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El Baron resiste en Alepo

El Baron resiste en Alepo

El mítico y centenario hotel de la ciudad siria se mantiene abierto durante la guerra. En sus centenarios aposentos durmieron Lawrence de Arabia y Agatha Christie. Hoy acoge a familias de refugiados

Mikel Ayestarán

Domingo, 26 de marzo 2017, 00:11

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El hotel Baron de Alepo nunca ha cerrado sus puertas desde su inauguración en 1911. Es una de las normas de la familia Mazloumian y Roubina Tashjian, esposa de Armen Mazloumian, es la encargada de que se siga cumpliendo. Roubina recorre los pasillos de este palacete del barrio alepino de Aziziyeh y recuerda cada detalle de los 106 años de vida del legendario establecimiento. Pide disculpas por el desorden, el polvo y el caos creado por los últimos cinco años de guerra abierta que ha sufrido Alepo. El hotel está en pie, desde fuera las paredes de piedra no han perdido su majestuosidad, y por dentro, pese al desgaste de la guerra y al impacto de varios artefactos en su planta superior, tiene tanto que contar que la historia borra las heridas del presente.

Todo ha cambiado en Siria desde el estallido de la revuelta contra el Gobierno en 2011, que pronto se convirtió en guerra y que entra en su séptimo año con más de 320.000 muertos. El conflicto estalló en el interior de Alepo en el verano de 2012 y hasta el pasado diciembre no callaron las armas en una ciudad que quedó partida en dos. El Baron quedó en la zona bajo control del Gobierno, pero a pocos metros de la línea del frente. La fachada principal miraba a la Siria del presidente Bashar Al Assad, la posterior a barrios orientales como Bustan Al Qaser, controlado por diferentes grupos armados que aspiraban a derrocar al régimen.

Una vez más, el hotel ha sido testigo directo de la historia del país. Ya lo fue en 1918, cuando el rey Faisal I proclamó la fallida independencia del país desde uno de sus balcones, o cuarenta años después cuando Gamal Abdel Nasser proclamó la también fallida unión de Siria con Egipto desde el mismo balcón. Todos los presidentes del país, excepto Nureddin al-Atassi, han dormido aquí al menos una noche y Hafez al Asad, padre de Bashar y creador de la Siria moderna, estableció incluso su cuartel general. Antes de llegar al poder, el joven Hafez ya se alojó en el Baron y se dejó retratar por un fotógrafo armenio. Ese retrato, único y muy diferente al de los miles de fotos del rais que se ven a lo largo de la parte de Siria que controla el Gobierno, preside el comedor principal. Esta foto es una pieza de museo. Como lo es también la factura a nombre de Lawrence de Arabia, «que aunque las malas lenguas dicen que se fue sin pagar, finalmente sí pagó», el cristal que reza en francés que el Baron es «el único hotel de primera clase de Alepo», o el mapa arqueológico de Siria hecho a mano de la entrada principal.

Abierto para desplazados

«Nuestros clientes eran extranjeros, y desde que empezó la guerra no hay turistas en Siria», lamenta Robina, que desea ponerse manos a la obra cuanto antes para reparar los daños sufridos. La actual dueña lleva en el bolsillo las llaves para abrir la habitación 202, «en la que durmió Lawrence y que era una de las más solicitadas»; la 215, la suite del rey Faisal; o la 203, también muy popular entre los viajeros porque allí «se quedaba Agatha Christie cuando viajaba al país a acompañar a su segundo marido, que era arqueólogo», apunta Robina, antes de precisar que en esa habitación «empezó a escribir Asesinato en el Orient Express». El millonario David Rockefeller, que ha fallecido esta semana a los 101 años, Charles de Gaulle o el aviador Charles Lindburgh, aparecen también en la lista de personalidades que se alojaron aquí.

Estos aposentos están hoy tan vacíos cómo llenos de historia. Ocurre lo contrario en la tercera planta, una añadido al hotel original para disponer de más habitaciones, que desde 2014 alberga a desplazados de la guerra. «Llegamos a tener a quince familias, ahora quedan tres», informa Robina, que abre y cierra cada habitación con cariño y no quiere concluir la visita sin acercarse al mítico bar, «uno de los lugares más emblemáticos» del viejo Baron.

Hay que abrir las grandes persianas de madera para que entre la luz. Allí siguen la barra de madera maciza, los taburetes y el legendario mueble bar. El tiempo parece parado, pero el lugar habla y llora por los recuerdos de un pasado que será complicado recuperar viendo el panorama actual de la guerra en Siria. Robina mira con tristeza las sillas vacías, las figuras de porcelana rotas el vacío provocado por la guerra es enorme, pero entre todas las ausencias la que más le pesa es la de su marido, Armen, fallecido hace poco más de un año. Su memoria le da fuerza para mantener las puertas del Baron abiertas.

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