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Marcel Duchamp y Robert Lebel, Eau et gaz à tous les étages, Sur Marcel Duchamp, Trianon, París, 1959.
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Si la regla era no tener reglas, ¿cómo puede una exposición contar el dadá? Cinco claves guiarán al público

Marta San Miguel

Viernes, 5 de agosto 2016, 19:08

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Da lo mismo lo que escriba: esta página cuenta algo que «no tiene ninguna importancia» aunque, paradójicamente, ahí esté su cualidad imprescindible. No importan estas líneas, la tinta es efímera, y hoy es viernes y pasará el día, y este papel se guardará y en unos años será amarillo y, con suerte, algún coleccionista de legajos lo guardará y con el tiempo alguien verá cómo se hacían las cosas que estaban llamadas a ser importantes pero igualmente pasaban como pasa lo superfluo. Este viernes, 5 de agosto, puede ser un día dadá, un día para hacer del periódico un manifiesto y no tanto un compendio de manifestaciones para celebrar cien años de una revolución artística. Si el dadaísmo es inabarcable, inclasificable e incorregible, ¿cómo acercarse entonces a través de una exposición?¿Es posible ordenar su irreverencia entre cuatro paredes?

Se impone para ello un tanteo, como un bastón que a golpes muestra al ciego la dimensión de lo que pisa. Para empezar, el centenario del movimiento. La exposición que se muestra en Santander pone un espejo sobre la actualidad y ofrece una verdad ante la autoridad de las formas. Basta con recordar las palabras de Tristan Tzara para averiguar lo idóneo de alargar de vez en cuando las riendas estéticas de la cultura. Decía: «No estoy ni por el pro ni por el contra, y no quiero explicar a nadie por qué odio el sentido común». En su primer manifiesto pontificaba la palabra restándole toda importancia, y así siguieron él y el resto de autores que con sus términos y pliegos configuraron las bases de un pensamiento ramificado en volutas ideológicas. Esos son precisamente los materiales gráficos que hoy en día configuran la esencia del -ismo más loco: un legado artístico que celebra cien años desde su provocativa subversión, y que salen en busca del público desde los fondos del Archivo Lafuente. La muestra se compone de noventa y dos piezas (de los casi doscientos ítems que lo forman) entre grabados, carteles, revistas, libros, catálogos y panfletos en el Palacete del Embarcadero. En este momento, piezas del Archivo Lafuente están en el MoMA de Nueva York en la exposición temporal titulada Génesis Dadá que conmemora el aniversario, de forma que la de Santander será la única exposición dedicada al dadaísmo que se celebrará en España durante el centenario.

De ciudades a nombres

La muestra se articula en cinco lugares geográficos y cinco nombres claves, como un mapa donde poner cierto orden a la eclosión de letras y formas. El primero es Zurich y el Cabaret Voltaire, que han pasado a la historia por ser la génesis dadá. En este apartado se presta especial atención al material producido durante los años 1916 y 1917, y en ella destaca la figura del arquitecto Marcel Janco, como pionero y actor principal de esta época.

En segundo lugar surge Berlín: es el dadá más político y de mayor crítica social a la situación vivida al final de la primera guerra mundial. Sus principales actores fueron Raoul Hausmann, John Heartfield y George Grosz , del que se despliega en la pared una carpeta de nueve grabados. En tercer lugar, la muestra mira hacia Hannover con Kurt Schwitters, figura histórica, dadaísta y constructivista a la vez y creador de la obra Merz. En cuarto lugar, la muestra se abre a Nueva York y Barcelona con Picabia como artífice. Picabia ya trabajaba en la revista 291, editada en Nueva York y dirigida por Alfred Stieglitz antes de que surgiera el dadaísmo, y que pretendía ser una obra en sí misma. Picabia se instala en Barcelona donde publica 391, que se convirtió en uno de los emblemas más característicos del espíritu dadá.

Por último, la muestra se asoma a Marcel Duchamp. A pesar de que nunca se postuló como dadaísta, fue «señuelo» de los movimientos neodadaístas como el pop art o el arte conceptual por algunos pintores norteamericanos que deseaban sacudirse la influencia del surrealismo sobre el expresionismo abstracto, y se fijaron en algunos episodios de los orígenes de las vanguardias, interesándose así por el dadaísmo. En Nueva York estaba Marcel Duchamp, y la cercanía y la necesidad hicieron el resto.

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