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El buen juicio

La muerte de Forges pone a todos de acuerdo. Se va un atinado cronista de la actualidad que supo explicar la transformación del país en el último medio siglo desde el humor, que para él era «un bien democrático»

antonio corbillón

Viernes, 23 de febrero 2018, 09:28

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Quizás la genética, la de Antonio Fraguas de Pablo (Madrid, 1942), tenga la respuesta a la pregunta de cómo pudo ser capaz de explicar mejor que nadie y de un solo trazo la esencia peninsular durante el último medio siglo. Madrileño, de padre gallego y madre catalana (de origen donostiarra). Y casado con «una hernaniarra» (de Hernani, Guipúzcoa). Tan cosmopolita que su mote, Forges, traslación catalana de su apellido, también era válido en francés e inglés.

De esos genes nació un humorista gráfico que aplicó la dictadura de la síntesis para inventar personajes y «palabros» que retrataran al país, que definía como «este conjunto de pueblos bocazas, ruidosos, charlatanes, largones, chamulleros y farfulladores. La fuerza se nos va por la boca por mucho que hinchemos las narices».

De ese consanguinidad nacieron personajes como las aldeanas Cosma y Blasa, que pasaron de manejar las cuentas del rosario a descifrar los mensajes de whatsapp. O Mariano y Concha, esa pareja de escépticos burgueses atribulados por la dictadura del fútbol, de la estupidez colectiva o del simple aburrimiento vital. Sin olvidar a los náufragos que arreglaban el mundo desde su micro isla.

Un cáncer de páncreas dejó ayer a sus miles de incondicionales huérfanos de quien mejor les alegraba la mañana. Su legado, en forma de cotidianos tratados sociológicos en dos palabras, seguirá colgado en tablones, despachos y oficinas. Conjuro contra el mal rollo. Por ellos transitaba un lenguaje descreído y escéptico. Crítico y comprometido (‘Pero no te olvides de Haití’) pero sin faltar a nadie porque el humor era para Forges «un bien democrático».

«A mucha gente le sorprendería que Forges nunca contaba chistes». El bilbaíno Tomás Ondarra, jefe de Infografía de ‘El País’ (donde sus viñetas sentaron cátedra los últimos 23 años), revela esta confidencia. Ondarra atendía el envío puntual del dibujante, que incluso le adelantó «15 o 20 chistes, por si acaso» en previsión de que no pudiera cumplir. Tras dar el pésame ayer a la familia en el tanatorio de la M-30 de Madrid, Tomás recordaba a «la persona más inteligente que he conocido. Daba igual el tema. Podía hablar y dibujar de cualquier cosa».

Pero, aunque fue reconocido después como ‘honoris causa’ por las universidades de Alcalá y Elche, le costó acabar el Bachillerato. Segundo de una saga de nueve hermanos, su padre Antonio Fraguas Saavedra fue un polifacético escritor, dramaturgo, director de cine, periodista y alto cargo en el franquismo. Y su madre, un ama de casa profesora de francés.

«No perdamos la sonrisa porque es un arma muy poderosa»

Una encefalitis mantuvo encamado al niño Forges varios meses. Para romper el tedio, aprendió a dibujar sobre rollos de papel higiénico. En 1957 y con apenas 15 años estrenó vida laboral en la incipiente Televisión Española. La fortuna le concedió una fructífera segunda oportunidad en abril de 1959 cuando, tras pasar un año destinado en Barcelona, debía regresar a Madrid. Perdió el vuelo 43 de Iberia que se estrelló y mató a 28 personas. No tuvo igual suerte el gran gimnasta Joaquín Blume.

Chumy Chúmez y Hermida

Empezó a sortear tantas horas muertas como técnico de la tele con dibujos. Cuando le confesó a su padre su vocación, éste sólo le dio un consejo: «Sé original. Procura que se vea que la obra es tuya a 15 metros». Con la distancia del tiempo, el padre le pudo añadir unos metros más a su aviso. Sería igual de inconfundible.

Un día el humorista Chumy Chúmez (‘La Codorniz’) le dijo que a lo mejor se podía dedicar al dibujo. Con el tiempo se lo pensó mejor: «¡Para qué te diría yo nada!», sonreía al contarlo Antonio Fraguas. La oportunidad le llegó en 1964 de la mano de Jesús Hermida que le dio el espaldarazo para ver su primera viñeta impresa en el diario ‘Pueblo’. Después llegó un tránsito por periódicos como ‘Informaciones’, ‘Diario 16’ y ‘El Mundo’, por las principales revistas satíricas (‘Hermano Lobo’, ‘El Jueves’, ‘Por Favor’...), o de información (‘Interviú’, ‘Sábado Gráfico’, ‘Lecturas’), antes de recalar en ‘El País’.

«No sólo se me ha ido un compañero, se ha ido un amigo»

En toda su trayectoria, que supera las 100.000 viñetas (hay quien duplica este número), pervive un hilo conductor. El de poner ternura, comprensión y un punto entre canalla y protestón a los pasos agigantados con que la España recién emigrada del pueblo aceleró el ritmo y se plantó en el mundo de las nuevas tecnologías. De estas últimas era un gran defensor como lo prueba el más de medio millón de seguidores que consultaban su twitter para asegurarse una sonrisa con sus ocurrencias gráficas. Pero nunca dejó de dibujar sobre papel. El sonido de sus rotuladores inspiraba los textos de sus bocadillos de trazo grueso.

El cambio en España también fue el de su lenguaje, del que Forges fue un dinamizador. Defendía un castellano «vivo y en transformación», al que aportó palabras que hoy recoge el diccionario como ‘bocata’, ‘cubata’ o ‘muslamen’ («pero no ‘segurata’, que me la atribuyen y no es mía»). Los llamados ‘forgendros’ (sus creaciones personales) incluyeron el uso, sin pedantería alguna, de latinajos en superlativo como ‘celebérrimus’ o ‘misérrimus’. Sin olvidar sus particulares traducciones al castellano de términos ingleses, que le permitieron construir un ‘formidéibol’ (formidable) e inclasificable universo forgiano.

«Nos quedamos huérfanos de un referente. ¡Cuántas lecciones nos ha dado para nuestra vida individual y colectiva!»

casa del rey

Hace unos meses había cumplido medio siglo de matrimonio con Pilar Garrido Cendoya, una profesora con la que tuvo tres hijas y un hijo. Con ella publicó hace unos años ‘Del guateque al altar’, una divertida disección de las costumbres pacatas de la España de los sesenta. Algo parecido hizo con ‘Historia de aquí’ o ‘Los forrenta’, su particular resumen de los hechos nacionales. Son dos de los 30 libros que publicó, casi siempre ‘adelgazando’ la realidad con sus emotivos personajes.

En alguna ocasión ha recordado que llegó a necesitar escolta en sus habituales visitas a su familia política en Hernani. Una situación «in-con-ce-bi-ble», pues solía arrastrar las sílabas cuando quería ser muy preciso o quejarse de algo.

«¿Sabremos reírnos de nosotros mismos con tanto cariño e inteligencia como él?»

Forges solía decir que su mente era «como un pasillo en blanco lleno de ventanas. De repente se cuela algo por una de ellas. Ahí está el chiste». La realidad le impidió quedarse nunca en blanco. «En todo caso, me quedo rojiblanco», bromeaba para mostrar su amor, incondicional, al Athletic de Bilbao, «el único equipo formado sólo por españoles»... Y que cada cual interpretara. Para abrir esas ventanas madrugaba mucho. A las seis de la mañana ya estaba pendiente de los tertulianos para sacarles punta. Silbaba o cantaba para buscar una inspiración que no le impedía dibujar con sus cinco nietos zumbando alrededor de su mesa.

La conversación con Tomás Ondarra se produce mientras prepara la viñeta que Forges envió a ‘El País’ para que fuera la última. Publica hoy la despedida de su clase diaria de sociología nacional.

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