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AUNQUE LLUEVA O SOPLE SUR

Viadero y las pesetas

No debe de ser plato de gusto que quienes hasta hace seis meses te adoraban te reciban ahora al grito de 'pesetero'

Javier Menéndez Llamazares

Lunes, 6 de febrero 2017, 07:57

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Que en El Plantío no le iban a recibir con abrazos ya se lo debía de imaginar Ángel Viadero, aunque no debe de ser plato de gusto que quienes hasta hace seis meses te adoraban te reciban ahora al grito de 'pesetero'. Tiene que escocer; sobre todo, cuando el cambio de equipo probablemente le habrá salido bastante caro. Entre la cláusula de rescisión y que las arcas del Racing no están como para tirar cohetes, es probable que incluso gane menos dinero en Santander que en Burgos.

¿Que es lógico que le reprochen haber considerado papel mojado un contrato firmado? Por supuesto. Como también resulta comprensible que si a uno le llama el equipo de su vida, atienda la llamada. A nadie le gusta que le pongan pingando por cambiar sus planes, pero como en el bolero, «si tú me dices ven.». Y a Viadero se lo dijo el Racing. Su Racing. ¿Cómo iba resistirse?

Pero como insultar es gratis, en Burgos le escupieron lo de 'pesetero', que aunque sea un poco arcaico, aún no tiene actualización al siglo XXI, porque con euros la palabra sonaría a rayos. Pero el significado bien lo entendemos todos: de lo que le acusan es de perder el culo por cuatro duros.

Eso sí, en el caso de Viadero, tildarlo de pesetero resulta, aparte de una injusticia, un completo desatino. Hasta donde podemos intuir, el entrenador no dejó el Burgos por dinero, sino por una deuda pendiente consigo mismo. Y es que el banquillo del Racing ha tenido que ser una auténtica obsesión para él durante la última década.

Desde que una lesión de rodilla acabara con su carrera como futbolista, Viadero se conjuró para convertirse en el mejor entrenador que pudiera llegar a ser. Y como su sangre es verdiblanca, su objetivo no era otro que entrenar al club de su vida, el Racing. Durante largos años se entregó en cuerpo y alma a formarse, y fue recorriendo todo el largo camino de la cantera racinguista, demostrando su valía sobre todo en el equipo filial. Pero tuvieron que pasar casi diez años para que se convenciera de que nadie iba a apostar por él en su propia casa, y si quería llegar al fútbol profesional más le valía buscarse la vida lejos de El Sardinero.

A la vuelta de una década, Viadero era ya un nombre de peso dentro de la categoría de bronce, especializado en sacar petróleo de plantillas no demasiado prometedoras. El Racing, en cambio, ya no era aquel pozo sin fondo que sus dirigentes exprimían hasta el saqueo, sino un grande venido a menos que más que ofrecer, estaba para pedir.

Volver al Racing no parecía precisamente el negocio del siglo: al presupuesto más bien escaso había que sumarle una presión difícil de soportar. Sin embargo, cuando uno sufre esa enfermedad incurable del racinguismo, no es que no vea el peligro: es que actúa con el corazón.

En cualquier caso, el Racing y Viadero estaban destinados a reencontrarse, y los números demuestran que efectivamente era el entrenador ideal. Su filosofía puede gustar más o menos, pero no olvidemos de dónde procede: la forjó en sus años en La Albericia, asimilando la esencia del club. Y es que el contragolpe, la presión y el coraje están inscritos en el ADN racinguista. Viadero nos devolverá a Segunda División -quien sabe si no nos lleve aún más lejos-, y marcará toda una época en el club. Seguro.

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