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Rescate de truchas en el Saja

Rescate de truchas en el Saja

La escasez de agua en el tramo de Ruente a Sopeña obliga a capturar los peces que han quedado aislados en las pozas para soltarlos río arriba

José Ahumada

Martes, 13 de junio 2017, 13:40

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«Las atrae como si fuese un imán», dice Jesús Cañas, guarda en el río Saja, mientras las truchas, atontadas por los calambres, van apareciendo. Ellos llaman martín «por el martín pescador» al ingenio, un generador eléctrico y un transformador portátiles que llevan a la espalda como una mochila y que va conectado a una pértiga que transmite la corriente por el agua. Los días de sol asegura una sudada al que cargue con los catorce kilos del aparato. Hoy, por suerte para ellos, está nublado, el tiempo perfecto para dedicarse a rescatar truchas.

Se hace raro llamar río al tramo del Saja que va desde Ruente hasta Sopeña, cuatro kilómetros de piedras redondeadas y blancas por el sol entre las que, muy de cuando en cuando, brilla una poza. «Ahora hay muy pocas. En tiempos había catorce o dieciséis, pero el río ha cambiado su fisonomía. Fue a raíz de la gran crecida de 2010, que depositó sedimentos en las pozas y hasta cambió el curso», explica el guarda. Cañas dirige y forma parte del equipo: dos operarios van con el equipo eléctrico, otros dos se encargan de atrapar los peces con redeños y depositarlos en los cubos, mientras que un quinto compañero y él mismo los cuentan y miden si están por encima o por debajo de 19 centímetros antes de meterlos en un gran depósito de mil litros, cargado en un vehículo, que se ha llenado con agua de La Fuentona y que se oxigena para que los animales viajen cómodos. Cuando estén todos, los soltarán en Terán.

Muertos de calor y sequía

Mientras atiende la labor explica que esta mudanza de truchas se viene realizando desde los años setenta: es habitual que en verano queden secas algunas partes de los ríos, dejando aislados a los peces que, de seguir allí, morirían por quedarse sin agua o por el aumento de su temperatura. La misión consiste en rescatarlos y devolverlos al agua río arriba.

Asegura que en los 35 años que lleva como técnico auxiliar del Medio Natural, pocas veces ha visto bajar los ríos con tan poco nivel. «Se ha juntado todo: la falta de precipitaciones, que no hay nada de nieve y las filtraciones que hay en el lecho del río. Se ha secado mucho antes de lo habitual: el año pasado empezamos mes y medio más tarde, el 16 de julio, y estuvimos dos días. Esta vez se ha ido todo el agua enseguida; si llegamos a esperar un par de días más, se nos van los peces». Lo curioso es que un poco más abajo, a la altura de una piscifactoría, el río vuelve a recuperar caudal. «El tramo que no tiene sumideros baja bien».

La dura vida en el río

Las condiciones del río también han hecho más dura la vida de sus habitantes. «Noviembre y enero fueron meses húmedos, pero en otoño no llovió nada, y los peces no han remontado el río en la época de desove, así que ha sido un año muy malo para la pesca, y por eso ha habido que terminar antes la temporada. Hasta los mismos pescadores han visto que era necesario: la mayoría está a favor de que se haya dejado de pescar. Está bien que los ríos descansen un poquito».

Opina que, en cualquier caso, los pescadores no son un problema para el río. «La presión de pescadores es muy baja, es más que aceptable. Hay cuotas, y cada vez más gente opta por la pesca sin muerte, porque se van concienciando. Aprecian el contacto con la naturaleza y devuelven los peces. En eso acabaremos si queremos mantener la pesca. Los ríos de Cantabria son un lujo, y aquí vienen pescadores de Valladolid, del País Vasco, de Navarra... y ves cómo lo valoran».

Habla de los pescadores casi como si se tratase de otra especie en peligro de extinción. «No hay relevo generacional, y ves que cada día son más viejos: solo hay que mirar cuántas licencias hay de personas de 18 a 30 años. Los chavales ya no van a pescar al río: están entretenidos con las tablets y los móviles y no van».

Los rescates de peces también han ido disminuyendo, año tras año. Jesús Cañas recuerda que en el 85 se pasaron doce días trabajando en el río, y que cogieron 12.000 peces. Este año han terminado el trabajo en unas horas: empezaron un poco después de las ocho de la mañana tuvieron que esperar a que parara de llover, y hacia la una ya habían recorrido todas las pozas. Y todo para conseguir una cosecha bien magra: poco más de un centenar de truchas. «Es una cantidad irrisoria. Ha habido años de 10.000, de 9.000..., pero ha ido bajando. Cuando teníamos 3.000 ya nos parecía reducidísimo. El año pasado rescatamos cuatrocientos y pico. Este, cien».

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