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María Gil Lastra

«Santander forma parte de mi vida; de mi pasado y de mi presente»

Un icono del racinguismo como Pablo Alfaro será en Miranda el doctor que examine la salud de los verdiblancos, con los que se vuelve a encontrar en un eterno retorno

Sergio Herrero y Aser Falagán

Miranda de Ebro | Miranda de ebro

Sábado, 20 de enero 2018, 07:47

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«Pues te vas a reír, pero peso un kilo más que cuando jugaba al fútbol».Las palabras son de un fino Pablo Alfaro (Zaragoza, 26 de abril de 1969), a quien solo las canas le alejan del perfil del futbolista profesional que fue durante dos décadas. Sonríe afable, como si aquel ‘Pablo, mátalo’ que aún resuena en las castigadas gradas de los Campos de Sport o la pareja letal que formó en el Sevilla con Javi Navarro no fueran con él. Es el mismo Pablo Alfaro que enfureció a Jesús Gil por un asfixiante marcaje a Futre. El que Johan Cruyff fichó para su Barça, aunque no cuajara. Quien se convirtió en mito del sevillismo y superó los 400 partidos en Primera. Ese que siempre se quedó con las ganas de debutar en la selección absoluta tras no tener continuidad en sus dos pasos por los grandes.

Y en Santander es muchísimo más. El entrenador del Mirandés, mito verdiblanco y rival de mañana. El que estuvo en el 5-0 al Barça y marcó el gol de la permanencia ante Osasuna. A no ser por su cuidada barba sigue igual que entonces. Se mantiene así de fino gracias a los diez kilómetros que corre diariamente por la carretera entre Miranda y Logroño. En ese trayecto le da tiempo a pasar por tres autonomías: Castilla y León, La Rioja y País Vasco (la primera vez se hizo los correspondientes selfis), quizá porque es muy de aprovechar el tiempo. Tanto que a sus 49 años no solo ha sido cuatro lustros futbolista profesional y ahora entrenador, sino que encontró la manera de tener cuatro hijos –al menor le va a recoger él mismo al colegio en Miranda–, doctorarse en Medicina y ganarse el hipocorístico de ‘doctor’, sacarse el Máster en Periodismo Deportivo de la Universidad de Sevilla que pone en valor como comentarista del ‘Carrusel Deportivo’ y el carné UEFA Pro de entrenador, ese que le faculta para dirigir al Mirandés.

Tiene más títulos académicos –deportivos también cazó alguno– que toda la mesa que le entrevista, quizá porque el ‘Pablico, estudia’ que su padre le repetía como un mantra se le grabó en el carácter. «En esa balanza, en la que tu profesión primero era estudiar y tu afición era el fútbol, poco a poco van pasando los años, vas subiendo de categoría, la balanza se iguala y cuando te hacen el primer contrato profesional ya es tu profesión. En mi caso fue cuando ya estaba en segundo de carrera. Ya no lo iba a dejar». Así que el míster es también el doctor Alfaro, una carrera que como la deportiva también tuvo su etapa cántabra, la de la UC, mientras jugaba en elRacing. «Santander forma parte de mi vida. De mi pasado y de mi presente. Yde mi futuro, Dios dirá». Vuelve todos los años a pasar unos días y visitar amigos y guarda algún deseo más o menos oculto.

«No quiero que Santander deje de estar en mi vida, porque en cierto modo la necesito. Yo soy técnico del Mirandés y estoy encantado de la vida porque es un proyecto muy bonito, pero lo que no puedo negar es que tengo muchísimo cariño a Santander. Casi todos los veranos paso una semana allí, tengo muchísimos amigos y forma parte de mi vida. El primer año de vida de mi hijo Pablo fue allí». Si se le insiste más, confiesa: «La vida de entrenador es muy larga», ya llegará. Sonríe. Nada invita a pensar en aquel rudo central que acumuló 18 expulsiones en Primera, una menos que el plusmarquista Sergio Ramos. Porque carácter también le sobra y aquella era, al fin y al cabo, su labor.

Fueron cinco años de su vida. De la deportiva y de la civil. En dos etapas distintas. Ese tiempo cuando su padre agarraba el coche cada quince días desde Zaragoza, 400 kilómetros de ida, para ver el partido de su hijo en los Campos de Sport, y otros 400 de vuelta para casa. «Los aragoneses tenemos fama de tozudos», bromea Alfaro. Y esa cabezonería le llevó a alternar el traje de futbolista con la bata de doctor. «En mi casa, el ‘Pablico, estudia. Pablico, estudia’ era continuo. Mis padres eran un taladro continuo y les estaré eternamente agradecido. Y Pablico siguió estudiando». Y jugando.

Eterna carrera

Debutó con el Zaragoza, jugó tres temporadas seguidas como titular (algún partido con una costilla rota) y se convirtió en Pablo, nombre con el que Cruyff le enroló en su legendario Barça. Al año siguiente se marchó cedido a Santander, donde en su tercera temporada, la 95-96, la primera en la que se rotularon los nombres en las camisetas y se asignó un dorsal fijo, eligió el cinco y decidió cambiar el suyo, el deportivo, por el de Pablo Alfaro. Ese con el que pasó por Atlético de Madrid y Mérida antes de erigirse en tótem nervionense.

Ya nada le asustaba, especialmente después del verano de 1993. Cedido del Barcelona, su padre le trajo hasta Cantabria en coche. Al pasar por El Haya parecía haber viajado más allá del Muro. Lluvia. Oscuridad. Y la sede del club, entonces en el Paseo de Pereda, una maqueta de Venecia. El agua por los tobillos. El fax que no funcionaba. ‘¿Dónde me he metido?’, pensó aquel joven melenudo. Por unos instantes sintió ganas de volverse. Del Dream Team al caos. Del caos a una de las etapas más dulces de su carrera.

«Cuando entro a El Sardinero, a mi cabezallega ese estadio de Primera, con 20.000 personas»

«En mi casa, el ‘Pablico, estudia. Pablico, estudia’de mis padres era untaladro continuo»

Trasladó su expediente académico a la Universidad de Cantabria. Como también lo hizo su entonces compañero Alberto López Moreno –ahora doctor del Valladolid–. Incluso saltaron un día al césped de los Campos de Sport con la bata blanca para reivindicar los derechos del gremio médico.

El fútbol no fue excusa para dejar los libros. «Tiempo tienes, pero hay muchos agentes que te invitan a no estudiar», reconoce. Y por eso ahora, al otro lado de la línea de cal, afirma que le gustan los jugadores que estudian. «Te da otra dimensión distinta. No eres ni mejor ni peor. Te centras en tu pasión, que es el fútbol, pero también hay más cosas en la vida. Nos hace más completos», justifica.

Recuerdos

El pasado domingo volvió a Santander. Como espía. «Muchos recuerdos». «Cuando entro a El Sardinero, a mi cabeza llega ese estadio de Primera, con 20.000 personas... ¡Es que ganamos al Madrid y al Barça!», rememora con una sonrisa nostálgica. «El racinguismo ha visto eso recientemente. Quizá por eso no le llena tanto un Racing-Gernika como el del otro día». Entiende el agobio de su colega en el banquillo cántabro. «Es una ciudad de Primera. Tiene una masa social exigente y es la presión de un club grande en esta categoría. Hay momentos en que la paciencia no es mucha, pero Ángel –Viadero– es un gran entrenador». Mientras habla, la gente se detiene para saludarle por las calles de Miranda.

Pablo echa de nuevo la vista hacia atrás. «Teníamos muy buen equipo. Zigmantovich, Merino, Torrecilla, Gelucho, Geli, Quique Setién, Mutiu, Radchenko, Popov... Es que estamos hablando de un pasado glorioso. En aquella época nos sentíamos el orgullo de Cantabria». «Parece la Prehistoria», ríe. Es verdad, por los Campos de Sport desde entonces han pasado eónes y algún que otro siglo.

Zaragoza, Barcelona, Atlético de Madrid, Mérida, Sevilla... Trotamundos. ‘Trotafútbol’. «En 18 años en Primera te da tiempo para tener de míster desde Manolo Preciado hasta Nando Yosu, Miera, Cruyff, Antic, Víctor Fernández, Caparrós y Juande Ramos; y de todos aprendes. Hasta lo que no hay que hacer, que eso también es muy importante. A la hora de tomar decisiones, esas experiencias te sirven». Y aun así le quedaron dos espinitas clavadas. «Una, no haber sido internacional absoluto; tener esa foto en el salón de casa». Y dos, «no haber emprendido alguna experiencia en el extranjero. Los futbolistas españoles empezaban a salir cuando yo me retiré. A lo mejor de entrenador sí que puedo trabajar en el extranjero, por conocer otra cultura, otro idioma...», aventura.

«Un partidazo entre dos clubes que queremos ascender»

l de mañana será a juicio de PabloAlfaro «uno de los partidos grandes del año aquí, en Anduva. Dos buenos rivales, cada uno con sus características. El Racing está teniendo mejores números de local que de visitante hasta ahora. Nosotros queremos aprovecharlo. Somos dos equipos que aspiramos a estar lo más arriba posible y entre nosotros el duelo, evidentemente no va a ser definitivo, porque quedará un mundo por delante, pero sí que marcará la pauta. Quien salga victorioso su inyección de moral será elevada y la autoestima mucho más». Lo define como un «partidazo»: «Nos enfrentamos dos clubes que queremos ascender».

En 2006 volvió a Santander. Con el número 16. «Fue el año en que se obligaba a llevar el nombre en la camiseta». El Racing le cambió la vida. Hasta el nombre. Se encontró un panorama «desolador». «Manolo –Preciado– me dijo nada más llegar al vestuario. ‘Pablo, tienes 36 tacos. Acabas de firmar por un equipo de Primera. Esto no pasa casi nunca. Lo normal es que te vayas a otra categoría o te retires. Si juegas, muy bien. Pero, juegues o no, el vestuario hay que llevarlo porque...’. El nivel de profesionalidad en aquella plantilla era muy bajo. Había momentos en los que había más que palabras. Muchas cosas que no se pueden contar». Al borde del descenso.

Gol de oro

Preciado dimitió en un calentón a falta de cuatro partidos y llamaron al milagrero: Nando Yosu. «Al final conseguimos enmendarlo y no descender». Y con un gol suyo. Uno de los pocos que logró a lo largo de su carrera. «Esos momentos no se olvidan jamás. Esos segundos están grabados a fuego en mi corazón y creo que en el del racinguismo también». Osasuna como rival. Felipe Melo falla un penalti. 0-1. «El Sardinero se convirtió en una tumba. Cuando vi el balón arriba tras el córner pensé: ‘Meto el balón, la cabeza, el contrario y lo que haga falta’». Poco después, Antoñito hizo el segundo. «Nando a hombros. La gente llorando. Éramos un equipo de Primera». Recuerdos en un telegrama.

Preciado y Yosu. «Dos maestros». Tal cual. «Con sus estilos, con muchas similitudes entre ellos». Especifica. «Manolo era una experiencia vital andante. La tranquilidad que transmitía con todo lo que había sido su vida... Cuando las situaciones no eran buenas, decía: ‘Chicos, hay que preocuparse lo justo y trabajar más todavía’. Y Nando, era Nando. Era el flotador del club. Conseguir tantas permanencias en Primera División, en momentos distintos, con plantillas distintas... Tienes que tener ese golpe de fortuna pero sobre todo leía muy bien los vestuarios. No estudió psicología, pero no le hizo falta. Al final conseguía bloques muy competitivos. Por eso es un mito del racinguismo».

Pablo Alfaro, vestido de calle, es afable. Locuaz. Alegre. En el campo, imponía. Melena. Grito. Alguna que otra patada. 18 expulsiones. ‘Pablo, mátalo’, le decían. Carcajada al recordar. No le molestaba: «Era como un grito de guerra de la afición, pero yo creo que en el buen sentido. Les molestaba más a los delanteros rivales».

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