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Íñigo Urkullu.
El rostro del nacionalismo políticamente correcto

El rostro del nacionalismo políticamente correcto

Urkullu recuperó la centralidad para el PNV descartando la vía rupturista catalana y priorizando la lucha contra la crisis y el mantenimiento de los servicios públicos

Alfonso Torices

Domingo, 25 de septiembre 2016, 21:57

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Iñigo Urkullu (Alonsótegui, Vizcaya, 1961) es una mezcla de político tranquilo y yerno ideal. Serio, contenido, metódico y dialogante en su quehacer diario y tímido y reservado, pero también educado y cordial, en el trato directo, según los que mejor lo conocen. Esos rasgos componen un carácter templado y pragmático, en lo político y lo personal, que le han permitido, en diferentes etapas de su vida, convertirse en la opción transversal, bien vista por la mayoría, que primero pacificó y convirtió en una piña a un desgarrado PNV, que lo devolvió hace cuatro años a Ajuria Enea y que está a punto de consolidarlo en la cúspide del Gobierno vasco.

Es el reverso de la moneda que tendría la cara de Artur Mas, el rostro del nacionalismo políticamente correcto. Urkullu, tras apagar los rescoldos del enfrentamiento con el Estado que protagonizó su antecesor Juan José Ibarretxe, que fracturó a los vascos con una política frentista que tuvo como último episodio el desalojo de Ajuria Enea del PNV, con la presidencia del socialista Patxi López con la ayuda del PP, devolvió a los nacionalistas al pactismo -descarta la vía rupturista- y a la centralidad política. Ha sabido encontrar un término medio. Sin renunciar al ideario nacionalista -pretende lograr un «nuevo estatus» ratificado por una consulta que reconozca la «identidad nacional vasca» y la «soberanía compartida» con España, pero dentro de la Constitución, sin fechas límite y pactado con el Estado- colocó como prioridad de su gestión la lucha contra la crisis económica y el mantenimiento de unos servicios públicos y prestaciones sociales que en el País Vasco siguen a la cabeza del país, la principal preocupación de una sociedad en vías de normalización que se ha sacudido el lastre histórico de ETA.

Su ubicación en la moderación y una administración autonómica sin apenas casos de corrupción le ha permitido aguantar sin mucho desgaste la irrupción de los partidos emergentes -Podemos se alimenta del electorado de Bildu y el PSE y Ciudadanos es residual- y gobernar en minoría con acuerdos puntuales con distintos partidos, aunque con el principal apoyo de los socialistas, fórmula que aspira a reeditar otros cuatro años. Ha recuperado y engrasado las relaciones del PNV con todas las formaciones, pero nunca ha ocultado su nulo entendimiento con un Mariano Rajoy con mayoría absoluta que lo ignoró por completo.

Este maestro diplomado en Filología Vasca, con pocos años de ejercicio, es un auténtico hombre de partido. Se afilió con 16 años a las juventudes del PNV, lideró en los ochenta y noventa a la camada de jóvenes vizcaínos que acabaron por tomar las riendas de la formación, y en 2008 se convirtió en su presidente, como hombre de consenso entre los moderados de Josu Jon Imaz y los radicales de Joseba Egibar.

Urkullu, austero y deportista -no bebe alcohol, elige la comida sana y fue buen futbolista en su juventud-, es un hombre religioso y muy familiar. Vive a caballo entre Ajuria Enea y la casa familiar de Durango (Vizcaya), para poder pasar tiempo con sus tres hijos universitarios y pasear con su mujer y sus dos perros por los montes que rodean su casa.

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