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Antonio Banderas, alter ego de Almodóvar en 'Dolor y gloria'.
Cartelera

Almodóvar se vacía para hacer cumbre

'Dolor y gloria' es la obra maestra del realizador, un ejercicio de sinceridad autobiográfico y la depuración de un estilo inimitable

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Jueves, 21 de marzo 2019

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El director de cine protagonista de 'Dolor y gloria' sufre tales dolores de espalda que cada vez que se agacha para recoger algo en el suelo coloca un cojín. Es un detalle de guion que solo puede haber escrito alguien con los mismos padecimientos. Una prueba de la verdad contenida en la película más autobiográfica de Pedro Almodóvar, que la concibe como cierre de una trilogía de la que también forman parte 'La ley del deseo' (1987) y 'La mala educación' (2004). Ya conocíamos su fotofobia, que le obliga a llevar gafas oscuras en sus apariciones públicas. El catálogo de dolencias de su alter ego encarnado por Antonio Banderas, ilustradas en una animación de Juan Gatti, también comprende cefaleas, acúfenos, dolores de estómago y depresión.

No, el Salvador Mallo de la ficción no atraviesa uno de sus mejores momentos. Sumido en una crisis creativa, como el cineasta bloqueado del 'Ocho y medio' felliniano, mira hacia atrás para ir adelante. Recuerda a su madre (Penélope Cruz) en un pueblo de la España de los 50, donde las familias pobres como la suya vivían en cuevas encaladas. Una madre que sabe que su hijo es diferente a los demás y que, ya de anciana y con el rostro de Julieta Serrano, le echará en cara haberla dejado sola, porque los viejos a veces se vuelven ariscos e injustos.

Y del descubrimiento de las pulsiones amorosas, del surgimiento del deseo en una de las escenas más bellas jamás rodadas por el director, pasamos a hacer memoria del Madrid de la Movida, del viejo amor que escapó a tiempo cuando la ciudad devoraba a sus criaturas (Leonardo Sbaraglia) y que reaparece para comprobar que la llama no se apaga. Porque 'Dolor y gloria' no es ningún ajuste de cuentas con el pasado, sino una suerte de exorcismo en el que Almodóvar aboga por vivir el momento a través de la ficción. Ayer y hoy, viene a decirnos sin barroquismos, transparente, el cine siempre le ha salvado.

Asier Flores, Penélope Cruz y Raúl Arévalo en 'Dolor y gloria'.
Asier Flores, Penélope Cruz y Raúl Arévalo en 'Dolor y gloria'.

El piso del realizador en el madrileño Paseo de Rosales se ha reproducido en un estudio con los mismos muebles y obras de arte para albergar la vivienda del protagonista. Antonio Banderas luce el corte de pelo y la ropa del realizador, como el traje que le diseñó Prada cuando presidió el jurado en Cannes. El malagueño no le imita, aunque en algunos momentos juegue con sus inflexiones de voz. Su composición es deslumbrante.

Resulta difícil no tratar de adivinar qué actor se encuentra tras el personaje de Asier Etxeandia, que treinta años después sigue consumiendo una heroína que el protagonista tomará con naturalidad como paliativo del dolor. En el álbum de familia que ventila Almodóvar tienen cabida viejos amigos como Cecilia Roth y cines de verano donde huele a pis y jazmín. Rosalía tiende sábanas mientras canta 'A tu vera' y el 'Come sinfonia' de Mina nos recuerda que en el vértigo ante la enfermedad y el deterioro también hay espacio para el escalofrío. Si 'Dolor y gloria' no es la obra maestra de Pedro Almodóvar se le parece mucho.

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