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Joan Punyet Miró, en el Centro Botín, durante la inauguración de la exposición. Alberto Aja

«Miró era un artista ecléctico y un abuelo conservador con un gran sentido de la familia»

Joan Punyet Miró, nieto del artista y gestor de su legado, que ha inaugurado la exposición de esculturas en el Centro Botín, desvela cómo era Miró de puertas adentro

Rosa Ruiz

Santander

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Miércoles, 21 de marzo 2018, 14:19

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Joan Punyet Miró (Palma de Mallorca, 1968) reconoce que lo mejor que le ha pasado en la vida es ser nieto de Joan Miró. Comisario, crítico, historiador del arte, artista de performance, escritor, poeta... y, sobre todo, gestor del legado Miró y cabeza visible de sus dos fundaciones, ha venido a Santander para inaugurar la exposición de esculturas de su abuelo que se expondrán en el Centro Botín hasta el próximo mes de septiembre. Una visita, rápida como él mismo lamenta, que le permite también recordar al Miró de puertas adentro, al artista que trabajó siempre libre y formó su propio abecedario creativo y que en el ámbito familiar se desvivió por su esposa, por su única hija y por sus cuatro nietos. Un abuelo terriblemente familiar, al que le gustaba leer poesía, que tenía cierta debilidad por los místicos San Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, y al que le fascinaban las composiciones de Debussy. A punto de abrir la tercera Fundación Miró en Mont-roig del Camp en Tarragona, su nieto habla para El Diario Montañés del artista, pero también del hombre que animó a sus nietos a trabajar en libertad y que les instaba a que se dedicasen a lo que se dedicasen «lo hicieran de la mejor forma posible y con dignidad».

–¿Cómo era Miró como abuelo?

–Un hombre muy cercano a su única hija, mi madre, Dolores y a sus cuatro nietos: David, Emilio, Teo y a mí. Era un abuelo que tenía siempre la intención de darnos todo el tiempo del que disponía para querernos. Su principal deseo era compartir momentos con nosotros, consciente de la importancia de la familia. Sus nietos somos gerentes efímeros de un legado universal que pertenece a la humanidad pero, sin embargo, él sabía de la importancia de la familia para que después de su fallecimiento continuásemos trabajando y comunicando ese legado tal y como él siempre lo deseó.

–¿Y cómo era como artista?

–Lo que más me fascina de él fue que, tras muchísimos años de sacrificio y esfuerzo, pudo crear un lenguaje propio. Y eso es algo que como artista pocos han conseguido. En una entrevista que le hicieron en 1930 le preguntaron como se sentía y él respondió que a Picasso le pusieron la etiqueta de cubista y a él la de surrealista, pero que se desvinculaba de este movimiento porque siempre se sintió una persona libre y que pudo seguir su instinto creativo tanto en la pintura como en la escultura. Por eso creo que la manera más importante de definir a Joan Miró artista es como una persona que fue capaz de conjugar muchísimas influencias, pero que al final creó su propio lenguaje artístico.

–Sin embargo, ni su hija, ni sus nietos siguieron la carrera artística. ¿No les animó a segur sus pasos?

–Él nunca nos animó a ser artistas. Lo que sí nos decía era que lo importante es que lo que hiciéramos, aquello a lo que nos dedicásemos, lo hiciéramos de la mejor forma posible y con dignidad. Nos dio siempre libertad para elegir nuestros caminos.

–Él fue muy amigo de Picasso y Dalí, dos artistas con una vida privada bien conocida, de la de su abuelo, en cambio, no ha trascendido mucho. ¿Cómo era de puertas adentro?

–Es cierto. Así como conocemos la vida bohemia de Picasso y las locuras surrealistas de Dalí, Miró en el aspecto familiar era mucho más conservador de lo que algunos creen. Tenía la suerte de mantener una relación de más de 50 años de matrimonio con mi abuela, Pilar Juncosa, con la que hacia una pareja maravillosa. Él siempre decía que llegó a ser el artista Miró gracias a Pilar, que era su ángel de la guarda. Reconocía que mi abuela le ayudaba en todo lo necesario para que él pudiera seguir trabajando. Sólo tuvieron una hija, mi madre Dolores, que nació en 1930 y se volcaron con ella. Fueron muy muy buenos padres. Cuando hablo de mi abuelo lo recuerdo como una persona generosa, trabajadora, perspicaz, perseverante y que hizo muchísimo bien. Una persona maravillosa y no sólo como abuelo y padre, también con el resto de las personas.

–¿Qué hacía cuando no trabajaba?

–Leía poesía y escuchaba música. Le gustaba la música contemporánea y compositores como Bach, Mozart, Beethoven y, sobre todo, le fascinaba Debussy. Entre sus poetas favoritos estaban los simbolistas franceses, como Baudelaire, y los surrealistas. También le gustaban mucho los místicos españoles, San Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. Esas eran sus principales aficiones cuando no trabajaba, junto con la de pasear por el campo o la playa. Aunque vivió muchos años en Mallorca no le gustaba ir a la playa. Sólo iba a buscar objetos para sus esculturas que luego ponía en el estudio. Le cautivaba el shock magnético del objeto.

–Ahora a usted le ha tocado dirigir las dos fundaciones Miró.

–Así es. Lo mejor que me ha pasado a mí es ser nieto de Joan Miró. Es un sueño hecho realidad. Jamás pude imaginar que yo iba a poder trabajar en su legado y en su memoria. Y estoy feliz, pero también le digo que hay mucho trabajo. Ahora mismo están funcionando las dos fundaciones, la de Barcelona y la de Mallorca, pero nuestro trabajo también incluye la catalogación de su obra; la publicación de los catálogos razonados; la persecución de los falsificadores; la colaboración con el mercado del arte y con el comité Miró que tenemos en París para defender su obra legítima. Luego está toda la gestión de derechos, patrimonio, preparar colecciones... Es un sinsentido la cantidad de responsabilidad que tenemos encima.

–Muy pronto inaugurarán la tercera Fundación en España.

–Sí, el día 28 de abril. Estará en Mont-roig del Camp en Tarragona. Un lugar muy especial donde Miró inició sus pasos en la pintura y donde tuvo un estudio. En ese lugar pintó en 1922 uno de sus cuadro icónicos, ‘La Masía’, del que se encariñó Ernest Hemingway y que hoy está en la Galería Nacional de Washington. La familia hemos cedido la casa y el terreno. Además se abrirá el primitivo taller de Miró, que ha estado cerrado durante seis décadas. Queremos que acoja muestras temporales y seminarios y que permita al público penetrar en el mundo mironiano más temprano. Será algo como los jardines de Claude Monet en Guiverny que mostrará su mundo creativo en el campo donde se extasiaba con las estrellas.

–Antes decía que una parte de su trabajo está dedicado a perseguir imitaciones. ¿Tantas hay?

–Hay muchísimas y hacen un gran daño. Ahora mismo hay un gran número de personas que acuden a las redes sociales para comprar un cuadro de Miró y lo hacen sin informarse, sin ir a las fundaciones a preguntar si es auténtico o falso. Se dejan llevar por el impulso y después hay muchísimos personas dolidas y desilusionadas que, además de perder mucho dinero, tienen que empezar a pleitear contra el comprador para llegar al falsificador y luego meterlo en la cárcel.

–¿Se puede llegar a cuantificar la obra de Miró?

–Dos mil cuadros. Ocho mil dibujos. Cuatrocientas esculturas con sus respectivos tirajes a dos, cuatro, seis y ocho ejemplares. Luego también se conservan mil grabados y otras mil litografías, también con tirajes a 50, 65 o 100 ejemplares. Hay cuatrocientas cerámicas y treinta tapices y sacos...

–Uno de los proyectos que usted ha puesto en marcha ha sido la apertura de un hotel en Mallorca con obras de su abuelo.

–Es que no se podía explicar que al lado de la Fundación Miró en Mallorca estuviera el Hotel Dalí. Era algo inusual. Así que fui a hablar con el dueño y le propuse abrir un hotel Miró. A él le encantó la idea y se comprometió a reformarlo. Yo le dejé obra gráfica y le asesoré. Le convencí de que su obligación era ayudar a la Fundación, que no es mía sino pública, organizando visitas para los turistas. Al final el hotel va de la mano de la Fundación y funciona muy bien.

Escultor

–Tal vez la faceta más conocida de Miró sea la pintura, pero al Centro Botín llega con una exposición de esculturas. ¿Cómo definiría al escultor?

–Lo que más me interesa del Miró escultor es que hace una mirada muy particular sobre el objeto. Él era un artista puramente intuitivo y por eso creo que esa mirada intuitiva y primitiva de Miró metamorfosea el objeto dentro de lo que es la poética surrealista para convertirlo en un ensamblaje escultórico que creó vanguardia, junto a Picasso y Dalí. Miró marcó una pauta desde el principio. Lo que se puede ver en Santander es, sobre todo, un redescubrimiento de la poética física del escultor Nos da un nuevo prisma sobre la escultura del siglo XX.

–¿Qué es lo que destaca de esta muestra?

–Lo que más me fascina de esta exposición es que la empezó María José Salazar junto a mi hermano Emilio, que falleció hace ya seis años. Así que llegar hasta aquí y ver por fin que se ha hecho posible este sueño me hace especial ilusión. Hemos traído cien piezas y de ellas cincuenta han venido al Centro Botín con los objetos originales para explicar todo el proceso de creación de sus esculturas. Son cosas que mi abuelo encontró por el campo, por la montaña, por la playa. Por lo tanto es una exposición muy didáctica y que explica muy bien el origen de cada una de las piezas.

– Además es inédita.

–A lo largo de su vida mi abuelo trabajó en siete fundiciones. Para hacer esta exposición hemos ido a cuatro de ellas y hemos conseguido todos los objetos que utilizó. También hemos entrevistado a los artesanos que trabajaron con él y mostramos todo lo que es el proceso creativo muy bien archivado y seleccionado para darlo a conocer. Sí, esta exposición es inédita y su principal valor es que descubre a otro Joan Miró, el más intuitivo y cercano a una creación sintáctica de su alfabeto escultórico porque creó un mundo que acabó con él.

–¿Por qué acabó con él?

–Miró creó un abecedario, un lenguaje, tanto en pintura como en escultura, que nadie ha sido capaz de seguir. Desde muchos puntos de vista, en la exposición veréis que es muy difícil entender a Miró porque es un artista ecléctico, un artista misterioso y es necesario descubrir sus códigos para entender su morfología y su sintaxis plástica, pero con el proceso que hemos llevado a cabo se entiende perfectamente.

–Alguna recomendación a la hora de contemplar la exposición.

–Lo más interesante es dejarse llevar por el instinto personal de cada uno. Hay que entrar, comenzar un diálogo con las piezas, con los objetos y ver la evolución creativa de Miró para llegar a la escultura definitiva en bronce. Es una especie de paseo por su alma, por su subconsciente. Un paseo por sus inquietudes artísticas. Lo mejor es dejarse llevar de la mano de Miró.

–¿A su abuelo le hubiera gustado el arte contemporáneo?

–Le hubiera fascinado y estoy convencido de que le hubiese gustado mucho el Centro Botín. Es un lugar espectacular. Después de 20 años del efecto Guggenheim Bilbao creo tenemos por fin el efecto Botín Santander que nos ha vuelto a situar a España dentro de la constelación museística internacional. Es un paso de gigante. También le hubieran gustado las exposiciones que se han mostrado, la de Carsten Höller, por ejemplo, le hubiera fascinado porque apela a la unión entre el espíritu del visitante con el espacio museístico.

–¿Y qué diría Miró de la situación actual de Cataluña?

–Miró siempre decía que hay que mirar por una España unida que formase parte de los Estados Unidos de Europa. Él vivió el golpe de Compans contra Azaña en el año 1934 y luego el de Tejero contra Suárez y ya cansado de ver tantos despropósitos entendió que la unión era nuestro único camino. De la situación actual de Cataluña diría que es un sinsentido, que ha abierto muchas heridas y que no hay ningún atisbo de razón. Lo vería como un desgarro imperdonable.

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