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Los corraliegos eligen el santuario para muchas de sus celebraciones religiosas. Cavia
Un pequeño santuario con bula papal

Un pequeño santuario con bula papal

El templo de Nuestra Señora de La Cuesta en Los Corrales otorga indulgencia plena | El papa Pío VI concedió en el siglo XVIII el Jubileo Perpetuo a una ermita con muchas historias de devoción y recuperación del patrimonio religioso

NACHO CAVIA

LOS CORRALES.

Lunes, 6 de noviembre 2017, 07:19

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El pequeño santuario de Nuestra Señora de la Cuesta, en Los Corrales de Buelna, guarda muchas sorpresas en su larga historia y una de ellas es la posibilidad de conceder indulgencia plenaria, una bula a perpetuidad concedida allá por el siglo XVIII. El entonces papa Pío VI otorgó en su mandato la identidad propia de la diócesis de Santander y, poco después, a petición del que era párroco de Los Corrales de Buelna, Pedro González Bustamante, un Jubileo Perpetuo coincidiendo con dos fiestas señaladas: las Candelas y Santa Ana.

El párroco actual, Francisco Lledías, recuerda siempre esa «divina gracia», celebrando, como es tradición, una santa misa en el santuario corraliego ya por las Candelas, el 2 de febrero, ya por Santa Ana, el 26 de julio. Pero también es conocida su devoción por ese templo tanta como su labor por restaurarlo y dejarlo en perfecto orden. Tanto es así que son muchos los corraliegos que, ante una celebración religiosa concreta, optan por una ermita que tiene su propia fiesta, la de la Asunción de Nuestra Señora la Virgen de la Cuesta, patrona del municipio y de los montañeros del valle. Quizá por eso es uno de los municipios con más adeptos a la montaña, más de 500 personas federadas. Una fiesta popular muy querida por los corraliegos que, cada mes de agosto, se reúnen a la sombra de los árboles que rodean el santuario más venerado en el pueblo.

La historia de la indulgencia tiene su origen en el siglo XVIII, durante el papado de Pío VI. A petición del párroco de entonces, Pedro González Bustamante, a través del nuevo obispado de Santander, se concedió y emitió una bula por aquel santo padre que rezaba lo siguiente: «A las personas que de uno y otro sexo que habiendo confesado y comulgado visitaren devotamente el santuario de Santa María de la Cuesta desde las primera vísperas hasta el día siguiente puesto el sol en los días de la Purificación de Nuestra Señora y Santa Ana ganan indulgencia plenaria y remisión de todos los pecados pidiendo la paz y concordia entre los príncipes cristianos buen estado y aumento de nuestra Santa Madre Iglesia. Siendo párroco Pedro González Bustamante».

No quedó ahí la cosa. El mismo documento, que se guarda en el santuario, añade que «así mismo concede Su Santidad, en todos los días de las festividades de Nuestra Señora, siete años y siete cuarentenas de perdón, rogando a Dios Nuestro Señor por las necesidades de nuestra Santa Madre Iglesia». El propio Lledías se encargó de explicar que la festividad de la Purificación de Nuestra Señora se refiere a la presentación de Jesucristo en el templo, 40 días después de Navidad, lo que suele coincidir con el 2 de febrero, las Candelas.

No es la única curiosidad de ese pequeño templo. Entre agosto y septiembre de 1854 «hallándose Sevilla invadida por el cólera, los naturales de Los Corrales de Buelna residentes en Sevilla ofrecieron a Santa María de la Cuesta, si se dignaba librarles del mal, un presente que recordara el evento y como muestra de gratitud». Los fieles, agradecidos, regalaron un manto «de rico terciopelo con oro, corona de plata y otra para diario, ramo de plata para la mano y vestido completo para el niño». Aún hoy se conserva la corona de plata 'de diario'.

'Retablo del milagro'

Quizá por todo ello la ermita también ha contribuido a obrar algún que otro milagro, como la recuperación del retablo de San Antonio. El «retablo del milagro», como apunta el párroco ante las coincidencias que se tuvieron que dar para recobrarlo y la imagen que albergó hasta hace un siglo.

La historia comienza en 2012, con los trabajos de recuperación de las imágenes laterales de la iglesia. Ante el buen trabajo que se estaba realizando, el párroco comentó a los responsables de la restauración la existencia de varias piezas en madera policromada abandonadas en el desván del santuario. Allí se encontraron hornacinas, columnas y piezas de lo que podían ser, al menos, dos retablos de gran valor. Uno, completo; el otro, irrecuperable.

Mientras, los mayores del lugar fueron desvelando su historia. El retablo en mejor estado fue pensado para un lateral del santuario de La Cuesta, donde estuvo hasta el primer tramo del siglo pasado. Su imagen principal corrió peor suerte. Durante la Guerra Civil fue mutilada y terminó en el mismo desván.

Hasta hace unos años, cuando las mayordomas del santuario la encontraron y se la llevaron a Francisco Lledías. Era San Antonio de Padua, una pieza del siglo XVII, «especialmente bonita y valiosa».

Cuando finalizó la restauración del retablo se limpió el lienzo que cubría el fondo. Una imagen curiosa que representaba un mar embravecido donde los peces saltaban visiblemente. Cuando el párroco lo vio fue cuando se dio cuenta de que el círculo se cerraba. San Antonio volvía a su casa. «Estaba claro, la imagen representaba el milagro de San Antonio cuando, rechazado en un pueblo, predicó al mar y los peces saltaron para escucharle».

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