Otra forma de bailar flamenco

Lejos de la muerte y la sangre que predominaba en sus anteriores trabajos, Galván reconoce que en este último espectáculo hay «mucha alegría», lo que le permite moverse con más libertad, empleando el cuerpo y los gestos con un tono más relajado y desenfadado. «Mi cuerpo y mi mente provocan un baile diferente, sin dar tanta cabida al rictus o al sentido trágico de la vida», ha señalado el bailaor. Sobre la coreografía, ha señalado que en esta ocasión tiene más en cuenta a los artistas con los que comparte escenario, con los que existe una mayor interacción y que todo ello es una pista de por dónde irán sus próximos proyectos.

Ganador de numerosos premios -entre ellos el premio Max, el galardón más importante de teatro en España- Galván reconoce que los reconocimientos son «una satisfacción», pero que los disfrutan muchísimo más su familia y gente cercana. El bailaor ganó notoriedad en 1998 con su espectáculo '¡Mira! Los zapatos rojos' y desde entonces se fueron sucediendo éxitos como 'La metamorfosis' (2000), 'Arena' (2004), 'La edad de oro' (2005), 'El final de este estado de cosas' (2008) hasta 'La curva' (2011) y la trágica 'Lo Real' (2012).

Pese a los años de experiencia, este sevillano considera que cada vez que hace algo nuevo, su primer crítico es él mismo: «El que más presión ejerzo soy yo», reconoce quien añade que nunca termina de ver cerrado del todo cada espectáculo. Aunque ha reconocido que «dar finalmente con la tecla y cerrar el círculo de lo que quiere expresar en cada obra es su mejor premio.

Israel Galván ha huido siempre de la fusión, «una extraña categoría musical llena de obviedades». Lo suyo es el montaje, como en el flamenco de siempre y como en la cinta cinematográfica. Saber componer con trozos y pedazos. Es verdad que Israel Galván arrima otras referencias: no es Tárrega quien se asoma en la rondeña, sino Ligeti, ni es Albéniz quién abre la granaina sino Luigi Nono. Pero el sentido es el mismo. Se trata de música flamenca en su estado primigenio, todavía en ebullición, antes de que comenzaran las pétreas cristalizaciones.

Muchas veces se habla de que Israel Galván juega con total libertad con los elementos propios del flamenco. Exageradamente se ha hablado, a la vez, de deconstrucción y de constructivismo. Y algo de eso hay, no sólo en el propio Israel Galván sino en el mismo flamenco. De forma casi milagrosa un grupo de artistas, casi en los márgenes de la sociedad, supieron integrar partituras olvidadas con ritmos cubanos, viejas melodías y tambores africanos. Pues aquí está, una muestra más. Quizás se haya cambiado el orden de las sílabas, pero sigue siendo flamenco.

En este último montaje, que estrenó en 2014 en la Bienal de Flamenco de Sevilla, en el Teatro Lope de Vega, explica que «vamos al grano. La música, ese es el argumento. La música que ha sonado, a lo largo y a lo ancho, en las propuestas escénicas, aligeradas ahora de tramas, de libretos y de teatro. Solo la música». El espectáculo busca eso, adelgazar de cualquier gravedad uno de los hallazgos más luminosos de los espectáculos de Israel Galván: el sonido. Porque en el baile de este sevillano, el cuerpo es un instrumento. No sólo de percusiones, también de viento, metales, cuerda y es el cuerpo el que habla.

Israel Galván recibió el Premio Nacional de Danza 2005 en el apartado de 'Creación' por su capacidad de generar una nueva creación en un arte como el flamenco sin olvidar las verdaderas raíces que lo han sostenido hasta la actualidad y que hacen de él un género universal». Hijo de bailaores, desde los cinco años vive de manera natural los ambientes de tablaos, fiestas y academias de baile a los que acompaña a su padre.

Pero no fue hasta 1990 que encontró su vocación por el baile. En 1994 se incorporó a la Compañía Andaluza de Danza, dirigida por Mario Maya y ese fue el comienzo de una carrera imparable de proyectos y premios que la crítica internacional ha elogiado.