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Puentes o trincheras

En el PP de Cantabria se dibujan, con nitidez, dos maneras de enfrentarse al presente y, sobre todo, al futuro: los que quieren construir puentes con formaciones con las que comparten una buena parte de su ideología y los que propugnan cavar trincheras para defender lo que se ha logrado

Manuel Ángel Castañeda

Domingo, 26 de febrero 2017, 08:13

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El congreso regional del PP de Cantabria, que deberá desarrollarse el próximo mes de marzo, ha derivado en la presentación de dos candidaturas. Este hecho ha provocado numerosos comentarios, pero al margen de una mera lectura en clave interna, contiene elementos de reflexión de más calado que el ruido mediático de quienes se sitúan junto a uno u otro candidato.

Además de los elementos personales, inevitables en situaciones como esta de una pugna endógena por llevar el timón del partido, existen otros que tienen mucha más importancia y que corren peligro de quedar eclipsados por las declaraciones de uno o el posicionamiento de otra.

En el PP de Cantabria se dibujan, con nitidez, dos maneras de enfrentarse al presente y, sobre todo, al futuro: los que quieren construir puentes con formaciones con las que comparten una buena parte de su ideología (PRC y Ciudadanos), convencidos de que las mayorías absolutas han quedado fuera de su alcance, al menos por unos cuantos años, y los que propugnan cavar trincheras para defender lo que se ha logrado que es mucho y no tienen en mente renunciar a nada, porque pactar, coaligarse, gobernar con otros, no deja de ser eso: renunciar a una parte del planteamiento de un ideario.

Si elevamos el punto de vista y dejamos a un lado las tensiones personales y los intereses que subyacen en el congreso del PP cántabro, llegamos a una conclusión de más calado: la fragmentación del voto sitúa casi en la utopía el logro de un número de votos suficiente como para gobernar en solitario. Con ese axioma, se entra en un universo diferente, que no es otro que el de la dificultad de ceder parte de un ideario, compartir el poder y hacerlo sin renunciar a la esencia de una ideología. O por el contrario, mantener contra viento y marea los principios a costa de renunciar a aplicar parte de los mismos al quedar relegado a la oposición.

Los dos puntos de vista tienen razones a su favor y también en su contra. Formar gobiernos de coalición conlleva condenar al olvido una parte, más o menos sustancial, del programa político de una formación. Esa cesión se interpreta, por los más radicales, como una humillación inaceptable, significa ponerse de rodillas ante quien fue su adversario en las elecciones y que sigue compitiendo por captar el voto de los ciudadanos. Desde otra óptica, el argumento es diferente: siempre es más eficaz aplicar parte del programa que se considera mejor para los cántabros, que dejar el control en manos de formaciones que proclaman tesis diferentes. En suma, mejor cogobernar que quedar inanes en la oposición.

Este debate que agita ahora las filas del PP de nuestra comunidad tiene una proyección nacional evidente. Y precisamente por ello debería ser la esencia de las ponencias de los populares el próximo mes de marzo. Quienes desean cavar esas metafóricas trincheras se sienten cómodos en un posicionamiento ideológico perfectamente definido. Prefieren mantener abierta la lucha contra sus adversarios más directos, aquellos que pescan votos en sus mismos caladeros, que forjar una alianza que permita desde un gobierno mixto aplicar medidas que impulsen nuestra comunidad hacia el progreso.

Por el contrario los pontífices constructores de puentes en el origen del vocablo argumentan que es más útil para la sociedad aplicar parcialmente sus recetas, que dejar el gobierno en manos de quienes, teniendo un ADN ideológico similar, se ven impelidos por sus acuerdos con otras formaciones, a alejarse de la posición inicial, más cercana a unas ideas comunes. El problema es que cualquier cesión en el programa conjunto, inevitable en todo pacto, abre profundas discrepancias y proporciona argumentos a los más ortodoxos para denostar el pacto.

En Cantabria, los gobiernos mixtos han sido la tónica general en las dos últimas décadas: Ocho años de ejecutivos PP/PRC, otros tantos de PRC/PSOE y un periodo de cuatro con el PP en mayoría absoluta, para retornar a la coalición PRC/PSOE que, además, necesita apoyo de un tercero para que prosperen algunas de sus iniciativas más importantes. Esta historia reciente indica que el camino de los pactos es el que lleva a los partidos a situarse en el puente de mando de esta nave bautizada como Cantabria.

Este, y no la pugna de nombres y banderías, debería ser uno de los elementos centrales a dilucidar en el congreso de marzo, porque del rumbo que se acuerde depende, en gran parte, el futuro de la región. Las formaciones políticas no son otra cosa que instrumentos para ejecutar las directrices que emanan de la voluntad popular, por ello es relevante que los votantes sepan la posición de las diferentes opciones políticas, y el PP tiene en sus manos la decisión sobre si mira al futuro con el deseo de gobernar en coalición o si prefiere mantener íntegro su programa, aunque ello suponga mantenerse en la oposición.

Hacer políticas de acuerdos y pactos no es tarea sencilla ni gratificante y menos llevarla a cabo sin renunciar a puntos esenciales del programa, pero es el reto de la política del siglo XXI.

Los militantes populares pueden dejarse guiar por sus sentimientos personales o decidir con criterio político. Es bueno que el PP defina su estrategia de futuro, porque las alianzas se forjan ahora.

La tercera salida, concluir el congreso sin un criterio sobre futuras alianzas, es posible, incluso probable. Pero será la peor.

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