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Ruth Beitia posa sobre el colchón de la zona de saltos de las instalaciones que llevan su nombre. Javier Cotera
Atletismo

«He sido plenamente feliz»

A los 38 años la cántabra Ruth Beitia afronta un futuro en el que el atletismo dejará de ser su trabajo, y lo hace aún como vigente campeona olímpica

Aser Falagán

Santander

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Domingo, 22 de octubre 2017, 08:18

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La línea 7, esta que conecta El Sardinero con La Albericia a través de Los Castros, conservaba aún en servicio en 1990 alguno de esos viejos autobuses con escaleras en las puertas y asientos de madera. No hacían el servicio los grandes autobuses de fuelles que ahora se van a recuperar, reservados para la abarrotada línea 1, pero tenían el mismo aire viejuno. En uno de ellos viajaba de vez en cuando a finales de los ochenta Ruth Beitia para entrenarse en el Complejo Municipal de Deportes de La Albericia; ese que ahora lleva su nombre.

Estrictamente la línea 7 acaricia Cueto; el antiguo pueblo santanderino que convertido en barrio ha mantenido su carácter y símbolos. Entre ellos el España de Cueto, el club en el que la más joven de los Beitia, que no la más pequeña, comenzó a correr por el Parque de Mesones. No quería ser estrella del rock, princesa ni astronauta. Lo suyo iba de otro palo: «Uno de mis sueños de pequeña, antes de pensar en unos Juegos Olímpicos, era ir a un Campeonato de España cadete, que era el primer campeonato que había de cross. Claro; nunca lo hice». Tiene sentido, porque se inició en el atletismo muy joven de la mano de Juanma de Blas. Y lo hizo como crossista. «Empecé en el atletismo en el Parque de Mesones; haciendo fondo con el España de Cueto».

Lo recuerda sobre el tartán de La Albericia, en las pistas donde se han formado casi todos los atletas cántabros de las últimas décadas. Acaba de rechazar dirigir la Escuela de Atletismo en la que se acaba de jubilar su mentor, Ramón Torralbo, pero aquella es su casa. No solo porque todo el complejo en el que se incrusta lleve su nombre, que también, sino porque así se siente y así se hace sentir. «Cuidado que la gente lleva clavos y no os vayan a pisar», avisa al entrar en la pista siete para alcanzar la zona de saltos». Ejerce como anfitriona: «Vamos a mirar bien por dónde pisamos; no nos vayamos a tropezar».

«He tenido la oportunidad de formarme en unas instalaciones que otras ciudades no tenían»

Aún no le ha dado tiempo a sentirse exatleta, sobre todo por una ajetreada agenda de estudios, encuentros con los periodistas y alguna que otra escapada. Quizá lo hace al saltar el abismo el tiempo en pleno fashback a 1990: «Aquí empezó todo; desde los once añitos que empecé con Ramón. Jo; 27 años ya. Y al final resulta que fue el salto de altura el que me eligió a mí».

«Cuando miro atrás miro con nostalgia. Eran otros tiempos. Ir a entrenar era lo que más me gustaba, Venía con la merienda después de haber hecho los deberes y pienso en ello con nostalgia». Habla la misma niña de once años, pero al mismo tiempo una persona muy distinta. Las gafas que eran casi seña de identidad desaparecieron cuando ya adulta se operó para no tener que usarlas en los saltos y mejorar su rendimiento, aunque tal vez hubiera también algo de coquetería. Su imagen ha cambiado mucho, pero la mirada se le ilumina cuando evoca aquellos tiempos; siempre con ese vértigo que provoca evocar el paso de cinco lustros largos. Se le ilumina también al recordar su enganche -que confiesa sin complejos- a la competición y a ganar: «También era buena en cross, y la sensación de ganarlo todo y de pasármelo bien con el grupo era muy buena. Pero Ramón y Juanma sabían que este tobillo era para la pista; para empezar a hacer salto y carreras más explosivas».

«Me ha dado la oportunidad de viajar y de conocer muchas culturas, razas, religiones, comidas...»

Le caló la especialidad

Y vaya si le caló la especialidad, porque sus ídolos no eran actores, actrices ni cantantes, sino un cubano volador: «Tuve la grandísima suerte de que cuando era muy pequeñita vino Javier Sotomayor a hacer un clinic cuando estaba en el Larios, el equipo de Madrid. Me dijo que algún día sería una gran saltadora de altura. Guardo como uno de mis mayores tesoros un autógrafo que me firmó entonces. Ahora, cuando vienen los niños con esa cara de felicidad y dicen: 'Hala, es Ruth Beitia', pienso que así era entonces yo con Javier Sotomayor. Siempre fue la persona a la que admiraba como deportista y ahora somos buenos amigos. Cuando recuerdo la anécdota siempre le digo: 'Hombre; eso se lo dirías a todas, lo que pasa es que conmigo se cumplió'. En el tiempo no hemos coincidido como atletas, pero después siempre ha estado vinculado al deporte y nos hemos visto en muchas ocasiones, y sigue diciendo que ya vio él que iba a ser una gran saltadora».

Para eso aún faltaba tiempo. Antes tuvo que seguir forjándose en una Albericia que aún no tenía módulo cubierto y buscar la parada del 7 o del 6, que era el que la dejaba en la puerta del Complejo, pero no tan cerca de su casa. Pronto pudo aparcar el bonobús gracias a su cómplice, compañera y amiga. Su hermana, para más señas: Inma Beitia, una triplista cuatro años mayor que por cierto también fue medallista en los Campeonatos de España. «Siempre ha sido todo muy divertido, porque siempre nos hemos llevados fenomenal, íbamos juntas a las competiciones y si fichábamos por un club íbamos también las dos».

Cuando Inma tuvo edad para llevarla, se compró una moto y empezaron a ir a los entrenamientos en una Tifon ahora casi tan vintage como los autobuses con asientos de madera, aunque mucho más molona para dos chicas de barrio que apuntaban muy alto. «Era divertido, porque ahora llueve cada vez menos, pero entonces llovía muchísimo y llegábamos a casa empapaditas en la Tifon». Y si no siempre estaban sus padres o el propio Torralbo, vecino del portal de enfrente: «Alguna vez le tocó llevarme a casa, pero él siempre tiene un grupo muy grande y entrena tantas horas que para pillarle en la última sesión y que nos llevara a casa era un poco complicado».

«No es mi momento para dirigir la Escuela de Atletismo de Santander.Si tiene que venir, vendrá»

«Él vivía en la acera de enfrente; yo creo que a 200 metros. Pero es más curioso, porque en el 224 de General Dávila, donde vivía yo; donde nací, ha habido varias deportistas internaciones: Laura Nicholls -vigente subcampeona olímpica de baloncesto con España-, mi hermana y yo. Somos las tres del 224. O sea que ahí estaban como alineados los astros para que saliera una buena cosecha de deportistas».

Ahora conduce su Mini azul en unas instalaciones donde todo el mundo les conoce y vive en Tetuán, de nuevo en vecindad con otro hito de su biografía. Porque si en el Alta tenía a Ramón, en Tetuán tiene la estrella que le dedicó su ciudad; esa que nunca ha abandonado y a cuyo Museo del Deporte ha cedido sus medallas. Desde hace unos meses vive solo a 200 metros.

El caso es que la vida de Ruth, la más joven de cinco hermanos, transcurría entre las clases, su casa y La Albericia. Quizá no sea un caso frecuente, como no lo es que jamás abandonara la primera pista en la que entrenó ni al técnico que la dirigió desde niña, desde que dejó el España de Cueto, pero el atletismo era su vida porque era lo que había visto en casa. Su hábitat natural; casi su estado civil y su estado militar a juzgar por su disciplina soviética. Su madre Aurora y su padre José Luis (aunque todos le llaman Beitia) eran jueces de atletismo y sus hermanos también habían probado suerte. José fue incluso el primero de los tres medallistas nacionales que ha tenido esta deportiva familia.

«Ramón me engañó de una forma muy graciosa»

La de ahora es la segunda retirada de Ruth Beitia. La primera llegó hace cinco años, cuando al final de 2012 y tras la decepción de los Juegos de Londres decidió dejarlo. Ramón Torralbo respetó su decisión. O fingió respetarla; según se mire. «Me engañó de una forma muy graciosa –recuerda–.Es verdad que yo me había hecho ficha porque iba a ayudar a mi club de entonces –el Piélagos– para sumar puntos en Liga en salto de longitud y triple, pero les pedí que nunca tuviera que competir en altura».

«Se suponía que iba a hacer algo en marzo y abril, pero sin la presión ni la asiduidad de la competición.Ya antes había seguido practicando deporte; patinando y haciendo otras cosas. Pero por esa época empezó a llover y Ramón me dijo: ‘A ti te da pereza meterte en el gimnasio, ¿por qué no vienes a entrenar, estás con el grupo, les motivas y haces algo?».

Y así volvió a empezar todo: «Llegaba, veía la zona de saltos y al final me entró el gusanillo. Creo que él era consciente de que aún podía seguir saltando, porque estaba en un buen momento, y al final fue un bendito engaño, pero fue un engaño frío y calculado», bromea.

«Ramón siempre dice que si llego a ganar una medalla enLondres no hubiera continuado, pero bueno; luego la vida me dio esa segunda oportunidad en la que he ganado todo lo soñado y esa medalla en Río de Janeiro, que nunca pensé que fuera de oro». Ahora, sin embargo, se retira como vigente campeona.

«Mi hermano fue el primer campeón de España de salto de altura de la familia. Es curioso porque Ramón tenía 2,01 -aunque lo de Torralbo era más el voleibol-, mi hermano saltó dos metros y yo les superé a los dos con 2,02. Y mi padre fue el primer olímpico en Barcelona 92 como juez de atletismo. Cuando llegó yo creo que fue cuando nació mi sueño por estar en unos Juego Olímpicos, y fue a él al que le hice infinidad de preguntas sobre cómo se vivían por dentro. Y junto a Ramón fue el que me cogió la mano para cumplir mi sueños. Como digo siempre, al final han sido sueños compartidos».

«Me encantaríasaltar eternamente;hasta 2050, perono puede ser»

Ese 224, La Albericia y las clases (el Colegio Magallanes al principio y el IES José María de Pereda después) eran los tres ejes de gravedad de una joven deportista que renunció a muchas cosas, aunque ella no lo siente así. O, al menos, se ve compensada: «Es al revés; el deporte me ha dado muchísimo más que yo a él». Y trasciende del lugar común para narrar su experiencia: «Me ha dado la oportunidad de viajar y me ha dado la oportunidad de saltar en los cinco continentes. Ahora, con la globalización, en Santander hay muchas razas y culturas, pero cuando éramos pequeños no, y me ha dado la oportunidad de conocerlas en primera persona y en su lugar de origen. Razas, culturas, religiones, comidas. Siempre ha sido divertido, y he podido hablar un segundo idioma, que es inglés, que aunque lo hago muy mal siempre digo que consigo volver a casa, así que tan malo no será».

Vídeo.

Y así, conociendo razas, gentes y países, fue creciendo deportivamente. Entre esas grandes amistades estaba Marta Mendía, hasta su irrupción dominadora del salto de altura español que sin embargo no pudo con la pujanza de esa espigada santanderina. Aunque no por eso dejan de ser íntimas amigas.

«Voy a estar más despreocupada.Cuando una cena se alargue no tendré tanta prisa»

Con 25 años cumplió su gran sueño: disputar unos Juegos. Fue en Atenas, pero aún no era su momento. Mientras crecía como atleta también lo hizo como persona y tuvo tiempo de casarse, trasladarse al Alisal y emprender una nueva vida mientras el sueño de ganar una medalla olímpica se convertía año a año en más real; más objetivo en todos los sentidos. Después llegaron las medallas internacionales, siempre progresando junto a su entrenador de siempre, fiel como ha sido a su gente.

«Me encantaría seguir saltando eternamente, pero no puede ser»

Aunque ya es oficialmente una exatleta, o así lo ha anunciado, Ruth Beitia se deja ver aún por La Albericia, ya sin la presión del exigente entrenamiento de élite. Mira a la pista y recuerda cinco lustros con «nostalgia, pero con felicidad». No en vano es su «segunda casa». El lugar donde construyó su carrera:«Es la que me lo ha dado todo y me encantaría saltar eternamente, pero no puede ser.Se la he dejado calentita a las nuevas generaciones y ahora les toca a ellos», explica. Pero su huella es perenne, como se comprueba a cada paso que da en el Complejo Deportivo Ruth Beitia. Saludos y abrazos de sus compañeros y siempre palabras para los niños que se imaginan emulándola.

«Tanto Ramón como yo hemos tenido la oportunidad de formamos los dos en la Albericia con una pista que no todas las ciudades tenían. Es una de las mejores instalaciones de España a nivel multideporte y lo teníamos aquí. También la lluvia el frío y el granizo, eso sí, pero muchísimas ganas e ilusión para seguir adelante y en casa». Lo dice mientras se interrumpe un momento para saludar a unos niños que entrenan como lo pueden hacer los niños sobre el tartán de su Albericia. Unas palabras de ánimo, una sonrisa y otra vez a recordar los viejos tiempos.

Después llegaron el séptimo puesto de Pekín -que ahora, tras las descalificaciones años después por dopaje es un cuarto- el primer título europeo al aire libre de 2012 y el cuarto puesto de los Juegos de Londres. La misma ciudad en la que las lesiones le impidieron este mismo año luchar por el único campeonato que le faltaba: el Mundial. Aquello fue un palo que en primera instancia no sirvió para que reconsiderara su decisión, tomada ya un tiempo antes, de retirarse.

Ese periodo tras los Juegos tuvo algo de catarsis. Se sintió retirada y comenzó a practicar otros deportes en una época de cambios. También se había separado de su anterior pareja -su marido, para más señas- y terminaría dejando su casa en el Alisal, allí donde había abierto una nueva etapa muy cerca de su Albericia tras abandonar el barrio de toda la vida, pero nunca su ciudad.

«Ya he pasado el duelo y quiero seguir vinculada al deporte»

Ya sin entrenamientos, su agenda continúa abarrotada: «Tengo ganas de esquiar, a ver si este invierno cae una buena nevada». Es solo uno de sus planes:«Santander está llena de posibilidades para seguir haciendo cosas». Tanto que apenas se ha dado cuenta de la retirada.Se siente incluso liberada tras «haberlo pasado tan mal estos últimos seis meses, con la sensación de no saber qué pasa y las ganas de poner respuesta, así que ya he pasado ese duelo». Para el futuro está su grado en Psicología, que aspira a completar con una especialización en psicología deportiva para «seguir vinculada al mundo del atletismo y del deporte en general. Eso sin olvidarel Comité Olímpico, el Parlamento de Cantabria y la FederaciónEspañola».

Ahora Ruth, que se sigue levantándose prontísimo, lo hace porque quiere. Incluso puede, si quiere, holgazanear antes de ponerse en marcha. Anda en bici porque le da la gana e irá a La Albericia a ver a sus compañeros cuando le apetezca, sin tener que preocuparse por las marcas y las competiciones. Incluso puede, si tiene ganas, tomar el vermú a mediodía, un placer hasta ahora casi prohibido. Y seguirá estudiando inglés. Y volverá a hacer teatro cuando su grado a distancia en Psicología por la UCAM le deje tiempo.

Ahora reconstruye su vida en su nueva casa de Tetuán. «El día que me pusieron la estrella me enamoré del barrio y soy feliz allí. Voy a todos los sitios andando, vivo en el centro y es un lugar idílico». Tiene planes, aunque aún no diga cuáles, mientras se adapta a su nueva vida. «Da vértigo; quizá más lo desconocido, pero sigo estudiando, trabajando -seguirá al menos año y medio como diputada del Parlamento de Cantabria por el PP-. Lo único que no voy a hacer es viajar con zapatillas para saltar y lo que sí que me va a dar pena es no competir, porque eso engancha. Es una droga. El deporte genera endorfinas, que son las hormonas de la felicidad». Lo que no hará será dirigir la escuela: «No es mi momento. Si tiene que llegar, llegará».

Pero también se siente liberada «Voy a ser no más feliz si cabe, porque he sido plenamente feliz, pero sí que voy a estar un poco más despreocupada. Cuando una cena se alargue un poco más no tendré tanta prisa por volver a casa, ni tendré que irme mientras mis amigos, mi pareja o mi familia se quedan. Igual de vez en cuando habrá que irse a hacer un bailoteo». Estén atentos, porque durante los próximos tres años, si la ven bailando o comiendo rabas en la Bodega San Fermín estarán viendo todavía a la vigente campeona olímpica.

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