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Enrique Larroy (Zaragoza, 1954) muestra en Siboney el proyecto titulado 'Salta a la vista'.
Las huellas de Cantabria en la feria
ARTESANTANDER

Las huellas de Cantabria en la feria

Un itinerario por propuestas variadas, en todo tipo de soportes, que no olvidan la doble finalidad comercial y cultural de esta gran cita del verano santanderino

GABRIEL RODRÍGUEZ

Lunes, 18 de julio 2016, 08:06

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Se cumple el 25 aniversario de una feria consolidada, atractiva y competitiva, enraizada en el tejido cultural de la ciudad. Artesantander tiene su propia personalidad como feria tranquila, paseable, que permite una reflexión pausada, profunda, frente a la obra de cada artista: sólo proyectos. El estand como lugar en el que es posible el encuentro, el recogimiento, el descubrimiento. Seis galerías de Cantabria, más otras dos con obra de artistas cántabros. Propuestas variadas, en todo tipo de soportes, que no olvidan la doble finalidad comercial y cultural de esta gran cita del verano norteño.

Feria, celebración, que se extiende por toda la ciudad con las exposiciones paralelas en las galerías, museos, instituciones, con el programa 'Visiones Urbanas' que aparece como una sorpresa en rincones señalados, o con el curso sobre coleccionismo organizado por la UIMP y la Asociación de Coleccionistas '9915'.

Al deambular por la feria, el paseante desprevenido queda atrapado, en el Espacio Alexandra, por la obra de Judas Arrieta (Hondarribia, 1971), una caverna saturada por la pintura mural, los lienzos, los dibujos, las tablas de skate, las figuras reales. Trabaja por superposición, contacto, proximidad, en un territorio primitivo, no orientado, al margen de cualquier código de traslapo: las figuras se invaden unas a otras sin el más mínimo respeto a su integridad física. Los letreros, rótulos invertidos, números, bocadillos de cómic, que pueblan tanto el muro como el resto de las obras, nos envían mensajes tópicos, críticos, irónicos, en los más variados colores y tipografías.

El color es saturado, primario, con abundancia de verdes y amarillos ácidos. Los personajes, los motivos, vinculados al mundo del grafiti, del cómic, del manga, se relacionan en una orgía apasionada por medio de metáforas, nexos visuales, enlaces, continuidades cromáticas, que saltan de los lienzos a la pared, a los dibujos o a las figuras: todo se mueve, todo se toca.

Son figuras en las que se percibe una cierta nostalgia del pasado cercano, barrido por el empuje de una inclemente actualidad. Cada figura, en su mundo, en su escala, en su color, señala su personalidad unívoca inmersa en el conjunto de una selva exuberante. Es una obra total, relacional, envolvente, en constante evolución, que se prolonga por todo el estand como se prolonga por su autor.

La galería Espiral presenta el proyecto titulado 'Tiempo de luz', de José Carlos Balanza (Logroño, 1958). El título hace referencia al tiempo que la luz tardaría en recorrer los espacios vacíos de la obra, para, de forma paralela, señalar otros dos tiempos: el periodo lento de realización, y el tiempo pausado de recepción. Los títulos de cada pieza aparecen como una cifra de segundos-luz, es decir, una distancia.

El autor, de forma más poética que científica, lo que ha hecho ha sido calcular el tiempo que la luz tardaría en atravesar todos y cada uno de los cubitos imaginarios de un centímetro de lado que podrían ocupar el espacio residual de cada escultura. Planteamiento que se prolonga en la forma lineal, reiterada, de construir sus esculturas con varillas de hierro, para crear un espacio sutilmente curvado, pesado, unitario, a la vez que compuesto por el recorrido marcado por esos trazos de metal. La exposición se completa con una serie de obras de pequeño formato, realizadas con la misma técnica, que tienen connotaciones de ménsulas, ropajes escultóricos, elementos mínimos arquitectónicos.

Estela Docal

Los sueños, las pesadillas, el terreno inestable que se abre entre el sueño y la vigilia, los seres naturales lejanos, frágiles, que, por estar próximos al espacio imaginario, pueden atravesar la puerta de 'pulimentado cuerno', como dice Penélope, la esposa de Ulises, para dejarnos el conocimiento de cosas reales que llegarán a verificarse: estos son los temas que nos propone Yolanda Novoa en el espacio de la galería Estela Docal.

Papeles delicadamente recortados, pintados con acuarela, superpuestos en varias capas, levantados, con láminas translúcidas incrustadas, dan forma a hongos, hojas, frutos desconocidos. Los fondos que vemos a través de los cortes, los núcleos, los peciolos, las volvas de los hongos, aparecen con una textura gruesa, celular, carnosa.

Las distintas capas de papel, las sombras dibujadas o reales, crean un espacio de sospechas entre lo real y lo imaginario, entre la realidad diurna y los frutos soñados. Cada figura está formada por un pequeño laberinto orgánico. Y por un laberinto conceptual.

Yolanda Novoa abandona el trazo nítido que delinea la realidad simbólica bajo la luz solar, para buscar el temblor, la transitoriedad de los seres naturales que solo han sido tocados en la penumbra, frágiles, inestables, complejos.

Un rectángulo con dos agujeros se ha convertido en un rostro que nos mira: para empacar, una historia de cajas de papel pintadas.

Rui Pedro Jorge (Lisboa, 1987) presenta, en la galería JosedelaFuente, una serie de pinturas minuciosas, acrílico sobre lienzo, en las que vemos un montón de cajas apiladas, una composición geométrica nada inocente: esos objetos inertes nos observan.

Es un trabajo que trata sobre la tensión antropomorfa, sobre la necesidad intensa de dar forma, y de reflejarnos en el objeto que miramos, en el cuadro que nos mira. La acción parte tanto del cuadro como del receptor. Conversaciones, complicidad, miradas recíprocas entre una caja de cartón con dos agujeros que se han convertido en ojos y el diletante que la observa.

¿Qué miran esos personajes de cartón? ¿Qué podrían estar pensando? El trabajo de Rui Pedro Jorge parte de la idea de la deriva urbana (post-situacionista), del paseante abierto a las solicitaciones del entorno, permeable a las señales mínimas, marginales, dispuesto a dejarse impregnar por los cambios sutiles.

En el exterior del estand, vemos el lienzo que da origen a la serie, que evoluciona del paisajismo residual a la frontalidad. El paisaje ortogonal, urbano, reglado, tiembla y se agita, se humaniza y nos mira. Incluso cuando el autor fuerza la propuesta al límite, cuando nos provoca con dos agujeros-ojos duplicados, nos negamos a abandonar la idea de la presencia del otro que nos mira. En 'Los viajeros mareados' (2016) unos pequeños bordes rotos en la ranura-asa-boca de la caja convierten, dotan al rostro imaginario de una expresión dramática.

Juan Silió

La galería Juan Silió se ha llenado de los pequeños, vulnerables, tiernos, dispositivos electrónicos, recuperados de los almacenes de desechos, que sirven de soporte al proyecto 'Small Data', de Daniel Canogar (Madrid, 1964).

Los objetos de basura tecnológica cobran vida, renuevan su ciclo vital por medio de la interacción con una proyección cenital. Es un trabajo de arqueología industrial, de recuperación de objetos cotidianos, que busca reflexionar sobre lo que han significado, sobre su importancia y su obsolescencia.

Hasta hace muy poco, actuaban como prótesis, ingenios de memoria externa, prolongaciones de nuestro cuerpo y de nuestra mente, como una parte de lo que éramos que ha sido abandonada. Los juegos que nos ofrecen ahora, llenos de ironía, humor, de relaciones causales sorprendentes, provocan el recuerdo de un pasado cercano de relaciones íntimas, incluso afectivas.

Despiezados, descuartizados, quedan abiertos mostrando la sinceridad de sus intestinos. Podemos observar una relación ambivalente, de angustia por la pérdida reciente, por los actos reflejos de la memoria táctil perdida, por el ciclo demasiado rápido de las obsolescencias, a la vez que una alegría infundada al ver a esos desechos cobrar una nueva vida independiente, como si la prótesis separada del cuerpo se hubiera animado para mostrar su personalidad oculta.

Siboney

Enrique Larroy (Zaragoza, 1954) muestra en la galería Siboney el proyecto titulado 'Salta a la vista', una intervención sobre las trampas perceptivas, sobre las paradojas de la pintura entre su apertura como ventana, su función como espejo y su literalidad material.

Con un sentido escenográfico, conjuga pintura mural, fotografía y pintura sobre lienzo, para crear un territorio sospechoso, perspectivas engañosas, visiones incomodas. La exposición se completa con tres obras de la seria 'Especular' y dos telas: 'Mascarón' y 'Funámbulo'.

Es un trabajo de formas geométricas, límites duros, colores saturados, sugerencias de espacios industriales, diseño de interiores, arquitecturas de percepción ambigua. En los cuadros de acrílico y óleo, hay brillos metálicos de colores saturados, juegos entre lo estable y lo desequilibrado, ambigüedad entre el acabado manual texturado y el aspecto industrial mecanizado, entre lo figurativo y la abstracción geométrica.

Los bordes, los límites entre las formas, ponen de manifiesto las numerosas capas superpuestas, un trabajo minucioso a la vez que empastado, todo lo cual sirve para incrementar los juegos de ambigüedad perceptiva planteados.

Otras estancias

Además, están presentes dos galerías que exponen a creadores de Cantabria. Un gran lienzo de Juan Uslé (Santander, 1954), titulado 'Soñé que revelabas (Zambeze)' (2016), preside el espacio de la galería Moisés Pérez de Albéniz. Es una obra transparente, diáfana, acuática. Una ribera, un paisaje, una acumulación celular: azul intenso del cielo, tierra de la ribera, frontera de la orilla, verde del río.

Es un lienzo muy cambiante en la distancia, como corresponde a una obra de dimensión fraccionaria, de belleza fractal, que podemos observar en, al menos, cuatro niveles: la estructura lineal de las grandes franjas de distinto color, dentro de las cuales vemos los trazos prolongados del grosor de un brochazo, en cuyo interior habitan las franjas lineales verticales producidas por el ritmo pulsante dentro de cada trazo gestual, y las líneas de cada cerda, de cada pelo del pincel en el marco de cada pulsación, hasta llegar a nuestro limite perceptivo. La misma estructura repetida a cuatro escalas diferentes, conjugadas.

Es una obra de colores desaturados, nocturnos, un suceso pictórico y corporal que deja su huella como una radiografía o un electrocardiograma, un texto como tejido caligráfico, como manta o página de una escritura anterior a lo simbólico. Son trazos que describen a la perfección, como un sismógrafo, los pulsos del autor (2001).

Las pequeñas acuarelas son como un diario de apuntes, reflexiones, notas. Tienen la sobria fascinación de los pequeños sucesos, de las anotaciones de lo singular relevante.

Materna y Herencia

Por último, Bárbara Rueda y Corina Yllera comparten el espacio de la galería Materna y Herencia. Bárbara Rueda nos ofrece la serie 'Detroit', imágenes fotográficas sobre el abandono, la destrucción lenta de las grandes fábricas de automóviles, sobre los golpes que el paso del tiempo va asestando a unas estructuras que eran símbolo del progreso.

Imágenes cercanas, tomadas con una distancia focal corta, que acentúa la perspectiva y el carácter desequilibrado de lo que eran sólidas estructuras ortogonales.

Tienen la belleza de la distopía, del desastre anunciado, el carácter pictórico de las texturas del deterioro, la soledad y el misterio de las nieblas inclementes.

Por su parte, Corina Yllera presenta una serie de bosques, representaciones texturadas, preciosistas, de una naturaleza romántica y misteriosa. Es un trabajo en el que se mezclan dos imágenes de distinta naturaleza, engarzadas conceptualmente.

Sobre la fotografía del tejido de ramas del bosque, plano, obscuro, monocromo, extiende la trama de una tela real que ha teñido con tintes naturales, obtenidos de cortezas, bayas, frutos. Para, al final, refotografiar e integrar las dos imágenes, de modo que al dibujo de las formas delineadas por la vegetación se suman los volúmenes de la tela, sus colores y sus rugosidades, formando una figura misteriosa y ambigua, de límites imprecisos.

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