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Un fotograma de 'El liquidador'.

En los límites de lo emocional

Joyas impopulares ·

Atom Egoyan es el artífice de 'El liquidador', una experiencia que participa por igual de la extrañeza, lo lúdico y la exploración del vínculo entre el individuo y la sociedad

Guillermo Balbona

Santander

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Jueves, 7 de septiembre 2017

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Su querencia por el riesgo y por desafiar lo convencional llevó a Atom Egoyan a cierta cumbre de la modernidad. El cineasta canadiense de origen armenio, siempre inmerso en una ecuación donde la pérdida, la memoria y la redención conjugan factores humanos desde aristas inéditas, comenzó su proyección con 'The Adjuster'. Renombrada de forma caprichosa en España como 'El liquidador', la película es una experiencia que participa por igual de la extrañeza, lo lúdico, la ambigüedad, las diversas formas de representación y la exploración del vínculo entre el individuo y la sociedad.

Premiada con la Espiga de oro de la Seminci, primer eslabón de una carrera imparable que creció con títulos como 'Exótica', su historia inquietante y nunca predecible juega sobre todo con los límites de lo emocional, escondiendo o dejando aflorar miedos, pasiones y estancias donde los sentimientos midan su verdadera dimensión. Pero cual demiurgo lo que verdaderamente importa al cineasta de 'Ararat' es pulsar la intensidad de lo visual, el papel cautivador de las imágenes. Su particular microcosmos de criaturas que se interrogan por sus carencias poseen ligazones invisibles atravesadas por el poder de lo visual: una censora de filmes pornográficos, una pareja de voyeurs y un tasador de seguros que genera situaciones para satisfacer a sus clientes.

Audaz, sensorial, provocador, portador de subtextos y cajas mágicas que se abren y cierran sobre personajes y atmósferas, a Egoyan no le interesa el efectismo ni la sorpresa como juego narrativo, sino esa dosificación de las emociones y esa contención expresiva que oscila entre Buñuel, en el primer caso, y Bresson, en el segundo. El cineasta indaga en esos terrenos donde la oscuridad y la luz humanas se diluyen en una tormenta silenciosa de representaciones y redenciones. Egoyan, que ha intentado volver a los tiempos de esplendor con cintas como 'Cautivos' y 'Remember', mostraba aquí un dominio sutil del ritmo y una delicadeza especial a la hora de lograr una inmersión casi voluntaria del espectador en el mundo que se le propone.

Tres escenas de 'El liquidador'.
Imagen principal - Tres escenas de 'El liquidador'.
Imagen secundaria 1 - Tres escenas de 'El liquidador'.
Imagen secundaria 2 - Tres escenas de 'El liquidador'.

Fascinación es la palabra que mejor define la voluntad de estilo de Egoyan: relatos confusos y enredados, pero marcados por poderosas imágenes que conforman una tela de araña visual y conceptual en torno a cómo miramos y cómo nos miran. Desde 'La vida en vídeo', trabajo saludado y celebrado por Win Wenders, que apadrinó al canadiense, su trayectoria pese a los baches ha sido una exploración permanente en una melancolía existencial entre siglos. Es verdad que su cine asoma con vitola e intelectual, frío y despojado, pero tras los diálogos elípticos, las elipses, los círculos concéntricos se filtran enigmas seductores, una textura de extrañeza y desmayo vital que provoca interrogantes y zarandea prejuicios y lugares comunes. Explorar las formas, interrogarse por las posibilidades de determinadas ideas, valorar las experiencias frente al mero hecho de narrar. Vivimos en una imagen global, acechados por miríadas de iconos, invadidos por la profusa jerarquía desordenada y apabullante de hiperpantallas superpuestas y solapadas.

En ese contexto, Egoyan reinventa metáforas y apela a las emociones. Como en 'El liquidador' el misterio de vivir, la trascendencia de cada imagen convierte al espectador en un evaluador de la realidad y el entorno, tal como sucede con los protagonistas. Representación, asombro y, sobre todo, miradas. El cineasta construye forma e ideas y las historias se van colando entre los pliegues de lo cotidiano. El propio Egoyan refiere que su liquidador es el reflejo de "unas criaturas creíbles que hacen cosas creíbles pero a través de una forma increíble". Extravagante, en ocasiones obsesivo, el director de 'El dulce porvenir' se adentra en terrenos pantanosos y ambiguos, de un modo perverso e incluso morboso. No hay imagen inocua en estos tiempos. Por ello, Egoyan inocula incomodidad y perturbación. En estos años de crisis quizás hayan existido muchos ángeles como el tasador dispuesto a dar consuelo en la desolación. Frente a la fragmentación y el desconcierto este filme, como buena parte del cine más intenso y lúcido que nos asiste, pretende generar un refugio inquietante donde seguir haciéndonos preguntas aunque las respuestas, huidizas se desvelen entre las formas de las emociones. Insólito, absorbente e intenso. El 'liquidador' Egoyan se sumerge en nuestras retinas en busca de esa claridad humana tan escasa y fugaz.

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