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Objetivo cumplido
etapa 12 | cabañes- santo toribio

Objetivo cumplido

Terminamos esta aventura peregrina con la llegada al monasterio de Santo Toribio y el obligado paso por la Puerta del Perdón para cumplir el rito y el reto

Pilar González Ruiz

Domingo, 25 de junio 2017, 07:55

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Joyas de la etapa

  • -Monasterio de Santo Toribio el destino final del Camino Lebaniego merece una visita por sí mismo. Eso sí, de 10.00 a 13.00 y de 16.00 a 19.00 horas.

  • -Torre del Infantado el Centro de Estudios Lebaniegos permite acercarse a la historia de Beato de Liébana y su legado.

Silencio. Calor. Un aire limpio y transparente. Al mirar por la ventana, parece que ni siquiera hubiera cristal. La luz es distinta a la que vemos en la ciudad. Lógico. Estamos en la alta montaña. El albergue de Cabañes, mires desde donde mires, está rodeado por altísimas montañas y pequeñas casas. Si tuviéramos que imaginar un lugar donde alejarse del mundo y rodearse de tranquilidad, sería muy parecido a este. Hasta nuestros pasos parecen más lentos, para no desentonar con el ambiente.

Qué más ver

  • - Casco antiguo de Potes el pueblo mantiene su esencia combinada con un turismo creciente. Perderse en sus callejuelas sirve para comer, explorar y divertirse.

  • - Teleférico de Fuente Dé toda una experiencia ascender hacia los Picos de Europa en su cabina colgante.

Este será el punto de partida de la última etapa. La dureza del Camino Lebaniego no es comparable con la del Camino del Norte. Como en todo, la experiencia juega un papel decisivo. La de los peregrinos; para sobrellevar con soltura estos tres días de recorrido, más vale contar con preparación previa. También la de la administración, aquellos que pintan sobre el mapa el trazado por el que avanzarán los caminantes, en los que siempre debe estar centrado todo esfuerzo y propuesta.

Los pueblos de Liébana se van desgajando por las laderas. Difícil no echar la vista atrás y pensar en hace veinte, treinta años, tampoco hace falta buscar el pasado lejano. Ponerse en la piel de quienes debían ascender estas montañas cuando el asfalto aún no era un recurso común en el valle. Cuando el carro o los propios pies eran el vehículo habitual, sin ruedas ni combustible artificial. Imaginar las nevadas y el aislamiento invernal. El calor implacable del verano. El día a día sin pausa y sin días libres en la agenda que enfrenta cualquier ganadero.

Comer y dormir

  • - Albergue de Potes en la Plaza Mayor s/n con 60 plazas a 5 euros de precio por noche. (942 738 126). Abierto durante todo el año.

  • - Albergue de Santo Toribio ubicado junto al monasterio, cuenta con 38 plazas donde descansar al final del camino. Cuesta 10 euros la noche (942 730 550)

Quedan guiños y otro silencio distinto al de la calma; el del abandono. Los llamativos carteles de inmobiliarias están colgados muchas ventanas y balcones. Se venden más casas de las que se mantienen. El resto, se van cayendo. Pajares vencidos por el tiempo. Tejados que ya no protegen de una lluvia que no moja a nadie. Y la vida, que continua impasible. En la puerta de su casa, una vecina lee una revista, toma un refresco y de vez en cuando mira a su alrededor, como queriendo comprobar que todo sigue en su lugar. En los prados, cercados con alambre, las vacas remolonean mientras su terneros hacen los primeros pinitos en el mundo, tratando de levantarse y empezando a crecer. De pronto, un sonido casi aterrador parece romper la palpable calma; es un tractor que circula hacia sus rutinas. El conductor, que pasa los 60, con su boina y su camisa de cuadros, nos saluda con esa rudeza cercana de la gente de montaña.

La cita

  • "Llegar, ¡Quién piensa! Caminar importa sin que se extinga la divina llama del arte largo en nuestra vida corta" (Manuel Machado)

En Pendes bordeando la calleja principal, está la quesería. ¿Quién no conoce los quesucos lebaniegos? Aquí es posible conocer el proceso de fabricación de estos tesoros redondos e irregulares de la gastronomía cántabra. El camino nos regala una sombra agradecida entre árboles centenarios, tocones retorcidos y olor a humedad en el suelo resbaladizo. De frente, cuando hemos hecho la mitad del descenso, se abre la panorámica que veía la trouppe cinematográfica de Heidi cuando eligieron este lugar para rodar su película. Hasta en las altas montañas se producen pequeñas revoluciones.

La canción

  • '

  • Walk on the wild side' (Lou Reed

  • )

Cuando llegamos a Tama, el río Quiviesa dice «acércate» entre salto y salto por los cantos rodados. La carretera se vuelve llana y el ritmo se acelera. Potes es la siguiente parada. El suelo de la plaza no se atisba; todas las sombrillas están extendidas creando un falso techo de tela. En el puente, los turistas se hacen fotos. Van girando sobre sí mismos, selfie mediante, para ir cambiando los fondos que decoren su recuerdo. Ahora el río, ahora Picos, ahora la Torre del Infantado.

En medio de la villa, la susodicha torre se levanta inamovible. Desde sus almenas ha visto pasar la historia y ahí sigue. El hermano del rey Enrique II, Tello, mandó construirla en el siglo XIV. Desde ese momento, fue pasando de morador en morador. Primero fue de Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, casa del Infantado y después de los Duques de Osuna, que llegaron a ser la familia nobiliaria más importante de España, hasta llegar a ser propiedad del «pueblo»; fue la sede del Ayuntamiento y ahora alberga el Centro de Estudios Lebaniegos.

Para adentrarnos en la historia de uno de los personajes más relevantes de este lugar, podemos recorrer la exposición sobre Beato de Liébana y quien guste, puede darse un pase entre callejuelas e incluso depurar la garganta con el producto estrella: el orujo.

En nuestro caso, seguimos caminando; solo queda un último repecho, la prueba final. Para llegar al monasterio de Santo Toribio se ha acondicionado una senda que comparte espacio con la carretera general. Al principio de la misma hay un peregrino que jamás llegará a lugar alguno. Es una estatua que rinde homenaje a cuantos deciden lanzarse a esta epopeya personal. Unos metros más arriba, un mapa permite saber cómo se llama y cuánto mide cada uno de los picos que son el telón de fondo, aparentemente inalcanzables. A ellos vuelve la mirada una y otra vez durante los últimos kilómetros. Huele a asfalto caliente. Los caminantes suben. Los autobuses bajan.

Y por fin, ahí está. La mole cuadrada y lineal de Santo Toribio. Los campanarios de las pequeñas ermitas escondidas en el monte asomando entre las copas de los árboles. A la sombra de la zona cubierta, una excursión se protege del calor. Pasando la explanada nos encontramos frente a frente con la Puerta del Perdón, esa que, después de abrirse, da sentido al Año Jubilar.

Cruzarla es un acto de fe para algunos y de reto personal para otros. Y desde luego, ofrece una sensación de recogimiento. Dejamos atrás la luz y el calor exterior y el frío que cobijan los gruesos muros nos abraza solícito. Recogimiento, devoción y curiosidad se reparten entre los bancos. Hay quien reza, quien saca fotos, quien se detiene a mirar entre las rejas de la capilla que cobija la Santa Reliquia.

Fuera, el mundo sigue su curso. Salimos de nuevo, libres de pecado, según la teoría del rito, más cansados que hace once días y con una intensa experiencia en nuestra mochila personal, cargada de imágenes y momentos. Nuestro recorrido ha terminado. Objetivo cumplido.

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