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Alejandro Menéndez y Ángel Viadero se saludan antes de comenzar el partido. :: Javier Cotera
El hombre que nunca habló del minuto 13
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El hombre que nunca habló del minuto 13

Alejandro Menéndez, que descendió con el Racing el año del centenario, regresó a Santander envuelto en una leyenda urbana y reivindicándose: «Hice unos buenos números»

Aser Falagán

Lunes, 16 de enero 2017, 07:14

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Alejandro Menéndez García, mayor de edad, vecino de Vigo (Pontevedra), de profesión entrenador y natural de Gijón, según obra en el registro civil. Ese es el técnico del Celta B. Pero en Santander es algo más. Es el técnico que dirigió a la plantilla en el último tercio final de la temporada 2012-2013, todavía en Segunda División. El que se encontró un equipo en derribo y no pudo evitar que entraran las palas.

Pero Menéndez es sobre todo, para un buena parte de la masa social, el hombre que no entendía del todo los minutos 13; ese pequeño o gran acto entre la rebeldía y el desahogo con el que los Campos de Sport recordaban a Harry; a toda la directiva que bautizaron como okupa, que no olvidaban; que la lucha continuaba. El sambenito le persigue desde entonces a pesar de que jamás dijo tal cosa.

Menéndez se encontró la situación sobrevenida. Aceptó convivir con unos presidentes -el oficial y el que dirigía el equipo en la sombra- acusados de secuestrar la sociedad y trató de jugar al equilibrismo en una apuesta, más que arriesgada, imposible. Pero nunca se refirió a las protestas en el minuto trece. De hecho, apostó por un perfil lo más bajo posible ante los medios y su corta etapa como entrenador apenas dejó poso. Hasta el extremo de que la única anécdota que se le recuerda, la única huella que dejó, ni siquiera es suya. Y aquellas palabras nunca dichas han prevalecido incluso sobre aquel nefasto partido de Ponferrada que el Racing ganaba 0-2 y no supo sentenciar.

Era la penúltima jornada, los leoneses empataron y el club llegó al cierre del campeonato contra el Hércules sin depender de sí mismo -en realidad, el Racing había descendido en El Toralín, pero la caída administrativa del Guadalajara le dio una segunda oportunidad-, lo que le condenó a Segunda B. Entonces recibió muchas críticas por unos cambios que se juzgaron inadecuados y no sirvieron para matar el partido, pero aquello ni siquiera se recuerdan. Él incluso se ufanaba ayer en la sala de prensa de los Campos de Sport: «Guardo mucho cariño a este club. Mis números en una situación caótica fueron buenos y después de tres años todavía me queda la sensación de que con un poco más, con un punto que nos faltó, se podía haber hecho un proyecto mucho más claro».

Atribución errónea

Toda la confusión surge de un entrenador que le precedió en el cargo; uno que dejó una incómoda herencia y al menos en Santander demostró no dominar en absoluto la dinámica de grupos. Porque fue Fabriciano González Penelas, mayor de edad, vecino de Lugo y natural de San Pedro de Santa Comba, A.K.A. Fabri, quien pronunció aquellas palabras. Fue el segundo entrenador de la temporada 2012-2013, después de que un Racing recién descendido de Primera División destituyera a Juan Carlos Unzué (o se marchó; nadie lo aclaró nunca ) sin darle siquiera tiempo a empezar la temporada. Desde entonces todo fue un desastre que el gallego no consiguió gestionar.

La guerra en torno al club, los malos resultados y el divorcio con la plantilla le llevaron a una nefasta situación que fraguó el segundo descenso consecutivo de los verdiblancos. Acorralado, afanado tal vez en colaborar a una paz social que respetara el statu quo, una ecuación imposible en El Sardinero, explicó a quien le quiso escuchar que sí, que eso de silbar a los trece minutos podía estar muy bien. Que hasta comprendía a la afición, caramba, pero que había que ayudar al equipo. Y que aquello no lo hacía, que tal vez hubiera que buscar otro modo. Prácticamente acababa de llegar. Era el 31 de agosto y sus palabras exactas fueron las siguientes: «El público es soberano y respeto su protesta en el minuto trece, pero sólo hay una manera de sumar. El entorno empuja cada uno en un lado. No es positivo. Pido de corazón que todos tiremos para el mismo lado y no queramos ser actores y actrices a cuenta del club».

Aquella interpretación fue una declaración de principios... y el principio de su adiós. Su tibieza y hasta colaboración con Harry -no dejaba de ser el presidente que le había llevado al Racing- no tuvo recompensa, y cuando el equipo entró en barrena no dudó en sustituirle por José Aurelio Gay. La tercera experiencia también resultó fallida y así llegó Menéndez, después de dos años en el Castilla, para dirigir los últimos catorce partidos de Liga. Durante ese tiempo, de algún modo se le adjudicaron unos juicios que no eran suyos, pero que están indisolublemente unidos a él en El Sardinero.

Quizá su esfuerzo por mantener la equidistancia tuvo la culpa; o tal vez una actitud que no le permitió calar en Santander, con dejes que aún hoy mantiene como el de no conceder entrevistas «a los medios de la localidad donde juega el equipo». El caso es que más allá de unos resultados presentables pero insuficientes no cuajó, y de paso le adjudicaron una sentencia lapidaria mientras trataba de mantener el puesto con una estrategia que se reveló inadecuada.

Otro escenario

Su sucesor, Paco Fernández, demostró que era posible plantarse a Lavín, morder la mano que le trajo al Racing, y después Pedro Munitis ratificó que incluso cabía la posibilidad de seguir entrenando al equipo pese a perder la categoría. Claro que en aquella renovación había muchas claves internas que explicaban una continuidad de otro modo bastante difícil de justificar.

El caso es que Alejandro Menéndez, el hombre que probablemente no entienda por qué se cree que no entendía lo de los minutos trece, regresó a los Campos de Sport como lo hace un desconocido. Y a su regreso no se debatió sobre su sistema de juego; no se analizó la herencia que dejó en sus catorce partidos -un tercio exacto de la competición- ni se apeló a la afectividad de los reencuentros. Sencillamente no había quedado ningún poso, entre otros motivos porque en el club no queda demasiada gente de su época. Sólo se recuerda aquella mal atribuida reflexión que no era suya. Quizá algún día Fabri aparezca por Barreiro para reclamarle los royalties.

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