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Detalle de 'El choricero', cuadro de Ramón Bayeu ca. 1786. Museo del Prado.
El tío Rico, choricero de su majestad

El tío Rico, choricero de su majestad

Gastrohistorias ·

El mito y la anécdota campechana se mezclan en la historia de cómo un choricero salmantino se convirtió en proveedor oficial de la Casa Real

Ana Vega Pérez de Arlucea

Domingo, 20 de mayo 2018, 07:24

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Si visitan ustedes el Museo del Prado verán, entre un sinfín de obras maestras dedicadas a la estampa manducatoria, una que llama especialmente la atención. En la sala 94 está expuesto un lienzo estrecho y alto que representa a un vendedor ambulante, morral al hombro y ristra de chorizos en mano. A sus pies descansa un jamón enseñando jugosa veta. 'El choricero', de Ramón Bayeu y Subías (1746-1793), estuvo durante mucho tiempo atribuido a Francisco de Goya y sirvió como ejemplo de la diversidad de intereses de su supuesto autor aragonés, que lo mismo retrataba a duquesas primorosas que a choriceros con las manos grasientas.

Que el cuadro sea de realmente de su cuñado Bayeu no le quita ningún mérito, sobre todo porque de por sí lleva asociada otra historia culinaria bastante curiosa. Se dice, se cuenta, se rumorea sin base documental que el protagonista del retrato no es otro que el famoso tío Rico, un mítico tratante de embutidos que puso a su pueblo, Candelario, sobre el mapa y que comenzó una larga estirpe de maestros choriceros.

La historia tiene mil versiones apócrifas pero una de las más antiguas es del escritor Enrique Sepúlveda, quien la incluyó en su libro 'La vida en Madrid en 1886' (1887). En un capítulo titulado «Callos y caracoles», Sepúlveda habla del rey Carlos IV «el Cazador» (1748-1819) y de cómo un día, haciendo honor a su mote y en plena jornada de caza por la sierra, se encontró con el tío Rico. Al monarca, que era bastante tragaldabas, se le había despertado el hambre y no había provisiones en el zurrón. Hete aquí que se encuentran con un paisano que lleva carga de embutidos a la villa y corte y el rey se pone a devorar chorizos «como un extremeño bellotas o como un paisano de Béjar manzanas y madroños». Supuestamente Carlos IV, encantado con el festín le pregunta al vendedor su nombre y éste le contesta que en su pueblo le llaman tío Rico. «Ricos de veras son tus chorizos y desde ahora te nombro proveedor de la Real Casa».

No sabemos qué hay de cierto en esto. Podría ser una trola como una casa, de ésas que se cuentan para dar muestra de la real campechanía borbónica, y también podría estar levemente inspirada en hechos reales que llegaran a oídos de Sepúlveda muchas décadas después. La gracia está en que la anécdota se creía a pies juntillas en la capital, tanto que desde mediados del siglo XIX el nombre del tío Rico estaba asociado a la venta de longaniza y que diferentes comerciantes extremeños o salmantinos juraron y perjuraron ser descendientes de aquel primigenio señor Rico para obtener pingües beneficios y algo de caché. En 1875 se vendían chorizos, jamones y morcillas en la Plaza Mayor de Madrid con el nombre de Rico (de la casa Rico, Fraile y Cía, Candelario), en 1902 una tienda Rico de la calle Toledo exhibía un escudo real en su puerta y aún en 1932 había un Mariano Rico que despachaba embutido en la calle Conde Romanones defendiendo ser familia del tío Rico.

Sea como fuere, el chorizo de Candelario hizo ricos a los Rico. Al menos lo suficiente como para dar pie a la expresión «atar perros con longanizas», que, según otro mito choricero, se originó en el mismo pueblo.

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