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El circo entre bambalinas

El circo entre bambalinas

Bajo la carpa de Quimera conviven setenta artistas y empleados que funcionan como una gran familia

Mariana Cores

Jueves, 28 de julio 2016, 14:14

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Faltan cinco minutos para que empiece la función de las siete del Circo Quimera. La carpa se levanta en el parque de Mesones. Un bebé de cinco semanas protesta en su cochecito. Es la hija del acróbata portugués Dany Daniels y su ayudante húngara y mujer, Edina Papp. Mientras ellos practican su número, el vestuario se convierte en una guardería donde no faltan manos para acunar a la pequeña Adriana. «Esta es la magia del circo. Somos una gran familia», afirma Dany.

Setenta personas han viajado desde distintos puntos del planeta para levantar esta carpa en la que se respira la atmósfera del circo teatral. Entre bambalinas se vive otra historia, la de los integrantes de esta aventura de magia, risas y teatro. Este año, su creador y director, Raúl Alegría, rinde homenaje a los clowns. El mago cántabro quiere dignificar la palabra payaso.

A modo de jaima, la carpa está dividida en su interior en dos círculos. El primero, invadido de manera absoluta por el olor a palomitas, acoge la pista (de doce metros) y las gradas. En el segundo, el más pegado a la calle, es donde se cuece la trastienda del circo. Donde sus integrantes se transforman en artistas.

El Circo Azul

  • pequeños aprendices

  • Vivir la magia del circo desde dentro. Ponerse la nariz roja de payaso o probar los trucos de los acróbatas. El Circo Quimera acoge a la Escuela de Circo Azul (perteneciente al Café de las Artes) hasta mañana, viernes 29, en la que los niños tocan todas las disciplinas circenses elástica, aérea, malabares, equilibrio, acrobacia o cable, entre otras.

  • Cristian Londoño, miembro de la compañía, y Arce López, uno de los profesores, cuentan que los chicos «alucinan. Meterse bajo la carpa y disfrutar como si fueran parte del equipo del circo les deja con la boca abierta».

  • Algunos de los pequeños «disfrutan tanto que terminan apuntándose a la escuela del Circo Azul, que tenemos en la calle García Morato, en Santander», agregan.

  • Indican que, a través de estas clases, «no solo disfrutan, sino que es bueno para el desarrollo de sus sentidos y la psicomotricidad. Aprenden a manejar las dos partes del cerebro, ya que utilizan tanto la mano derecha como la izquierda para los malabares, por ejemplo». También hacen hincapié en que «no es una parcela exclusiva de los niños. Los adultos disfrutan igual o más».

A las nueve y media de la mañana empieza la actividad con la primera reunión del día. El primer café, Alegría se lo toma en su caravana. Es el único que duerme en el recinto, junto a su jefe de pista. El resto está distribuido por hoteles y apartamentos de la ciudad. Programa del día, repaso del anterior, incidentes, venta de entradas, cambios posibles... Ya está todo listo para arrancar.

A las once, los mozos de pista acondicionan y limpian toda la zona. Todo debe estar listo para la Escuela de Circo Azul, dedicada a la formación de artes circenses de los más pequeños, pero a la que ya se ha apuntado también algún padre. Está dirigido a niños de cinco a trece años. Tocan las distintas disciplinas del mundo del circo.

Los diminutos aspirantes a artistas comparten espacio con los que conforman el Circo Quimera. Las mañanas son para ensayar. Cada uno lo hace por su cuenta. Lo mismo que con la comida. Alegría cuenta que «esto es como la ONU». «Hay tantos idiomas como tipos de comida, por lo que cada uno se organiza la suya. ¡Sería un catering imposible, de lo contrario!».

A las dos y media de la tarde se hace el parón para el almuerzo y una hora y media antes de la función, el backstage empieza a ser un hervidero. Cruce de maquilladoras, unas mallas por aquí, unos zapatos en los que cabrían dos por allí. Narices rojas por todas partes. Y muchas risas y conversaciones que se cruzan.

Los artistas provienen «de los mejores espectáculos del mundo», asegura Alegría. «El año pasado estuve en el Gran Circ de Nadal de Girona y en el Circo Stiletto, en Alemania. En noviembre estaré en uno de los circos varieté más importantes de Europa, el Friedrischbau, en Stuttgart. De esta forma, voy cogiendo los mejores y más originales números, así como a los artistas. Selecciono lo mejor entre lo mejor para venir a Santander».

Explica que es el único circo que monta, «el de mi ciudad». «Mi ilusión desde siempre ha sido traer a Santander un circo diferente, en el que no solo los niños lo pasaran bien, y con el que se llegue a las emociones del público. Y creo que lo hemos conseguido». Su trabajo, de hecho, para el número del siguiente verano «empieza con un año vista». «Ya tengo la idea en mi cabeza. En cuanto termine esta edición, iré montando las piezas».

El mapa

Entre bambalinas, el idioma oficial es el inglés. Las nacionalidades viajan por Hungría, Estados Unidos, Portugal, México, Rusia, Italia o Inglaterra. Tampoco falta la española, de la que presume el payaso Pepe Silva. Este malagueño de 47 años empezó a hacer sus primeros pinitos con solo catorce. Ahora forma una de las parejas más conocidas de este mundillo junto con el neoyorquino Tom Dougherty. Dice que para ser parte del circo «hay que ser un poco nómada».

«Reconozco explica mientras se prepara que para tener familia es un poco de lío, sobre todo por el tema de los colegios, pero mis tres hijos se han criado bajo una carpa y lo han superado estupendamente. El ambiente siempre es muy bueno y todos nos ayudamos». Elena Vives, madrileña de 32 años, y su pareja Diego García, también madrileño de 37 años, aún no tienen familia. Ellos hacen uno de los dúos más llamativos de acróbatas aéreos. «Trabajo poco en el circo. Durante el año estamos más en teatros. No hay que montar carpa. Aun así, estos días me gustan. Tenemos un bebé de unos compañeros y entre todos ayudamos. Es bonito».

La inglesa Laura Miller llega con su número aéreo-náutico (juega con el aro y las acrobacias y una piscina de agua) desde uno de los circos más modernos del mundo, el ¡Flic Flac. Cuenta que ella es «trapecista». «Yo era bailarina y hace dieciséis años me encontré con mi marido, que fue el que me introdujo en este mundo». Empezó con él y con su hermano, «¡pero ahora voy por libre!». Lo cuenta con ilusión.

«Me encanta esta vida. Cada vez conoces a nueva gente, nuevos sitios por descubrir. No hay fronteras. Y Santander es una maravilla. De poner un pero sería el tema de los niños, aunque mi sobrino habla ya cinco idiomas. Es increíble. Es algo generalizado en los chicos que crecen en el circo».

Mamá, a escena

Edina Papp anda un poco «inquieta» por cómo será el futuro con su niña recién nacida. «Me he recuperado muy rápido. A las cinco semanas ya estoy en marcha, ¡qué remedio!». Es bailarina clásica y conoció a su marido en Budapest hace tres años. Quiere esperar a que su hija crezca un poco para vivir en el circo. Por ello, «cuando Quimera eche el cierre, nos iremos a trabajar a un cabaret en Francia».

El circo y su gran familia abren cada día las cortinas a partir de las siete de la tarde con una única función, de lunes a viernes. Los sábados y domingos Quimera dobla esfuerzos: hay sesiones a las 17.00 y a las 20.00 horas.

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