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Tomás Carrera, sentado en un depósito de agua que abastece a La Albericia en plena faena. Celedonio Martínez
El chico para todo del Racing

El chico para todo del Racing

Tomás Carrera es el jefe de mantenimiento, pero también fue utillero, delegado, jardinero...

Marcos Menocal

Santander

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Jueves, 22 de febrero 2018, 07:13

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«Tomás, siega el campo». «Tomás, vete a por hielo». «Tomás, sube este equipaje»... «¡Tomás, Tomás, Tomás!». Los amigos le llaman ‘el chico de los recados’. Jefe de mantenimiento, utillero, delegado, jardinero y mil cosas más. A Tomás Carrera Díaz (1971, Santander) le sobran motivos para considerarse una pieza básica en el engranaje del Racing pese a que no se haya puesto una corbata jamás. «Espera, sí, una vez con el Racing B en Bilbao. Me decían, pero ¿dónde vas así?», explica mientras mira su teléfono. Es día libre para los futbolistas, «pero no para mí».

Lo de Tomi –como se le conoce– con el Racing es una relación de esas que nacen sin darse cuenta. Tenía 23 años y todo por hacer. Recién diplomado en Graduado Social recibió una llamada pasajera:«¿Quieres entrar en el Racing?». Tomi llevaba tiempo buscando de lo suyo sin éxito y «probó con algo provisional». Empezó «para unos días, haciéndose cargo de los campos...» y 24 años después es el hombre orquesta de un club centenario. Tanto es así, que hasta lo liberó del azote de la injusticia. «Me ha hecho famoso aquello». Sonríe. No le gustan «estas cosas», pero su compromiso con la verdad permitió al Racing seguir vivo. «Les dije que si había una resolución judicial firme, yo abría la puerta para que se celebrará la Junta». No sabe cuántas veces le llamó Harry al móvil para impedirlo. No lo cogió. Punto y final.

«Con Pernía y Harry entramos en aquella etapa del ‘Déjalo’. Si se podía tirar, no se arreglaba nada»

Nunca fue futbolero. Llegó al Racing en 1994, cuando Vicente Miera dirigía el primer equipo. «Por la mañana me encargaba de los campos y por la tarde de los vestuarios», recuerda. En su casa siempre hubo ganado y después de acicalar a las vacas «ir al Racing era para mí como descansar». Se sentaba en la máquina cortacésped y a darle. Aprendió a cortar, sembrar y lo que hiciera falta. De repente, Manolo San Juan, el utillero, cogió la baja, y a Tomí se le multiplicaron las tareas. «Pasé a ser el utillero. Fue el año del ascenso a Primera, con Quique Setién». Debutó en el Vicente Calderón y aún se le abren los ojos más de la cuenta.«Estaba lleno. La gente rodeaba el autobús al llegar, nos rompieron una luna... Yo decía, pero ¿qué es esto?». Tomi llevaba equipajes, preparaba la ropa, limpiaba esto y hacía lo otro. Todo era poco. «Hasta buscaba el peluche aquel del zorro que llevaba Sietes siempre. Era un talismán y como faltase». El asturiano «era el alma de aquel equipo».

Para un graduado social metido a jardinero todo era fácil. «Setién quería que fuera utillero y pasé al Racing B con Viadero». Seis años acompañó al exentrenador del primer equipo. Aquellos días sacó del baúl el traje y la corbata.«Hice de delegado varias veces». Una más.

A Tomi se le amontonaban las alegrías. Un ascenso a Primera, fútbol del de verdad. Nada que ver con lo que estaba por venir. Los cambios de directiva eran una constante como sus funciones. Con Carlos Velado como ejecutivo a Tomí le devolvieron el buzo: jefe de mantenimiento. Lo alternó una temporada con el de delegado, pero aquello era una carrera. «Me volvía loco».

Amigos para siempre y de los de quita y pon

El chico para todo es normal que le sobren los amigos: «Quique Setién donde me ve se para. Era uno más. Y Manolín (Preciado)...».A él le gusta hacer lo suyo. Cumple. Sin embargo no le cuesta admitir que «en los años noventa todo era más familiar».

Luego llegó la época gloriosa y con el de ‘mantenimiento’ «hablaban de vez en cuando. Es normal, son gente que hoy está aquí y mañana no». Con los de casa, la relación «ha sido siempre total. A Iván Marcano le llevaba yo a la universidad, con Jonatan Valle... Con Osmar. Cuando vienen de fuera me vienen a saludar». También se llevó buenas broncas «porque era el único que estaba por allí siempre.Líos por el campo, la ropa, la luz...». Pero ni con esas.

Ya era graduado, pero fue entonces cuando se doctoró y sacó la cátedra en cómo servir para todo de repente. Pasó de tener cuatro compañeros «por horas» a quedarse como «jefe de uno mismo». Así se lo dijo Antonio Corino, director general del Racing, en diciembre de 2011. El club camino de Segunda División, en pleno proceso de desintegración, previo a una Ley Concursal y directo a la desaparición. Y entre tanto, Tomi acumulando tareas y multiplicándose por mil.

Y ahora esto y ahora lo de más allá. El santanderino vale más por lo que calla que por lo que dice y entre sus incontables tardes de desazón se guardan secretos inconfesables. «En el club pasamos de tener de todo y funcionar como un reloj, a no tener nada de nada. Cero». Lidió con Francisco Pernía, en un club esposado; vivió la época en la que sus jefes eran unas personas puestas por un juez. «No teníamos ni idea de lo que pasaba. Nadie nos decía nada. A trabajar y punto». Y si eran pocas las decepciones, llegó Harry. «Nos pasamos doce meses sin cobrar. Hoy te pagaba un mes, a los dos meses la mitad... No sé cómo aguantamos tanto». El polifacético empleado muestra rabia y resignación; se muerde el labio y da un golpe en la mesa.«Nos faltó unirnos, plantarnos, hacernos fuertes... Pero si es que nos daba igual. A la gente la echaban y punto». Con Pernía pocos tratos firmó:«Yo iba al despacho y me decía ‘haz esto o aquello’ y yo lo hacía y punto. Me imponía». El expresidente era un mago de marcar las distancias. En cambio con Harry «como uno más. Sabíamos lo que hacía, pero se calentaba y...». Esconde muchos de sus secretos. Se los calla, pero aún recuerda aquella vez que él mismo le tuvo que frenar:«‘Tráeme unos alicates, que lo corto yo’». Quería desenganchar a la bravas la señal de Telefónica de El Sardinero porque no pagaban.«¡Madre de dios! Llevábamos un año sin ver un euro», añade Tomi.

«Mi vida está condicionada por los partidos»

Es algo que le sale sin pensar.Su vida «está condicionada por los partidos». No puede coger las vacaciones más que en verano y no hay fin de semana libre. Configura su vida en función del calendario de Liga.

«Para mí los domingos empiezan a las 10.00 horas y terminan sobre las 22.00 horas o así. Cuando se va el último periodista». «Los amigos me decían al principio: «‘Verás los partidos gratis’ y no paro. Me siento cinco minutos y me llaman para cualquier cosa. La gente no sabe lo que mueve un partido. Y ahora es Segunda B, pero El Sardinero es muy grande. En primera era una pasada», recuerda con cierta nostalgia. Con Harry cogió las vacaciones «tres días en Navidad, otros tres en verano. Cuando podíamos. Era imposible, aún así sonaba el móvil».

Nada que mantener

Ser jefe de mantenimiento cuando no hay nada que mantener no es nada sencillo. «Con él llegó la época del ‘déjalo’. Hacía falta un tornillo y te decían: ‘¿Lo dejamos?’ Pues nada. Así con todo». El césped no se arreglaba, la luz no se pagaba, el agua lo cortaban... «Y yo por la mañanas iba a echar gasoil a los coches de Pernía y Harry. Yo hacía lo que me mandaban. No cobraba nadie, pero ellos seguían viajando», indica aún con expresión de sorpresa en la cara.

El que aprende a sobrevivir en la guerra se convierte en inmortal. Tomi desde un tiempo a esta parte es el rey del ‘trampeo’. «Coges esto de La Albericia, te lo llevas a El Sardinero. Te ahorras comprar unos tornillos... Si los asientos del estadio están rotos los pones donde no se vean». Un arte. Cada día es un ejercicio de funambulismo digno de un consumado trapecista. «Es que mantener estas instalaciones y El Sardinero lleva unos gastos enormes... Hay veces que los jefes se sorprenden cuando llega la factura del agua o del gas», explica.

«Si no me divorcié en la época de la UEFA ya no me divorcio por nada. Todo eran celebraciones»

A Tomi no se le moría la esperanza. «En casa me animaban y al final después de tantos años tu compromiso aumenta. El Racing se te clava dentro». Con la apertura de aquella puerta (31 de enero de 2014) y la despedida de los ‘malos’ el Racing cambió de manos. Llegaron nuevos directivos, nuevas ideas. «Dinero llegó el justo, aún nos deben, pero si subimos a Segunda ya hablaremos», recuerda mediante esa frase que se ha convertido en un himno de los implicados en todo esta locura. Ha cambiado poco, su misión está abierta a cualquier modificación repentina. «Yo como siempre estoy por aquí; hoy te toca ayudar a Manolo (utillero) o ir a comprar agua». No le importa, a esta alturas no sabría cumplir con algo más sencillo.

Tiene en sus espaldas un ascenso a Primera, otro a Segunda y una clasificación para la UEFA. Para aterrizar en el Racing por casualidad va servido. El mejor año de la historia del club, al chico para todo le cogió «de delegado del Racing B y me libré de muchos marrones». Esboza una sonrisa pícara cuando rememorar a un Marcelino «obsesivo. Cada vez que te llamaba ibas con miedo: ¿A ver por dónde sale este?’». A Tomi no le asustó nada «ni Piterman ni Alí Syed... Nosotros veníamos a currar y a ver qué pasaba». Que había que darse cinco viajes a Torrelavega a por las sillas para organizar la Junta«pues cinco»; que había que «segar el campo con circulitos para que quedase bien, pues para delante».

Hoy es el día que suena el teléfono y se pone en guardia. Todo puede ocurrir. «Siempre digo que si no me divorcié en la época de la UEFA, no me divorcio nunca. Estábamos todo el día de celebraciones». Sonríe. A su mujer y a sus dos hijos no hay quién les quite el fútbol de la cabeza. A él para desconectar le gusta la bicicleta: «Me subo en ella y tiro millas. De fútbol al final acabas saturado». ¿Por qué lo dirá?

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