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Elle Fanning, protagonista del filme.
Belleza caníbal

Belleza caníbal

'The Neon Demon' está sembrada de imágenes poderosas, pero le falta la atmósfera perversa y perturbadora de la larga serie de obras que canibaliza

Josu Eguren

Jueves, 24 de noviembre 2016, 18:24

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"La belleza no lo es todo. Es lo único" - 'The Neon Demon'

Abucheos en Cannes, ovaciones cerradas y críticas entusiastas desde Sitges; y hablamos de la misma película, una pieza capaz de despertar percepciones tan diversas como las que genera su creador, el danés Nicolas Winding Refn, figura clave y exiliada de una industria cinematográfica a la que hizo crecer de espaldas al movimiento DOGMA con la trilogía que lanzó al estrellato a Mads Mikkelsen ('Pusher', 1996 - 'Con las manos ensangrentadas', 2004 - 'Soy el ángel de la muerte', 2005).

Las siglas NWR, a modo de firma y marca de agua, como las de un genio de la alta costura que se autoproclama en posesión de un estilo intransferible, sellan los primeros frames de un largometraje que podría exhibirse a modo de videoinstalación en el templo de la moda del Metropolitan Museum of Art (o en los paneles publicitarios de Metro Madrid). Perfección y simetría en la composición, y la capa de sensualidad electrónica que proyecta la banda sonora compuesta por Cliff Martínez, convergen en el primer y premonitorio encuadre de 'The Neon Demon': los ojos inertes de una ninfa degollada en el visor de la cámara de un retratista amateur que por medio de un elegante travelling hacia atrás se funde en una sola mirada subjetiva con la del director de 'Drive'. El fotógrafo/depredador (del pánico) y su víctima.

Recurrente en el artificio de un modelo de ensoñación que bebe de la fuente eterna de 'Suspiria', Winding Refn se adentra en la cara oculta del mundo de las supermodelos acechando los primeros pasos de una ingenua crisálida que evolucionará en sugerente Lolita. Diseñada como un gélido cuento de terror cerebral en un pulso equidistante entre el slasher y el fantastique, 'The Neon Demon' se hace carne en el escuálido armazón de una huérfana que cae presa de un triángulo de envidias, en un movimiento que desplaza el protagonismo hacia el personaje interpretado por Jena Malone (una maquilladora que reparte su tiempo entre el brillo decadente de las bambalinas y un estudio de tanatoestética). La violencia escala y las figuras geométricas se multiplican como los fractales de un copo de nieve de existencia efímera, pero lo que late de fondo -la fascinación por el abismo hipnótico de la superficialidad- se apodera de la narración desconectandola de la realidad para sumergirse por completo en lo onírico.

Tras el clímax interruptus a la fantasía erótica de una violación (con Winding Refn manifestándose a través de Keanu Reeves), representada desde el punto de vista de un fetichista, se produce la metamorfosis: la tímida y virginal Jesse completa su transformación y con ella desata un torrente de provocación erótica que utiliza como arma de sumisión en un contexto en el que la belleza es un valor absoluto.

Y es aquí donde la película naufraga abruptamente porque ni siquiera la cámara de Natasha Braier es capaz de madurar el rostro de Elle Fanning en esa fruta carnosa del pecado original subrayada insistentemente por unos diálogos robóticos coescritos por Mary Laws y Polly Stenham. En el triunfo del formalismo de inspiración kubrickiana está también la derrota de un cineasta que no encuentra el modo de humanizar a un personaje (satanicamente) deificado con el que corta toda posibilidad de empatía; a medida que se aleja del estrecho haz de luz que iluminaba su remota conexión con 'La bella y la bestia', de Jean Cocteau, 'The Neon Demon' se adentra en un territorio inhóspito donde ni siquiera el recurso a un manierismo de lo minimal bañado en colores primarios (mal digerido por Kike Maíllo en 'Toro', y por Ryan Gosling en 'The Lost River') alcanza para ocultar el vacío que no ocupa un estéril despliegue de simbología cabalística.

'The Neon Demon' está sembrada de imágenes poderosas que sirven de escaparate para que Winding Refn exhiba su genialidad compositiva (en un poema de tintes necrófilos dedicado a su esposa, la documentalista Liv Corfixen), pero si el cine es suma lo que falta para cuadrar el balance final es la atmósfera perversa y perturbadora de la larga serie de obras que canibaliza.

En un arrebato de humor circunspecto, la última secuencia de 'The Neon Demon' se permite dibujar una sonrisa irónica a modo de broma final que en parte la redime de sus excesos y vomita una lectura sobre el cine de la vanidad como herramienta de denuncia de lo superficial.

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