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Página de 'Siete vidas'.
Los humanos también tienen siete vidas

Los humanos también tienen siete vidas

Josep Maria Beà retrató la Cataluña postfranquista en una suerte de diario de gatos en mundos de hombres

Javier Bragado

Sábado, 1 de abril 2017, 00:39

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Los humanos también tienen siete vidas. U ocho. Todo depende del primsa para enfocar la vida. Así lo enfocó Josep Maria Beà (Barcelona, 11-3-42) hace 34 años en la revista Rambla que ahora ha recopilado Astiberri bajo el título global 'Siete vidas' en un cuidado volumen. El nuevo formato, más grande, permite disfrutar de la obra originada en sus tebeos para apreciar un tratado de picardía, filosofía e identidad con el que sumergirse como si fuera un viaje en primer persona al pasado en la biografía de otro.

Los trazos de Beà son tan detallados y sus historias tan cercanas al momento que para confundir ficción y realidad optó por que sus protagonistas fueran gatos enjaulados en vidas humanas. Sólo así puede el lector sospechar que las siete historias de muerte metafórica -nunca física, como adelanta Gatony, el protagonista- no son un diario estereotipado. Porque la duda no puede proceder de las semblanzas, esas historias que retratan a la Barcelona de los años ochenta del siglo XX salpicadas con ensoñaciones y fantasías. No hay posible discusión. Las aperturas y contrastes de mojigatos y aperturistas son tan verídicas como una radiografía que abarca a la Cataluña rural y urbana durante varias décadas.

«Si pones de protagonista a un animal elevarás la enseñanza e incluso a leyenda la más mínima de las leyendas», escribe el escritor Rubén Lardín en el nuevo prólogo sobre la herencia de Robert Crumb en el planteamiento de Beà. No hay moraleja, sino espejos de la sociedad de un autor que con 40 años moldea su propia magdalena proustiana. No hay melancolía ni optimismo en 'Siete vidas', sino estoicismo. Contiene la visión del trayecto a la adolescencia en la particular Cataluña ambientada con el papel de calco de la mente de un hombre sereno que no ha apuntado deudas sino vidas humanas cortadas con el patrón felino.

Las postales en blanco y negro que entrega Beà con cada viñeta son tan verídicas con sus precisas líneas que resultaba indispensable elegir animales antropomorfos para evitar que el ojo tratara de identificar a aquellos infantes y adultos. Así, la mirada se reparte entre las detallistas composiciones y los mensajes de esa infancia que puede ser del autor barcelonés, pero que se comparte con todos aquellos que pasaron por el trance de descubrir la vida en una nueva realidad. Él, que siempre ha considerado el guion más imporante que el dibujo, maneja las sombras en una luz que se mancha y oscurece en los instantes de desasosiego. Es otra ventana en la carrera del dibujante capaz de mutar mil veces durante su carrera, aunque siempre con el niño Beà en la espalda, aquel que intoxicó en su infancia por la tinta de sus adorados tebeos y que se ofrece en 'Siete vidas'.

El lector descubre en las seis vidas de Gatony (una es dedicada a un primo) disparos de realidad adolescente en que se abren los ojos al inocente. «Un tatuaje en el alma», avisa el protagonista en la primera historia sobre cada parcela. La prostitución, el sexo, la reputación, la religión, las apariencias, la picardía y los rescoldos de la Guerra Civil se suceden con la magistral narración del autor catalán. Al final, da tiempo a que los humanos vivan siete vidas. U ocho. Pero todas con la memoria moldeada por Beà.

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