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Liébana, más cerca

Liébana, más cerca

La primera etapa del Camino Lebaniego es la más dura del recorrido pero para compensar, permite redescubrir la belleza de Cantabria en su estado natural

Pilar González Ruiz

Domingo, 11 de junio 2017, 08:41

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"Dejemos que todos los caminos nos hagan ser mejores personas", dice una nota manuscrita. Está colocada en una especie de capillita, un humilladero versión casera al borde de la carretera. En realidad, el mensaje está escrito en inglés e invita a caminar construyendo algo mejor que aquella mochila con la que partimos. Al lado, otra nota menos profunda, ésta en español, dice: «Me duelen los deditos pequeños de los pies». Eso también es verdad. El camino, tantas experiencias como personas.

Las joyas de la etapa

  • - Ferrería de Cades construida en 1752 es ahora un atractivo por su buena conservación y su demostración de funcionamiento que servía para mover dos molinos.

  • - Torre medieval en el pequeño pueblo de Estrada se levanta una torre medieval. Ahora está en plenas obras de rehabilitación.

Desde que comenzamos el recorrido ha habido una respuesta común cuando preguntábamos por el Camino Lebaniego. Es duro, nos dijeron. Un rompepiernas, nos avisaron. Demasiado para tres días, nos adelantaron. Y...¡se quedaron cortos!

El sol de la mañana anima los primeros pasos. San Vicente huele a pleamar y los comercios se desperezan en un martes tranquilo. Aún no se han multiplicado sus habitantes, como ocurre cada verano y los vecinos toman café en las terrazas.

Cruzar la A8 es cruzar también el último resto de núcleo urbano, olvidarnos de la velocidad, de la prisa y del ritmo de las rutinas habituales. Nos dirigimos hacia Serdio, un pequeño pueblo de apenas 120 habitantes, famoso por uno de ellos: el maqui Francisco Bedoya, nacido aquí en 1929. Uno de tantos «emboscaos» que se echaron al monte huyendo de la Guardia Civil en la década de los 40 y compañero de Juanín casi hasta su muerte.

Qué más ver

  • - Senda Fluvial del Nansa siete kilómetros de bucólico paseo a la orilla del río, con pozos y cascadas donde darse un chapuzón si el tiempo acompaña.

  • - Ría de Tina Menor también una ruta marcada por el agua que llega hasta la división entre los dos caminos.

Y aquí comienza la primera subida de las muchas que tendremos que coronar en esta jornada. Los vecinos se asoman a sus barandillas, cuajadas de rosales en flor y observan curiosos a los mochileros. Un «hola», un levantamiento de cabeza o un «buenos días» chapurreado con un final silbante son toda la conversación posible. Hay que guardar fuerzas y aliento para seguir ascendiendo. Al llegar a lo alto, dos bancos se ofrecen generosos al viajero. Uno mira hacia al mar; será la última vez que lo veamos, una despedida a lo lejos. Otro, de espaldas a la costa y, a la sombra de un hermoso roble, hace la presentación oficial del valle verde que tenemos por delante.

Comer y dormir

  • - Albergue de Cades las antiguas escuelas son ahora el albergue de peregrinos. Once plazas a 5 euros con cena y desayuno comunitario (942 72 75 77 - 678080789)

  • - La Fuente en el barrio del mismo nombre. 5.50 euros por noche como precio para sus veinte plazas 942727810 / 638 148 170)

El albergue de Serdio es una de las fachadas decoradas por el proyecto Way of Art, que ha repartido coloridos grafittis por distintos puntos del Camino Lebaniego. Un ciclista se detiene y fotografía el rostro de mujer que ahora ocupa la pared.

En Estrada, otro pequeño conjunto de casas y calma, se levanta una fortaleza. La torre medieval es el monumento más representativo del lugar, la única de Cantabria que tiene una capilla adosada. Es la ermita dedicada a San Bartolomé. Ambas están protegidas por una pequeña muralla. Para conocer el origen de esta mole hay que remontarse al siglo VIII. La primera reconstrucción llegaría siete siglos después y las cicatrices del tiempo se curarían, de nuevo, en 2005. Ahora la torre, delicada, al parecer, vuelve a lucir andamios. El Ducado de Estrada ejercía la propiedad de toda la zona, que divisaban desde las almenas de la torre, hoy sala de exposiciones con la posguerra civil española como tema.

La cita

  • "Sé tú el que aparta la piedra del camino" (Gabriela Mistral)

Dice la guía oficial que una bella ruta de montaña conduce al viajero hacia el siguiente pueblo. Y sí, hay pista de montaña, pero discurre junto a una cantera, que le resta encanto al paisaje. Igualmente, Muñorrodero, (imaginen cómo pedir indicaciones para llegar si uno sólo habla francés), marcará un antes y un después.

La canción

  • '

  • O caminho' (Bebel Gilberto

  • )

Es en este punto donde nuestros caminos se separan. Desde el comienzo hemos hablado del Camino Lebaniego; Santo Toribio es la referencia y el destino, el eje que articula el Año Jubilar, pero no es hasta este momento cuando daremos los primeros pasos por su trazado. En una pared de piedra están juntos por primera vez los dos indicativos marcando direcciones opuestas. Ya no seguiremos las flechas amarillas. Ahora sólo el rojo nos interesa.

Cabe mencionar que las señales del Camino del Norte aparecen en cualquier superficie; quitamiedos, árboles, asfalto, muros... El Camino Lebaniego luce más sencillo, más cuidado. La Santa Cruz se talla sobre placas de madera o en pequeño hitos a pie de calzada. Como si quisiera ser discreta frente a la universal Compostela.

Un pequeño desvío en Camijanes conduce a un tramo de paz y disfrute casi goloso. La Senda Fluvial del Nansa empieza como tantos lugares rehabilitados, con un parque salido de la nada, sin nadie jugando en él, y una extensión de arenilla cual brochazo amarillo entre el barro y el verdor del entorno. Pero una vez que comienza el recorrido, las pinceladas de urbanismo acelerado se olvidan.

Son unos siete kilómetros de frondoso trazado por la margen derecha del río que le da nombre, menos fámoso que otros compañeros, como el Besaya, el Saja o el Pas. Alisos, fresnos, espinos o sauces tejen una malla verde sobre la cabeza del peregrino. Protegen de la lluvia, si toca y también del sol, cuyos rayos se cuelan juguetones entre las hojas, como si pudieran incluso tocarse. Truchas y salmones campan a sus anchas por las aguas transparentes. Y al final, junto a la central eléctrica, una cascada y un pequeño pozo donde darse un chapuzón.

Sin embargo, algo no encaja: de fondo, a todo volumen, suena Cher. Im strong enough, rompe la calma. Es La Cabaña de Javier, que ha montado su improvisado punto de avituallamiento porque «Aquí no hay un bar ni un sitio para tomar algo fresco. Está todo mal indicado», afirma.

Dos kilómetros más y Cades nos recibe en el mismo silencio que ha marcado toda la etapa. El albergue son las antiguas escuelas unitarias y está en la plaza del pueblo. Allí descansan Laura y Fernando, cántabros que hacen el camino aprovechando una época sin trabajo. «Es más duro de lo que esperábamos», dicen. Les llevan la contraria Ana y Conchi, dos bilbainas que vienen desde Irún y que si destacan algo de este primer tramo es precisamente su belleza. «Parece salido de un cuento», dicen.

Estamos de acuerdo. Agotador, sí, pero esta novena etapa nos deja con ese sabor de redescubrir y disfrutar con calma los paisajes más bonitos de Cantabria. Nos sentimos afortunados. Ya queda menos.

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