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Josean Bengoetxea encarna en 'Ilargi guztiak' a un pastor que acoge a la pequeña protagonista (Haizea Carneros).

La niña con sed de sangre y sol

Igor Legarreta esquiva los lugares comunes del cine de vampiros en 'Ilargi guztiak. Todas las lunas', un cuento sobre la condena de saberse inmortal

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Miércoles, 12 de mayo 2021

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1876. La tercera Guerra Carlista toca a su fin y en la Euskadi rural las bombas caen sobre un orfanato regido por monjas que tratan en vano de poner a salvo a las pequeñas alumnas. Solo una de ellas sobrevive. Malherida, Amaia (la debutante Haizea Carneros) resucita de entre los cascotes y se encuentra con una misteriosa mujer que le pregunta si quiere que la cure (Itziar Ituño). Tras administrarle un brebaje le advierte de que a partir de ahora no puede exponerse a la luz del día. Mientras ella viva, anuncia, la niña verá todas las lunas.

Igor Legarreta (Leioa, 1973) debutó en el largometraje en 2018 tras curtirse como cortometrajista y director de segunda unidad con 'Cuando dejes de quererme', una intriga sobre la imposibilidad de escapar del pasado ambientada en los albores de ETA, que por el mismo precio ofrecía un drama familiar y una historia de amor. 'Ilargi guztiak. Todas las lunas' puede adscribirse al cine de género (fantástico) y a la hora de escribir sobre ella tiene que salir el término vampiro. Sin embargo, esta cinta rodada en euskera, que también se estrenará con versión en castellano doblada por los mismos actores protagonistas, no es exactamente un filme de terror sobre una niña chupasangres.

Vídeo. Tráiler de 'Ilargi guztiak. Todas las lunas'.

La bellísima fotografía de Imanol Nabea explora bosques umbríos con niebla y humo, una noche eterna en la que se mueven estos no-muertos agrupados para sobrevivir, que se esconden en cuevas y caminan cubiertos con mantas rehuyendo los rayos del sol. Son parias, apestados que recuerdan a 'Los viajeros de la noche' de Kathryn Bigelow. Solo que aquí el tono no es rabioso y visceral, sino de cuento gótico ayudado por la música de Pascal Gaigne y la dirección artística de Mikel Serrano, ganadores ambos del Goya por su trabajo en 'Handia'.

Cuando la cosa parece que va de madre vampira e hija que descubre su sed de sangre, el personaje de Ituño sale de escena y aparece Cándido, el pastor, un buen hombre que acoge a la niña tras perder a su propia hija en el pasado. El siempre impecable Josean Bengoetxea dota de humanidad a un personaje que sirve para enfrentar a la pequeña con un pueblo siempre temeroso de la diferencia y dominado por el villano de la función: el cura, representante de una Iglesia católica que utiliza el miedo como instrumento de control (encarnado por el gran Zorion Eguileor, el Trimagasi de 'El Hoyo').

'Ilargi guztiak' avanza con escasos diálogos y no busca provocar el sobresalto del espectador con sustos fáciles. También esquiva los lugares comunes de las cintas sobre vampiros: ajos, cruces… A la niña protagonista, al contrario que en 'Déjame entrar', le basta la sangre de animales para calmar su sed. La desazón viene por el descubrimiento primero de su condición vampírica y por la constatación después de que nunca podrá llevar una vida normal. «¿Eres un ángel o un demonio?», le pregunta su nuevo padre. El vampirismo como salvación y como condena. Porque, ¿quién puede prometer que estará al lado de alguien inmortal?

Itziar Ituño en 'Ilargi guztiak'.
Itziar Ituño en 'Ilargi guztiak'.

«Vampiro es una palabra mágica. El coguionista Jon Sagalá y yo tiramos del mito, que nos gusta mucho, fijándonos en su inmortalidad», constata Igor Legarreta. «El conflicto chulo esta ahí. Nuestra protagonista no es un monstruo. No hay colmillos, exceso de sangre, ni violencia. No es una película de terror, y la prueba es que la verá mi hija de nueve años».

'Ilargi guztiak', cuyo rodaje se tuvo que interrumpir cuatro semanas el año pasado al decretarse el confinamiento, habla «de aceptar el miedo a lo que pueda suceder», explica el director. «La muerte otorga una perspectiva a la vida, hace que las cosas que nos gustan sean efímeras. A los protagonistas, la inmortalidad les condena a no vivir una vida, sino otra cosa».

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