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Cameron Bancroft (d), el jugador sosprendido manipulando la pelota. AFP
Un escándalo pone en jaque los valores sagrados del críquet
Polémica

Un escándalo pone en jaque los valores sagrados del críquet

Una pelota manipulada hace temblar los pilares de este deporte en Australia, donde las leyendas y hasta el primer ministro del país reclaman un regreso a los valores

MARTIN PARRY

Sídney

Miércoles, 28 de marzo 2018, 18:02

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El incidente de la vergüenza, que ha hundido la reputación del críquet australiano, un deporte con ciertas semejanzas con el béisbol, se produjo el sábado en Ciudad del Cabo durante un partido contra Sudáfrica. El capitán de la selección australiana, Steve Smith, el segundo capitán, David Warner, y Cameron Bancroft, el jugador sorprendido por las cámaras mientras estaba adulterando la pelota, han sido expulsados por Cricket Australia (CA), la federación nacional de ese deporte.

Smith y Warner han sido suspendidos durante un año de la selección australiana y Bancroft durante nueve meses. La Premier League de India, campeonato en el que militan Smith y Warner, anunció por su parte que no podrán jugar allí esta temporada. Bancroft utilizó cinta adhesiva amarilla con tierra pegada para frotar un lado de la bola, con el objetivo de que su trayectoria fuera diferente y dificultar la labor del bateador rival. Cuando fue ‘cazado’, Bancroft intentó esconder la prueba del delito en su pantalón.

Las ‘Leyes del Críquet’, el libro que sirve de reglamento de este deporte, insiste mucho en su preámbulo en la deportividad, pidiendo a las personas que lo practiquen que sean combativos pero sin atentar nunca contra el juego limpio. «El críquet debe gran parte de su atractivo al hecho de que debe jugarse no sólo según las normas, sino también según el espíritu del críquet», se puede leer también allí.

El entrenador australiano, Darren Lehmann, ha sobrevivido por ahora al escándalo, ya que Cricket Australia considera que no conocía previamente el plan para manipular la pelota. Cuando tomó las riendas del equipo en 2013 con un aura de salvador, le preguntaron por sus tres prioridades y respondió: «Ganar, ganar y ganar».

Algunos hinchas se habían sentido molestos con algún comportamiento de Lehmann, como cuando protagonizó unas controvertidas declaraciones refiriéndose al lanzador inglés Stuart Broad, al que deseó que el público australiano le molestara tanto que tuviera que «ponerse a llorar». Ese tipo de provocación es muy llamativa en la boca de un entrenador australiano de críquet. Pero la política de «ganar a todo precio» queda muy en entredicho tras el escándalo de la pelota adulterada.

La máxima autoridad del críquet australiano anunció la apertura de un expediente sobre el comportamiento de los jugadores nacionales, mientras que el primer ministro del país, Malcolm Turnbull, denunció «una afrenta que conmociona a Australia». Para Turnbull, hay que recurrir a «acciones importantes» contra la práctica de intentar atacar verbalmente al adversario porque «se ha convertido en algo incontrolable».

Traición

El excapitán Steve Waugh intervino también en el debate después de haber recibido una lluvia de mensajes de aficionados entristecidos o enfadados por lo ocurrido. «El equipo australiano siempre ha creído que podía ganar en cualquier situación, contra cualquier rival, jugando un críquet con talento, combativo y justo», pero ahora «algunos han traicionado nuestra cultura», escribió en su perfil de Facebook.

«El espíritu con el que jugamos debe ser preservado para el futuro del deporte, para continuar inspirando los sueños de todos los niños que toman un bate y una bola, y para todos los aficionados que viven por este juego», añadió.

En la larga historia del críquet, hay equipos ingleses, paquistaníes, sudafricanos o incluso australianos que han tenido en ocasiones problemas por no respetar el ‘fair play’, pero el historiador especialista David Frith cree que el escándalo de Ciudad del Cabo supondrá un antes y un después. «Espero que sea un momento para purificar», dice a la agencia AFP. «He crecido con la generación de jugadores que sufrieron la Segunda Guerra Mundial, gente como (los australianos) Ray Lindwall y Keith Miller o (el inglés) Alec Bedser», explica.

«No se dedicaban a insultar a los adversarios. Sabían que era un juego, no una cuestión de vida o muerte. Si la generación actual tuviera esa actitud se comportarían mejor y disfrutarían mucho más», estima.

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