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El poeta Luis Alberto de Cuenta, junto a la Puerta de Alcalá, en Madrid. Alberto Ferreras
Luis Alberto de Cuenca: «La corrección política está superando el fascismo y el comunismo»

Luis Alberto de Cuenca: «La corrección política está superando el fascismo y el comunismo»

El poeta recupera sus versos más modernos y urbanos en 'Se aceptan cheques, flores y mentiras'

Álvaro Soto

Madrid

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Domingo, 21 de enero 2018, 00:56

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El nuevo libro de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) no es una edición de tapas duras con eruditas notas a pie de página, sino un colorido volumen de Verso&Cuento, una editorial en la que publican muchos jóvenes poetas españoles. De esta forma, De Cuenca y su amigo Karmelo Iribarren, que escribe en el mismo sello, ejercen de 'padres' de unos veinteañeros que se están haciendo un hueco en la literatura. «No estaba acostumbrado a esta juventud, les llevo 40 años a todos, pero me siento más joven en su compañía», cuenta el premiado poeta, que lanza 'Se aceptan cheques, flores y mentiras', una recopilación de poemas modernos y urbanos, género en el que De Cuenca más disfruta.

Usted fue uno de los primeros poetas en bajar a la calle.

En 1985 publiqué 'La caja de plata' y la tercera parte, la más amplia y quizá la más novedosa, se llamaba 'La brisa de la calle'. En una época, hasta los veintitantos años, estaba obsesionado con ganarme la vida con la filología, y el camino era hacer oposiciones. Pero en un determinado momento abrí las ventanas de la bibioteca y vi que fuera había una brisa muy agradable. A partir de ahí, mi poesía dio un giro copernicano hacia la comunicación. Antes era más culturalista. Modestamente, 'La caja de plata' fue un libro que marcó la poesía española más joven.

Su amistad con Loquillo es una de las relaciones más improbables de la cultura española...

No es tan improbable porque a los dos nos une el espíritu caballeresco. Él es un samurái y yo, un caballero medieval europeo, y ambos tienen mucho que ver.

¿Quién se acercó al otro la primera vez?

Fue Loquillo el que se acercó. Es un enorme aficionado a la poesía, había leído mis versos y le habían gustado. Siendo yo secretario de Estado de Cultura, en cierta ocasión me visitó. Mi secretaria me dijo que estaba esperándome, le dije que le hiciera pasar y me contó que quería hacer un disco entero con poemas. Le dije que muy bien, pero que yo no podía aceptar en ese momento y tenía que acabar mi carrera política, aunque finalmente esperamos hasta 2011. Entonces nos ayudó el poeta y compositor Gabriel Sopeña, que hizo 40 musicaciones de poemas, así que tenemos para tres o cuatro discos.

¿Usted ha sido siempre tan dandi?

Nunca he sido dandi, me aburren los dandis. Prefiero a los héroes de novela negra.

¿Y en la movida se podía ser un héroe de novela negra?

En los años de la movida yo he sido como antes de la movida y como he sido después de la movida porque siempre he intentado ser fiel a mí mismo. Lo único diferente que hice en los años de la movida fue salir de noche, que me horroriza, pero no quedaba más remedio. Me arrepiento de algunas de las cosas que hice en aquel momento, pero había que vivir la historia. Madrid era pura eferverscencia con todos sus riesgos, riesgos que dieron en la tumba con muchos de mis contemporáneos. De hecho, hubo un alcalde que dijo: «A colocarse y al loro», lo cual me parece de una irresponsabilidad tremenda. Gracias a Dios, he sobrevivido, y aquí estoy, charlando.

En aquella época, ¿salía de noche con corbata?

Siempre con corbata. Y con vaqueros también, he sido muy de vaqueros.

Para escribir sobre la cocaína, ¿hace falta haberla probado o basta con tener los ojos abiertos?

Basta con tener los ojos muy abiertos, lo cual no quiere decir que no se pueda probar.

¿Qué le parece que un poema suyo, 'El desayuno', se haya convertido en un clásico en las bodas?

Estoy sorprendido y me encanta. Recuerdo que en Bilbao la concejal de Cultura, que es la que casa, me dijo que siempre casa leyendo 'El desayuno'. A esa señora, una vasca del PNV de toda la vida, la conocí. «¿Es usted el de 'El desayuno'?, me preguntó. Le dije que sí. (Imita el acento vasco) «Pues yo caso a la gente con 'El desayuno', siempre lo leo». Pues me parece muy bien porque a mí me gusta mucho. Es un poema optimista, algo raro en mi poesía, que es más bien melancólica.

Poesía útil

Usted dice que le gusta que la poesía tenga una función útil, que sirva para algo. Por ejemplo, para ligar.

Me consta que muchos chicos y chicas usan mis poemas para ligar.

Diciendo que son propios.

Probablemente diciendo que son propios, lo cual todavía me interesa más y me divierte más.

Sin duda, ligar es la parte más útil de la poesía. ¿Y qué piensa de los que dicen que la poesía es inútil?

Los que dicen que la poesía es inútil en el fondo están valorándola mucho porque en una escala deontológica de valores, lo inútil está por encima de lo útil. Pero yo quiero que mi poesía sea útil, y que no solo sirva para ejercicios masturbatorios de gente que se cree en diálogo permanente con los dioses. El poeta es una persona normal y corriente y reivindico al poeta de la calle frente al poeta exquisito que solo puede dialogar con los poderes celestiales.

¿Se puede ser poeta y de derechas? ¿O se debe?

Deber no. No hay necesidad de ser derechas para ser poeta. Pero ser conservador, ser progresista, ser de izquierdas, de derechas, no tiene que ver con la poesía. Hay poetas extraordinarios de derechas y poetas extraordinarios de izquierdas. Es un error pensar que para ser un buen escritor hay que ser de una determinada ideología. Eso da lo mismo. El mundo del arte está absolutamente alejado del mundo de la ideología.

España ha tenido grandes poetas de izquierdas, Miguel Hernández, Alberti, Lorca...

No estoy tan seguro de que Lorca fuera de izquierdas, en Lorca está todo muy difuso. Pero en el otro lado, hay gente buenísima, como Agustín de Foxa, que era tan bueno como ellos. Jorge Guillén era un hombre moderado y conservador, aunque tuvo problemas con el franquismo, él fue el que tradujo el poema de Paul Claudel 'A los mártires españoles'. Olvidémonos de la ideología a la hora de hablar de poesía.

¿Cómo salió usted de la política?

Indemne. Salí indemne.

¿Y desengañado?

Desengañado no, porque nunca estuve engañado. Para desengañarse hay que estar engañado previamente. Siempre digo que no fui yo el que eligió la puerta de la política, sino que fue la puerta de la política la que me eligió a mí. Eso me recuerda un pasaje de Borges, mi autor favorito, otro que no es un revolucionario. Decía Borges que «no es el hombre el que elige, es la puerta». Cuando me lo propusieron, no tuve más remedio que decir que sí, sin gran entusiasmo, pero con gran sentido de la responsabilidad. Lo hice lo mejor que pude.

¿Qué recuerdos le quedan de aquella época?

Muy pocos.

¿Hizo lo que quería hacer?

Nunca se puede hacer lo que se quiere, ya sea uno el presidente del Gobierno o el jefe del Estado. Uno se adapta a las circunstancias.

¿En la política se descubre que el ser humano es capaz de lo peor?

Yo lo había descubierto mucho antes, e incluso pienso que la política no es el peor de los escenarios posibles. Un departamento universitario es mucho peor que el mundo de la política.

Pero cuando uno quiere sacar adelante una inciativa que parece buena y se encuentra con las zancadillas de la bancada contraria...

No, las peores zancadillas suelen venir siempre del mismo partido. Los demás son adversarios o contrincantes, el enemigo está en casa. Ahora, quiero dejar claro que yo no tengo el carné de ninguna partido ni lo tendré. Como diría Borges, soy una persona que «a fuer de escéptica» de algún modo me siento atraído por el partido conservador. Creo que al hombre es muy difícil cambiarlo. Hay que intentarlo, pero es muy complicado.

¿A Aznar de verdad le gusta la poesía?

Le gusta de verdad la poesía. La biblioteca de poesía de Aznar es muy nutrida, con varios miles de ejemplares diferentes y todos anotados con unos papelitos que pone él para señalar los versos. Le gusta la poesía, no pasa nada por decir la verdad. Y le gusta la de izquierdas y la de derechas.

En los últimos tiempos usted ha destacado por su lucha contra lo políticamente correcto.

La peor de las dictaduras, al margen del comunismo y el fascismo, es la corrección política. Creo incluso que la corrección política está superando esas dictaduras porque es una cosa tremenda, está metiéndose en nuestro tejido intelectual hasta unos límites insospechados y vulnerando nuestros principios de libertad.

Políticamente correcto

¿Ha llegado la corrección política a la poesía?

La corrección política en la poesía llega cuando el poeta se considera aparte del mundo. El poeta políticamente correcto es el que no baja nunca a la calle, el que se mantiene en el limbo del contacto con los dioses e intenta sobre todo conocer cosas, en lugar de comunicar. En la dialectica entre conocimiento y comunicación, me interesa la comunicación y sobre todo, suscitar emoción. El poeta ha nacido para suscitar emoción en los demás.

El contenido de algunos poemas, suyos y de otros, son «fuertes» y puede que algunos grupos feministas se sientan heridos.

Para las feministas siempre hay una casuística sobre la que arremeter, y me parece bien porque el siglo XXI será de la mujer o no será. La gran revolución pendiente será la de la mujer. Pero al mismo tiempo, pienso que es un error pensar que, por ejemplo, el soterramiento de la M-30 tiene que ver con el problema del género. Es un error y un disparate. Es cierto, hay poemas míos, como el que se llama 'Mujeres', «Mujeres, mira que las deseo y que poco me gustan», que me lo han reprochado desde un punto de vista machista. Pero es completamente absurdo porque se le puede dar la vuelta: «Hombres, mira que los deseo y qué poco me gustan». No soy machista en absoluto, soy muy sensible a ese sentido de la revolución que tiene la mujer y soy un gran admirador del eterno femenino y creo que acabará imponiéndose porque tiene muchas más virtudes que la parte masculina de la humanidad.

El lenguaje ha sucumbido ya a lo políticamente correcto.

Ya he oído a gente que en las oraciones dice 'Padre nuestro/ madre nuestra'... Son disparates. Soy un convencido de que la revolución no se hace desde el lenguaje, sino desde las costumbres. Creo de todas maneras que la religión primitiva era de la gran diosa, la diosa blanca, la diosa madre. A partir de ahí el patriarcalismo intrudujo unas variables que son las que indignan tanto, y con razón, a las feministas. El lenguaje tiene que ser solido, permanente, es muy difícil modificarlo en una generación y creo que van a fracasar en ese intento de modificar el lenguaje.

Usted no lee periodicos. ¿Por qué?

Porque no tengo tiempo, entre otras cosas, porque tengo que ir al CSIC a trabajar en mi maravilloso griego clásico. Lo que hago es leer el teletexto de TVE y con eso me informo. Eso sí, los deportes me interesan. Yo soy seguidor de todos los deportes habidos y por haber. Mi deporte favorito es el tenis, después el atletismo, pero también el fútbol y el baloncesto.

¿El fin de semana practica el 'sillón ball'?

No, porque eso sería una afrenta a esa mujer. Odio a esas personas que se sientan en el sofá a ver partidos de fútbol. No tengo cadenas que den todos los partidos, solo veo los que están en abierto y muy pocos. Soy un fan relativo. En cambio, sí sigo mucho en el móvil los resultados de tenis y atletismo.

¿Real Madrid o Atlético?

Real Madrid, por tradición familiar.

¿Conoce el palco del Bernabéu?

Lo he visitado, pero no por la política. Soy presidente del Real Patronato de la Biblioteca Nacional y mi vicepresidente, Pedro López Jiménez, es vicepresidente del Real Madrid. Me ha invitado dos o tres veces, me lo he pasado muy bien y se come muy bien en el palco, pero en los tres partidos a los que ido el Madrid no ha salido airoso. No tengo que ir más.

¿El poder de verdad está en el palco del Bernabéu?

Yo no me fijaba mucho en eso. Solo me interesaban los canapés.

¿Le ha inspirado el deporte?

Sí, tengo un poema: 'Aquellos viejos tiempos del fútbol en España'. Fue un poema mío entrañable en el que hablo de aquellos domingos pegado al transitor pendiente de qué hacían mis equipos favoritos. Osasuna también me caía muy bien porque mi tío tenía mucho interés por Osasuna, había sido requeté, aunque todos éramos madrileños. Soy madrileño de muchas generaciones.

Madrileño y vinculado al barrio de Salamanca. Es nieto de un general e hijo de un abogado. Una buena familia...

En el barrio de Salamanca no todo es clase alta, hay mucha clase media. En mi caso éramos clase media y llegábamos a final de mes raspados.

Cuando les dijo a sus padres que se iba a dedicar a la poesía, no se llevarían una alegría.

Más que que no se llevaron una gran alegría, es que aquello no estaba en su código de valores, lo de que un hijo le saliera poeta, y eso que mi abuelo, Carlos Luis de Cuenca, fue un poeta festivo y publicó muchísmo en la prensa de la época. Cuando gané el Premio de la Crítica, en 1985, corrí a comentárselo a mi madre (estaban vivos los dos en ese momento, gracias a Dios). Mi madre me dijo: «¡Ah, que has ganado un premio! ¿Y cuánto has ganado, querido?». Dije que nada, que era un premio totalmente honorifico. «Ah... ¿Y cuándo vienes a comer?». O sea, cambiar de conversación, mentalidad burguesa y de posguerra. Se pasó mucha hambre con las cartillas de racionamiento. Eso te indica cómo esa clase burguesa, que no era muy sensible a la cultura, había forjado el país. Eso sí, mi madre leía mucha historia, y estoy seguro de que se sentiría muy orgullosa de que su hijo esté en la Real Academia de la Historia.

Una casa de libros

¿Qué hace uno con 30.000 libros en casa?

Son más, son 50.000. Pues no sé, cada día me agobia más. Un día voy a prenderle fuego o cualquier cosa, lo malo es que los vecinos van a protestar. Estoy empezando a estar harto de tener tantos libros. Quiero también tener tiempo para distinguir entre los que me quiero quedar y los que quiero quitarme.

Tiene libros hasta en la cocina...

Tengo en todos los muebles.

¿Y cómo se llega a eso?

Comprando libros desde los 14 años de manera compulsiva. Eso sí, vivimos en casa de mi mujer y en la otra están los libros. Antes les ponían la casa a la amante, ahora a los libros.

¿Cuántos de esos 50.000 ha leído?

Habré leído el 10%, los demás los he ojeado. Pero tener libros siempre aporta algo. Es una obsesión, como el que colecciona porcelanas o billetes. Es una pulsión coleccionista que en España se ha dado menos que en los países importantes de Europa, pero cada vez nos vamos incorporando más a la pulsión coleccionista, que es sinónimo de civilización y cultura.

Encima de esos libros tiene figuritas de Tintín, de la Guerra de las Galaxias, de superhéroes... ¿Cómo encaja todo?

Pues encaja desde un punto de vista que he considerado propio y es el de considerar la gran cultura y la cultura popular una y única, de modo que no me parece que leer a Homero y leer las novelas de western que vendían en los kioskos sean dos operaciones contradictorias, sino que son perfectamente sincrónicas y armonizables. La lectura es la operación intelectual más importante de todas, la escritura es muy inferior. Lo que ocurre es que alguien tuvo que escribir en algún momento para que uno pueda leer. Pero como dijo Borges, «que otros se enorgullezcan de lo que han escrito, que yo siempre me enorgulleceré de lo que he leído».

¿Cómo ve un poeta lo que pasa en Cataluña?

Cataluña es una región de España que he querido siempre muchísimo. Mi primera novia, que murió en un accidente de coche, fue catalana, Rita Macau, a la que sigo rindiendo tributo y cariño. Siempre me he encontrado muy a gusto ahí, he veraneado en Rosas, ni más ni menos que la Cataluña profunda, no en esta región de ahora, Tabarnia, sino en la auténtica Cataluña. Lo pasé muy bien y me encuentro muy a gusto. No sé qué les ha pasado, pero cada tanto ocurren estas cosas en Cataluña. Yo no concibo a España sin Cataluña y a Cataluña sin España

Espartero decía que cada 50 años hay que bombardear Barcelona.

Eso decía, pero ahora bombardear está mal visto y habrá que hacer cosas más sutiles. En cualquier caso, hay muchos catalanes que se sienten españoles y lo vimos en las manifestaciones. Todo esto acabará siendo una pesadilla. Lo que pasa es que mi generación probablemente ya no verá ese apaciguamiento, pero yo me resisto a pensar en una independencia catalana.

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