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Guillermo Balbona
Lunes, 29 de mayo 2017, 07:01
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El proceso de morir, no tanto la muerte en sí misma, acapara las inquietudes comunes de la conversación. No hay ritual ni poses. No es una reunión de terapia ni la convocatoria de una asociación con socios donde la gente se conoce. Aquí se comparte la opinión y el testimonio.
No obstante, se palpa esa complicidad e interés por el otro que destilan las tertulias hoy ya casi desaparecidas. Death Café, una iniciativa que consiste en que cualquier persona que lo desee pueda aportar su visión del concepto de la muerte, ha aflorado este mes en Santander procedente de otras ciudades españolas que ya adoptaron una experiencia que se ha extendido por Europa con rapidez y naturalidad en la última década. Lugares que no deben entenderse como espacio de terapia u oración. Las reglas básicas de la cita son el respeto por la opinión de los demás y la confidencialidad, como así se ha subrayado en la doble convocatoria celebrada en el espacio santanderino Eureka.
experiencia piloto
Tras la doble experiencia piloto de este mes de mayo en el que se sucedieron aportaciones, visiones, confesiones personales y testimonios plurales, los impulsores del Death Café en Santander, Noelia Palacio, psicooncóloga, y Diego Villalón, trabajador social y cofundador de la Fundación Más que Ideas, se muestran satisfechos de una iniciativa que "ya puede volar sola". El número de inscripciones superó las expectativas, por lo que se plantearon hacer nuevos grupos, dada la lista de espera. "No se trata de un grupo de apoyo al duelo ni de una jornada formativa. Es un diálogo en sí mismo".
La dignidad, los cuidados paliativos, el suicidio, el "cómo tomar conciencia de la muerte es una forma de anclarse a la vida", la diferente concepción de la muerte según las culturas, el luto, las vivencias cercanas, el dolor, las enfermedades degenerativasconstituyen algunas de las reflexiones y geografías emocionales trazadas por este particular mapa de la muerte que los participantes en el café comparten y se intercambian durante una hora y media. No existe una tipología determinada. Han asistido auxiliares de enfermería, funcionarios, editores, libreros, fotógrafos, administrativas, docentes, músicos, jubiladostanto mujeres como hombres, sin más querencia especial que la necesidad de expresar y escuchar con naturalidad opiniones y voces unidas por el significado, la experiencia y el relato que conlleva la muerte en la sociedad contemporánea.
Aunque la eutanasia asomó levemente en ambas reuniones, sí se manifestó una sensibilización especial por todos los aspectos que implican legislación, costumbres y duelo en torno al fin de la vida. La intimidad, la privacidad y el concepto social que rodea a la muerte, entre tabúes, silencios y encubrimientos. Y una sensación y una idea generalizadas: "No nos enseñan a pensar en la muerte" y "nuestra cultura nos lo ha puesto muy difícil". Además las voces inciden en la necesidad de priorizar los afectos, en indagar en el aprendizaje del proceso de morir, y de que entre la ciencia y la religión haya un espacio educativo donde normalizar un objetivo en el que todos parecen estar de acuerdo: "hablar de la muerte es hablar de la vida".
Los límites y fronteras en torno a la medicalización de la vida, el derecho del enfermo, las últimas voluntades, la actitud ética de los médicos, la depresión o la dignidad también fueron objeto de conversación.
Para opinar de ingeniería genética o de física cuántica o por lo menos para hacerlo con algo de criterio es necesario poco menos que tener un título universitario. Las doce mujeres y los ocho hombres que participaron en el primer Café recogieron este guante y llegaron al punto de encuentro con una licenciatura sobre la muerte.
Por su condición de profesionales sanitarios y su cercanía a personas en situaciones terminales, por experiencias personales traumáticas o de gran intensidad emocional, por el bagaje religioso y cultural que les han dado años de estudio de un asunto que les obsesiona... Cada uno con su mochila y su experiencia, partieron del mismo punto: "Es algo universal, a todos nos va a pasar", "es el acto supremo" y "hasta para morirse hay que tener suerte" fueron algunas de las reflexiones iniciales.
El origen estaba claro, pero en una conversación libre y casi sin reglas, lo interesante era ver cuál sería el siguiente paso. "Con la muerte sale el lado egoísta de las personas, porque no queremos que la otra persona nos deje. El duelo posterior será menor si has querido a esa persona y en su momento la has puesto en valor", defendía uno de los voluntarios en esta experiencia. No convencía a su interlocutor: "Si ahora se muere mi hija le tristeza será enorme a pesar de que la he querido y cuidado en vida. No estoy de acuerdo". La mayor preocupación de otra de las mujeres era si sabría cuidar a sus padres ahora que estaban en los últimos momentos de su vida. "Sale solo sin pensarlo. Que decidan cómo y de qué quieren hablar o no hablar. Uno mira la muerte según ha mirado la vida", le aconsejaron recopilando en una única frase mucho de lo dicho anteriormente.
Dialogaron diferentes profesionales de entre 30 y 70 años que, con más o menos intensidad, por su experiencia vital, se han acercado a la muerte. "Pero también los niños ven la muerte. También los niños se mueren. ¿Por qué hay esa falta de respeto con ellos cuando nos preguntan sobre el tema?". Esa reflexión sirvió para abrir nuevos interrogantes. "Recuerdo que mi hija me preguntó una vez que si ella también se iba a morir, ahora me arrepiento", comentó una de las participantes. La misma que después recordó cómo acompañar a su abuelo en sus últimos días cuando era una adolescente, lejos de ser un trauma, fue algo que agradecerá toda su vida.
Nadie mostró su desacuerdo cuando otro de los participantes defendió deshacer el proceso que ha eliminado en las escuelas la ética con contenidos específicos sobre este asunto y la ha sustituido por la religión. Entre café y café, otro se lamentaba por no tener las herramientas que da la religión para enfrentarse a los últimos momentos y la de enfrente le respondía que buscar una explicación no quería decir que no asumiera la muerte como el final.
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