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Visionario

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Höller pone en cuestión el objeto de obra de arte, como algo terminado y expuesto a la contemplación visual

mónica álvarez

Viernes, 16 de junio 2017, 16:58

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A falta de unos días para que se abran las puertas del largamente esperado Centro Botín en nuestra ciudad, me pide El Diario Montañés una reseña sobre la obra de Carsten Höller, uno de los artistas que se mostrará en las exposiciones inaugurales.

Ignoro qué obras del artista integran la muestra. Se ha anunciado que Höller ha creado varios trabajos nuevos para Santander. Aunque ya había visto alguna obra suya en exposiciones colectivas y, por supuesto, la instalación que aparece de vez en cuando en los Jardines de Pereda, lo que puedo contar sobre este artista alemán nacido en Bruselas en 1961 y residente en Suecia y Ghana, lo aprendí en su magnífica exposición retrospectiva Doubt, comisariada el año pasado por Vicente Todolí en la fundación Pirelli HangarBicocca de Milán, una exposición impactante por su formato y calidad, en la que comprendí muchas cosas sobre el artista y también alguna sobre mi misma.

Entre estas últimas, está la confirmación de que nunca practicaré espeleología. El diseño de la exposición milanesa incluía la decisión de iniciar el recorrido atravesando la obra Decision Corridors, 2015, una instalación constituida por un túnel estrecho y casi completamente oscuro que recorría una ruta incomprensible, con subidas y bajadas de nivel, suficientemente larga para confundir al visitante y sumirle en una desasosegante sensación de claustrofóbico arrepentimiento.

La obra me recordó el trabajo Haus u r (Casa u r), de Gregor Schneider, cuya manipulación de su propia casa en Rheydt (Alemania), cada vez más reducida y desprovista de objetos tiene la capacidad de dejarte indefenso frente a la adversidad, frente a la vida, literalmente helado. Pero el punto de partida de Höller es diferente, porque las luces intermitentes, los espejos, los columpios, los efectos ópticos y las distorsiones perceptivas de sus obras te recuerdan, cuando entras en una de sus exposiciones, al espacio lúdico, securizado de un parque de atracciones urbano, donde esperas, como mucho, subir a un tren de la bruja de sustos amables e inofensivos.

Las obras de Höller no se originan en el relato biográfico, arrancan de la experiencia social y nos conciernen a todos. Sumidas en la oscuridad del enorme espacio expositivo milanés, que ha conservado su configuración de hangar, yo no sentí ninguna atracción, sino un desasosegante sentimiento de vulnerabilidad, de dificultad física e indecisión. Este mundo artificial donde la diversión es aparentemente obligatoria nos confirma, desde luego, nuestra desprotección como individuos.

Höller ha utilizado en muchas ocasiones los efectos ópticos para crear obras cuya experiencia es obligatoriamente corporal. Por ejemplo, en Double Neon Elevator, 2016, una sucesión de tubos fluorescentes verdes forman una espiral de paredes luminosas. Los tubos se encienden y se apagan para crear una sensación de ascensión en un lado y de descenso en el otro, como si estuvieras en un ascensor. Debido a su transparencia y a los cambios continuos en la intensidad de las luces el espacio parece moverse y el espectador no encuentra asidero físico. Como Bruce Newman, Carsten Höller es un gran creador de espacios psicológicos a partir de habitaciones y pasillos luminosos habitualmente hostiles, extremos, que despiertan miedos personales, aprensiones sin causa concreta.

A propósito de su obra Flying Mushrooms, 2015, Höller que se doctoró en ciencias agrícolas confiesa su fascinación por la singularidad de las setas su forma, color, sabor y toxicidad. Compara su aparente inutilidad y sus poderes alucinatorios con el arte que también ofrece "nuevas visiones de la realidad". Höller pone en cuestión el objeto obra de arte, como algo terminado y expuesto únicamente a la contemplación visual. Todos los sentidos deben involucrarse. Sus instalaciones son aparatos donde las coordenadas espaciotemporales son continuamente retadas. El rol del espectador consiste en activar estos mecanismos para que sean capaces de generar sentido. Los museos, y la cultura en general, son desafiados como espacios para el entretenimiento. Las luces centelleantes son agresivas y las obras de arte, inicialmente confundidas con los cacharros de una feria de pueblo: carruseles, parapentes, laberintos, parecen a punto de ser desmontados. The party is over!

Es éste un artista que nos recuerda nuestra condición precaria y limitada, que nos enfrenta a lo incompetente de nuestros sentidos, y nos advierte que si nos fiamos a ellos es probable que nos desorientemos o desestabilicemos, que sintamos la opresión del confinamiento o el vértigo del vacío, que, preparados para divertirnos o más bien ser divertidos por otros caigamos en lo repetitivo, lo aleatorio, lo laberíntico, condiciones todas ellas que nos dirigen hacia la exasperación y el aburrimiento, la ira y la depresión, sentimientos peligrosos y prohibidos en nuestra sociedad, infantilizadora y acrítica.

En este pequeño repaso no han aparecido sino una pequeña parte de los intereses de Carsten Höller, que son tantos y diversos; desde la comunicación y el amor, al comportamiento animal, la arquitectura utópica, la memoria olfativa o la música congoleña. La exposición en el Centro Botín de Santander nos traerá, sin duda, buena muestra de ellos. Estamos impacientes.

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