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El vendaval imposible

El vendaval imposible

Vientos de 200 kilómetros por hora y una extrema sequedad sentenciaron a un Santander a merced del temporal

Aser Falagán

Martes, 16 de febrero 2016, 13:06

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Cuando amaneció el 15 de febrero, Santander ya estaba sentenciada. No se sabía aún, pero era un hecho inevitable; un castigo bíblico. El mayor temporal que conocieron los tiempos había empezado a azotar la ciudad y ya no iba a parar hasta convertirla en un amasijo de brasas y escombros.Fue un vendaval épico, de los que la leyenda urbana dice que arrastran aires y arena del Sáhara y por eso su sequedad, en un mito tan poético como ficticio. Decían los viejos cuando les preguntaban que el incendio del 41 lo provocó una surada. Y no es verdad. Aquello fue mucho más.Fue mucho más. Un vendaval imposible que sin embargo ocurrió. Capaz, con la ayuda de las viejas casas con esqueleto de madera, de fulminar en menos de dos días el casco viejo del Santander medieval y sus primeros ensanches.

Lo de aquel 15 de febrero fue una ciclogénesis que afectó a toda España y, pese a tener su centro de bajas presiones en el Cantábrico, provocó daños incluso enAndalucía. Todo comenzó muy de mañana con un frente de bajas presiones que fue provocando rachas cada vez más intensas desde la mañana. Las crónicas de la época hablan de vientos de 140 kilómetros por hora en plena catarsis. Tampoco es verdad. Por momentos, las rachas superaron los 200. Son las estimaciones del delegado de Aemet enCantabria, José Luis Arteche, teniendo en cuenta los datos del anemómetro que se han conservado y las diferentes mediciones y datos de presión existentes. No existe en los registros de la agencia ningún antecedente similar a nivel del mar, desde que en 1887 se creó con el nombre de Instituto CentralMeteorológico. La violencia del temporal fue tal que arrancó de cuajo las aspas del anemómetro del Paseo delAlta, como se llamaba GeneralDávila, donde aún se levanta un observatorio ahora convertido en agencia de desarrollo local y entonces testigo ileso de la catástrofe. Desde allí vieron espantados los técnicos cómo, a no tanta distancia, ardía la ciudad mientras el sur les enviaba colina arriba esquirlas envenenadas.

El reconstruido mapa de isobaras del 15 de febrero muestra una borrasca como tantas que se producen en el Atlántico.La diferencia, que el frente de bajas presiones resultó extremadamente bajo (952 hectopascales, que es como se llaman ahora los milibares de antes) y pasó muy cercano a la costa, en lugar de hacerlo, como es más habitual, algo más al norte, muy en alta mar. El desastre coincide precisamente con ese pico de bajas presiones, y los incompletos mapas de la época nazis y aliados no compartían la información meteorológica permiten observar cómo el temporal siguió incidiendo sobre la ciudad hasta bien entrado el día 16.

Así fue como en su recorrido fue azotando elCantábrico occidental con vientos del sur. Los Picos de Europa protegieron a Asturias del colosal remolino, que precisamente abandonó la península por territorio astur, pero la mayor parte de Cantabria, en concreto desde Santander por donde no pasó el centro de la borrasca, lo que sirve para dimensionar más aún su capacidad destructiva hacia el este, y buena parte de la costa vasca pagaron los platos rotos.

UNA SURADA

Así es precisamente como se gesta cualquier temporal de sur.Un frente de bajas presiones se forma al oeste o al norte de la península, y avanza provocando fuertes vientos del sur a menor presión, rachas más fuertes sobre toda la Cornisa Cantábrica. En realidad no es viento saharaui, como en el imaginario popular ha invitado a pensar su sentido sur-norte, sino mucho más cercano. Las rachas giran en torno al frente de bajas presiones en sentido contrario a las agujas del reloj, de modo que en el norte de la península se percibe como viento del sur. La situación afecta incluso a la polaridad terrestre, y se ha ligado tradicionalmente a malestar e incluso episodios de enajenación.

Estas fuertes ráfagas afectan especialmente a Cantabria y parte del País Vasco por motivos orográficos.Mientras que la Cornisa Cantábrica sirve de muro enAsturias, donde los Picos de Europa tienen mayor altura, la Cantabria central o occidental queda más expuesta por un doble motivo: la menor altitud de sus cotas, que permite que el viento las remonte con mayor facilidad y los propios pasos naturales, que se convierten en corredores por los que las ráfagas adquieren más fuerzas. A su paso por la Meseta el viento pierde humedad, y al ascender la Cordillera rebota ya extremadamente seco contra una capa de la atmósfera y baja aún más furibundo a Santander aprovechando un pasillo natural que le sirve de corredor. Fue el caso de aquel nefasto 15 de febrero, en el que los higrómetros llegaron a caer a un 54% de humedad, unos valores anormalmente bajos en una ciudad costera.

Ese fenómeno, tan intrínseco a Cantabria como los sobaos, el orujo, los bolos o el Racing, responde a un nombre muy familiar para cualquier montañés: una surada. Y eso fue precisamente lo que azotó Santander el 15 de febrero de 1941. Pero con un pequeño matiz: aquello fue la madre de todas las suradas, con viento de fuerza 12 (la mayor de la escala) tanto en tierra como en el mar. Aemet define esta gradación, la máxima existente, como temporal huracanado, y en los documentos de la época figura incluso una anotación de fuerza 14, de acuerdo con otra escala aún vigente en aquel momento.

PRECISIÓN

El temporal cumplió su tarea de ángel exterminador con precisión quirúrgica. Maduró la ciudad desde la mañana, despojando poco a poco de tejas y cerramientos los edificios para desnudar las resecas vigas de madera del viejo Santander.Conforme avanzaba la tarde comenzó a arrancar tejados y árboles de cuajo mientras derribaba las catenarias del tranvía, obligando a interrumpir el servicio hacia las seis de la tarde. Alrededor las diez de la noche, justo cuando germinó la catástrofe, el temporal azotaba en toda su intensidad y había desmontado muchos tendidos eléctricos, provocando cortocircuitos que a su vez prendieron un buen puñado de incendios que ya dieron mucho quehacer a los bomberos durante la tarde. Las rachas también colaboraron a inflamar numerosas chimeneas y braseros en las viejas y combustibles casas centenarias.

Una vez hubo desnudado las vigas y provocado el incendio, el viento sur se dedicó a expandirlo por toda la Puebla Vieja y, pocos minutos después, por la Nueva. Las rachas de 200 kilómetros por hora lanzaron tizones y vigas enteras por los aires, y cuando las llamas alcanzaron la torre de la Catedral la convirtieron en un surtidor incandescente que prendió todo el centro de la ciudad. De paso, los roles y fuertes ráfagas impedían a los bomberos atacar correctamente las llamas, desviando constantemente el agua e impidiéndoles subir a los tejados para actuar de una forma más efectiva.

No fue solo la fuerza del viento, sino también su extrema sequedad, lo que facilitó la combustión de la madera seca en un fenómeno similar al que ocurre en algunos incendios forestales a pesar de que a las siete de la tarde del día 15 hiciera una temperatura moderadamente fresca enSantander: 12 grados. De hecho, cuando ya el domingo se había moderado el temporal, el fuego comenzó a propagarse no tanto por el viento sino por la combustión propia de las altas temperaturas y la sequedad. Así terminó un huracán imposible que provocó daños incluso en Andalucía, vientos de 180 kilómetros por hora enSanSebastián e incluso víctimas mortales enCastroUrdiales. Pero nada comparable con la colosal e indeleble cicatriz que dejó en la capital cántabra.

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