el equipo técnico para acondicionar la Argenta y convertirla en ese 'pato' del que habló Sáenz de Oiza que vale para todo: no estaba equipada para obras de teatro, musicales ni para montajes de ópera. E incluso la zona de carga y descarga era un despropósito.

El montacargas inviable

Esa fue otra de las grandes trabas para el funcionamiento del Palacio: su ubicación y funcionamiento. Inicialmente estaba en la pared que mira hacia la Cuesta del Gas (hoy tapada por el cartel de la programación). «Había que bajar el material en un montacargas, recorrer más de cien metros, y volver a meterlo en otro montacargas para llevarlo hasta el escenario de la Argenta». Aquello no sólo era «inviable», sino también incómodo, y doblaba el tiempo y esfuerzo que requerían los montajes. Así surge el actual sistema, en la fachada opuesta, que con un montacargas llega directo el escenario.

Otra de las decisiones que han marcado el Palacio fue la creación de un foso para las orquestas. Al no existir uno (era la entrada que nunca se iba a usar), la programación de óperas quedaba condenada. Y ahí entra el ingenio del que fuera jefe técnico del Palacio, Paco del Castillo: se quitaron las dos primeras filas, y en el hueco que dejaban las escaleras «retráctiles» (se esconden bajo el patio de butacas), se creó un sistema de plataformas de quita y pon sobre las que, en distintos niveles, se ubican los 'profesores'. Hoy en día no se puede hacer un Wagner, pero sí óperas de Verdi o Puccini, que requieren unos 60 músicos.

«Por dentro es un edificio maravilloso, un equipamiento cultural que ya querrían otras ciudades, sin embargo ha habido que crearlo con el tiempo y lo hemos hecho entre todos; los que estuvimos, los últimos que han estado y los que están», dice Calzada. Porque el edificio y su dotación escénica, que ha llegado con el tiempo, ha generado un efecto directo en la región. Por ejemplo, al panelar un enorme espacio diáfano y sin uso asignado se habilitó la Escuela de Arte Dramático, cuna de actores, y de donde han salido el grueso de compañías y salas que operan hoy en la ciudad. Además, consiguió desestacionalizar la oferta escénica, centrada en el verano. Porque esto, y la evolución del FIS al dejar la Porticada (y que permitió empezar a traer grandes montajes al tener infraestructura donde hacerlo) está entre las consecuencias que el Palacio ha provocado en la región. Con los años, la obra de Oiza se ha afinado aunque no se sepa aún si es un león patas arriba lo que saluda desde el agua.

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