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Las cenizas y el polvo sepultaron las calles e hicieron que bomberos y policías parecieran figuras espectrales. Shawn Baldwin
El 11-S: un apocalipsis que se narró en directo

El 11-S: un apocalipsis que se narró en directo

Dieciséis años después, Mercedes Gallego y Alfonso Armada rememoran para los periódicos de Vocento el día en que pareció que el mundo se acababa

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Lunes, 11 de septiembre 2017

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Jamás un guionista de Hollywood hubiera ideado un atentado ejecutado de una manera tan espantosamente limpia. Con una tensión dramática 'in crescendo', los atentados del 11-S fueron producto de un cerebro endiabladamente inteligente. Unos terroristas secuestran cuatro aviones cargados de combustible, estrellan dos contra las Torres Gemelas y consiguen que el desplome de los dos gigantescos rascacielos sea emitido en directo por televisiones de todo el mundo. A ello se añade un tercer aparato que cae en picado contra la fachada del Pentágono.

Los dos edificios de 110 pisos estaban hechos para resistir el impacto de una aeronave de pasajeros, pero no para aguantar un calor infernal que derritió las vigas e hizo que se desmigara la estructura de las enormes moles de acero y hormigón. «Quien hizo el guión de esta película era un genio del mal: consiguió el efecto más pavoroso del mundo en 102 minutos, los que aproximadamente dura un filme», asegura Alfonso Armada, corresponsal durante casi siete años de 'ABC' y testigo de una tragedia que cambió el mundo.

Era la primera vez desde la Guerra de la Independencia que EE UU sufría un ataque en su propio territorio, si se exceptúa Pearl Harbor. Pero la base naval de Hawái bombardeada por la armada japonesa se encontraba a 8.000 kilómetros de distancia de suelo americano. Nada que ver con el 11-S, día en que se desvaneció la convicción de que el país era invulnerable. Casi tres mil muertos -2.981, para ser exactos- componían la terrible lista de víctimas. A veces se olvida incluir entre los cadáveres los pasajeros del avión del Pentágono y los del cuarto vuelo, que se estrelló en campo abierto en Shanksville (Pensilvania). Además murieron 319 bomberos y 50 policías realizando su trabajo.

A Mercedes Gallego, corresponsal en Nueva York de los periódicos de Vocento, le avisó Julio Anguita Parrado -muerto luego por un misil en la guerra de Irak- de lo que estaba ocurriendo. «Miré por la ventana y vi el humo rodeando las Torres Gemelas. Puse la tele y entonces hablaban de un accidente aéreo. Mi chico, que trabajaba para la NBC, había venido la noche antes de Miami con la intención de rodar un documental sobre los servicios secretos, que tenían su sede en el World Trade Center. Debía estar allí a las nueve de la mañana pero le aplazaron la cita a las doce. No le pilló por los pelos».

Pronto cundió el pánico. El presidente George Bush, que se encontraba visitando una escuela en Florida, se pasó el día volando a bordo del Air Force One. Todos los vuelos sobre territorio estadounidense fueron suspendidos y una densa capa de ceniza espesó el aire. Ante la primera reacción vacilante de Bush, el alcalde de la ciudad, Rudolph Giuliani, tomó el mando en medio del desconcierto. Los americanos, atónitos, no sabían si estaban ante el comienzo de la III Guerra Mundial o el apocalipsis.

Cuando el primer avión de la American Airlines se empotró contra el World Trade Center, Alfonso Armada se encontraba en una cafetería con su mujer, en la Segunda Avenida, esquina con la calle 32, después de haber dejado a su hija en el colegio. Subió directamente a la azotea del edificio en que estaba su apartamento, desde donde se observaba una vista privilegiada del sur de Manhattan. Su mujer, la fotógrafa Corina Arranz, fue a coger su cámara. Armada vio cómo ardía una de las torres, se incrustaba un segundo avión en el World Trade Center y un hongo horizontal de humo y cristales se proyectaba sobre el norte. «Siempre te dicen que si hay una explosión nuclear lo primero es cerrar los ojos para que no te ciegue la vista. Lo pensé en ese momento, pero los mantuve abiertos. Por esas perversiones de la profesión me dije: 'joder, mi mujer no está aquí para hacer la foto de su vida'».

«Grandiosas chimeneas»

La nube negra desplazándose por los edificios del sur de la Gran Manzana, con sus diseños inconfundibles del siglo XIX y principios del XX, confería a la escena un aire fantasmal. «Las construcciones, con sus depósitos de agua, arcos y cornisas, parecían un gigantesco trasatlántico, mientras que las dos torres humeantes se asemejaban a grandiosas chimeneas», cuenta Armada.

La clientela de las tiendas arramblaba con todo poseída por el miedo. Como no se aceptaban tarjetas de crédito porque las comunicaciones quedaron interrumpidas, la gente hacía acopio de dinero contante y sonante. «Desde entonces en mi casa siempre tengo lo que llamo mi caja de emergencia, con raciones militares, agua, latas, velas y un teléfono con disco», asegura Gallego.

Al principio el metro aún funcionaba. Es curioso, pero pocos pasajeros sabían lo que estaba ocurriendo. Al atacar Armada y su mujer el último tramo de las escaleras del suburbano que dan al Ayuntamiento y el puente de Brooklyn, se propagó un formidable estruendo. Había caído la segunda torre. «Empezó un éxodo gigantesco de gente caminando, porque las calles estaban bloqueadas. Muchos escuchaban la radio en sus coches y los rumores se mezclaban con la realidad. Se decía que el Pentágono había sido atacado y también el norte de Manhattan. La sensación dominante era que la guerra había llegado a la ciudad, una percepción que se unía a la incredulidad».

Después de escribir la crónica, Mercedes Gallego y Anguita Parrado se desplazaron en sendas bicicletas y lograron burlar el cerco policial al enrolarse en una cuadrilla de la empresa de electricidad Consolidated Edison. Pertrechados de casco y mascarilla, les confundieron con trabajadores de la compañía y consiguieron acceder a las inmediaciones de las Torres Gemelas. De inmediato les pusieron a retirar escombros. «Había montañas de documentos de oficinas por el suelo que nos llegaban a la altura de la rodilla, zapatos de mujer, bolsos, fotos que la gente guardaba en sus despachos».

La ciudad que nunca dormía, sumida habitualmente en el torbellino de las sirenas, el zumbido del aire acondicionado y el rodar de los coches, se sumió en un silencio espeluznante. Al mismo tiempo la oscuridad cayó como un velo sobre Nueva York. Sólo los reflectores de los helicópteros se hacían hueco en la penumbra. La psicosis se desató. Esa misma noche se desalojó el Empire State como medida de precaución.

Después de la catástrofe, el día a día de los corresponsales fue ir a la Zona Cero y hablar con los policías, los bomberos y los familiares de desaparecidos. La ciudad se fue empapelando de carteles y fotografías que los familiares pegaban en los muros para descubrir el paradero de los desaparecidos.

Imágenes falsas

El nombre de Bin Laden tardó horas en citarse. Al-Qaida, que entonces pocos conocían, pasó a estar en boca de todo el mundo. Pero en los primero minutos la atribución de la autoría erró por completo. «Se pensó al principio que todo fue obra de los palestinos. No sé cómo en mi equipo de televisión se grabó la voz de un taxista insultando a otro de origen palestino. Porque la CNN emitió por error unas imágenes de los palestinos celebrando la tragedia que no eran del día», denuncia Gallego. Aún hoy Donald Trump dice sin inmutarse haber visto en Nueva Jersey a musulmanes festejando la destrucción de las torres.

Las consecuencias fueron terribles en costes humanos y onerosas en lo económico. El mundo ya no volvió a ser el mismo. La 'guerra contra el terrorismo' sirvió para desplegar una larguísima ofensiva militar en Afganistán e invadir Irak. Y a largo plazo contribuyó a que irrumpiera el terrorismo global y el Estado Islámico. Otras guerras como las de Libia, Siria, Yemen o Somalia no se pueden entender sin el 11-S. «EE UU se mostró dispuesto a sacrificar sus libertades en pro de la seguridad, sin ir a la raíz del problema», apunta Gallego.

Pocos saben que muchos de los soldadores y albañiles que construyeron los entramados de hierro de los rascacielos de Nueva York eran indios mohawk. Al menos catorce de ellos se afanaron en levantar las Torres Gemelas. Estos nativos de nariz prominente y andares altivos no tenían miedo a las alturas. Desconocían lo que es el vértigo. Se encaramaban a las vigas mas altas, sobre las que caminaban como si lo hicieran por una acera. Ellos fueron los verdaderos pintores del 'skyline' neoyorquino. Un paisaje que ha cambiado radicalmente. Sobre el perímetro donde se erigían las torres hay dos estanques negros con los nombres de las víctimas.

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