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Una mujer deposita unas flores en homenaje a Diana Quer ante el pabellón donde permaneció escondido el cuerpo de la joven desde su asesinato. Miguel Muñiz
Los quince kilómetros de Diana Quer

Los quince kilómetros de Diana Quer

A José Enrique Abuín, 'El Chicle', le veían raro últimamente. «Saca a Diana del maletero y ven con nosotros», bromeaban sus amigos. «Ahora la saco», contestaba él

JAVIER GUILLENEA

Jueves, 4 de enero 2018

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José Enrique Abuín estaba últimamente un poco raro. Daba largas a sus amigos cuando le proponían ir a dar una vuelta y ellos siempre le gastaban la misma broma. «Saca a Diana del maletero y ven con nosotros», le decían. «Sí, ahora la saco», contestaba él entre risas.

No sabían los amigos lo cerca que estaban de la verdad, ni él (‘El Chicle’ para unos, ‘Chiquilín’ para otros) lo cerca de que las sospechas que ya había levantado entre los investigadores se revelaran ciertas. El cadáver de Diana Quer, la joven a la que había secuestrado el 22 de agosto de 2016 durante las fiestas de El Carmen en la localidad gallega de A Pobra do Caramiñal, apareció hace unos días, pero no en un maletero sino en un pozo de una fábrica abandonada, muy cerca de la casa donde viven los padres de ‘El Chicle’.

Todo ha ocurrido muy cerca. Quince kilómetros han acogido durante casi año y medio un mundo cambiante en el que las sospechas han convivido con el miedo y en el que la Guardia Civil y José Enrique Abuín, de 41 años, han participado en un juego del gato y el ratón en el que al final ha perdido el ratón. Y también Diana Quer.

Alivio y pesar

A Pobra do Caramiñal respira estos días con una mezcla de alivio y decepción. Se ha resuelto un caso pero se ha perdido una vida. Los cientos de vecinos que se echaron al monte en agosto de 2016 en busca de la joven desaparecida lamentan ahora no haber podido hacer más aunque saben que sus esfuerzos fueron inútiles desde el principio. Queda la sensación de que también a un municipio turístico en el que nunca suceden cosas puede llegar el horror. Lo dice Pilar en un bar de A Pobra, no muy lejos de la calle en la que, al parecer, Abuín esperó a su víctima. «Ese año vino aquí a pasar las vacaciones una nieta mía de 15 años que vive en Estados Unidos. Yo estaba siempre pendiente de ella y le decía que tuviera cuidado, pero ella me contestaba que esto no es Nueva York. A la semana siguiente pasó lo de Diana».

Mientras Pilar habla, en el exterior llueve y los vendedores recogen los tenderetes del mercadillo. El suelo está repleto de plásticos y papeles que el viento conduce hacia la fachada vacía de la antigua discoteca Bumerang. Sus grandes letras verdes destacan entre toda una fila de pabellones vacíos ante los que caminó Diana Quer la última noche de su vida.

Imagen principal - Los quince kilómetros de Diana Quer
Imagen secundaria 1 - Los quince kilómetros de Diana Quer
Imagen secundaria 2 - Los quince kilómetros de Diana Quer

Es un sendero paralelo al mar que desemboca en una barriada de viviendas que se elevan sobre una colina. Diana se dirigía a la casa en la que desde hacía años veraneaba con sus padres pero no pudo llegar. «Por aquí no pasa mucha gente. Por lo que dicen, él la estaba esperando», explica un taxista del pueblo. Eva, que se refugia de la lluvia con sus padres en el bar, confirma estas palabras. «Hay muy poca luz, es un poco arriesgado ir a solas por esa zona. Cuando llega a las casas, el camino se estrecha y te puede atropellar un coche. Hace tiempo desapareció un hombre por ahí y todavía no lo han encontrado».

Ella sabe de lo que habla porque era vecina de Diana Quer, con la que sin duda se cruzó en las fiestas de El Carmen de 2016. Aquella noche, la del 22 de agosto, salió con sus amigas y días después todas ellas se decían que podían haber sido ellas. «Al principio creíamos que se había escapado de casa y que volvería, pero luego la Guardia Civil llamó a declarar a algunos de mis conocidos y de la sorpresa pasamos al miedo», recuerda la joven. Eva tiene ahora 19 años. Su padre, Luis, participó en la búsqueda de la desaparecida. «Cogía el coche y recorría todos los caminos para ver si veía algo, pero nada». Pese a ser vecinos de la familia de Diana, apenas la conocían. «Era una chica que llamaba la atención pero no se relacionaba mucho con nosotros, iba a su aire», afirma Eva.

En Boiro, no muy lejos de A Pobra do Caramiñal, Juan recuerda el momento en el que esa última noche Diana le pidió el mechero y cómo se sintió cuando se enteró de lo que le había ocurrido a la joven. «Era muy guapa, me dio muy mal rollo saber lo que había pasado». Él tiene 19 años y toma un refresco junto a sus amigos Sheila, de 17 años, Ana, de 17, y Brice, de 20. No se hallan muy lejos del lugar donde a José Enrique Abuín le perdió su reincidencia.

‘El Chicle’ ya estaba en el punto de mira de la Guardia Civil cuando el pasado 25 de diciembre intentó secuestrar a otra chica en Boiro. Aquello precipitó la detención de un hombre que, según uno de sus vecinos, «siempre ha sido un liante». Brice, que le conoce bien, lo define de otra manera. «Parecía normal. No lo era, pero lo parecía». «Nosotros lo llamamos ‘Chiquilín’», afirma Brice, que confiesa que nunca se ha llevado bien con Abuín. «He tenido varios encontronazos con él, depende de cómo le pillaras». También conoce a familiares del presunto asesino de Diana, «que no tienen nada que ver con él y que están recibiendo insultos cuando salen a la calle. Ellos no tienen la culpa, no sabían nada», insiste.

«Se hablaba de él»

De ‘El Chicle’ ya se decía que podía estar implicado en la desaparición de Diana, pero nadie creía que pudiera llegar tan lejos. «Se hablaba de él pero hacía vida normal. Cuando se dio cuenta de que le seguían fue a la Guardia Civil a protestar y a decir que él no tenía nada que ocultar», explica Brice. Era un pequeño delincuente que no había llegado a más en la escala social de la delincuencia, un traficante al por menor aficionado a «las cosas pequeñas y a romper motos». Vivía en Taragoña, una pequeña parroquia de Rianxo, en una casa verde de una sola planta que ayer permanecía cerrada y en la que un perro al otro lado de la verja parecía aguardar el regreso de un dueño que tardará mucho en volver.

Pocos le conocen por los alrededores, o eso es al menos lo que dicen para dejarse de complicaciones. «Por aquí no venía. A veces me lo cruzaba por la calle, me decía buenos días y nada más», asegura la camarera de un bar de la localidad en la que ‘El Chicle’ residía con su pareja, la persona que primero avaló su coartada, luego se la desmontó y que ayer fue citada como imputada. De ella dicen en el pueblo que «estaba sometida a él». También dicen que Abuín se dejaba ver a menudo «en un karaoke de Santiago, acompañado por una mujer de Canarias».

«Se dedicaba a lo que se dedicaba, nunca pensamos que fuera a hacer esto», repiten en Taragoña. Nunca se sabe lo que puede hacer una persona hasta que cruza la línea. Rosario García, la pareja de ‘El Chicle’, visitó ayer por la mañana a sus suegros en la casa en la que viven, no muy lejos de Taragoña y muy cerca de la nave industrial abandonada en la que apareció el cadáver de Diana Quer y quedó claro que José Enrique Abuín había cruzado la línea entre el bien y el mal hacía muchos meses.

A solo 200 metros de la casa familiar

La casa paterna y el pozo de agua dulce que ocultó el cuerpo de la joven distan apenas doscientos metros. El pabellón, antigua fábrica de gaseosas y después almacén de muebles, es una mole grisácea que desentona con las pequeñas edificaciones que salpican la parroquia de Asados. No muy lejos está el cementerio. Todo en estos 15 kilómetros se halla a mano.

Una cinta colocada por la Guardia Civil prohíbe el paso al interior de la nave. Ante la puerta, varios desconocidos han colocado ramos de flores y velas encendidas. En la estrecha carretera que hace las veces de calle no se ve un alma.Queda el miedo o, al menos, una cierta desazón. En A Pobra do Caramiñal, Eva recuerda las siguientes fiestas a aquellas de El Carmen en las que desapareció Diana. Fueron las de El Nazareno y ya todo había cambiado. «Estaban muy vigiladas, todo estaba lleno de policías infiltrados».

En Boiro, Ana relata lo que le ocurrió no hace mucho cuando volvía de noche a casa. «Me persiguió un tío y yo le dije que se pirara porque iba a llamar a la Policía». El desconocido se fue antes de que la joven pudiera verle la cara. «Iba con una capucha, no se le reconocía». «¿Y si era ‘El Chicle’?», le preguntan sus amigos. Ana no dice nada. Solo traga saliva.

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