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Tres de los cinco capellanes de Valdecilla. De izquierda a derecha, Enrique Helguera, Iñaki Mardones e Ignacio Ramón Ortega. Roberto Ruiz
Los médicos del espíritu

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Cinco capellanes trabajan en el servicio de Unción a los enfermos de Valdecilla | «Dar paz» durante el duelo o «dar la mano» a los moribundos, algunas de sus misiones en la vorágine del hospital

Ana del Castillo

Santander

Miércoles, 25 de diciembre 2019, 09:13

En la segunda planta del pabellón 17 del Hospital Marqués de Valdecilla hay un cartel que dice: 'Diversos servicios'. Ahí, en una zona agaterada y con acceso a uno de los augustos balcones del edificio, hay dos habitaciones reservadas para los cinco capellanes que trabajan en el centro sanitario dando comuniones, oficiando misa y la unión a enfermos.

Una de las estancias hace las veces de despacho. Dentro hay un gran archivador bajo llave con todos los bautismos realizados en el hospital, el calendario de rotaciones de los religiosos -unos trabajan 40 horas semanales y otros 24-, el pequeño cuaderno de un palmo donde anotan de su puño y letra las visitas del día, batas blancas, un escritorio y un baño. En el tablero que cuelga de la pared hay sujeto con un imán un artículo de El Diario Montañés, 'La labor del sacerdote de urgencia'. Al lado, una imagen del Papa Francisco.

La otra sala es lo más parecido a la habitación de un hotel. Teniendo en cuenta que el servicio funciona las 24 horas de los 365 días del año, allí duermen cuando les toca guardia. Y no falta de nada. Cama, mesilla de noche, escritorio, televisión, armario y baño completo.

Del 1 de agosto de 1969 al 18 de abril del 70 se realizaron 900 bautismos en el hospital. «En la actualidad se va a la parroquia. Aquí ya no se hace. Antes teníamos más libertad de movimiento, ahora simplemente esperamos a que nos llamen». Habla Enrique Helguera, uno de los cinco capellanes de Valdecilla. Lleva poco más de un año acompañando a enfermos, tiempo suficiente para certificar que el servicio va a menos. «Hay mucha falta de información. En algunos pueblos no tienen párroco y aquí, que nos tienen, no nos utilizan. Existe un gran desconocimiento incluso en gente creyente», añade con un tono claro de resignación.

Los otros dos capellanes que han accedido a salir en este reportaje son el sacerdote Nacho Ortega -que lleva desde 2011 por los dilatados pasillos de Valdecilla- y el laico Iñaki Mardones, en el servicio desde marzo de 2015. Este último se agarra a un momento que vivió en la UCI y que compensa los días difíciles: «Había un señor ingresado muy enfermo, no sabían si iba a salir adelante, pero finalmente lo consiguió. La mujer, allí mismo, quiso volver a casarse con su marido. Así que me llamaron y con la ayuda del personal sanitario decoramos el box; las enfermeras le pusieron una pajarita al hombre; vinieron los hijos y celebramos una ceremonia -no oficial, claro- muy emotiva. Incluso se escucharon gritos de 'vivan los novios'».

Compañía hasta el último momento

Nacho Ortega se mueve por Valdecilla con la misma seguridad con la que camina por el pasillo de su casa. Se conoce cada esquina y cada rincón del hospital. Y allá por donde pasa recibe un saludo: «Buenos días Nacho. ¿Qué tal estás?». Así siete veces en un recorrido de no más de tres minutos. «Hay muy buena relación con el personal del hospital, tanto con los sanitarios como con personal de limpieza, de mantenimiento y con 'las damas de rojo'», que es así como conocen a las mujeres que trabajan en los distintos puntos de información.

Los tres capellanes, en el despacho de Valdecilla. Roberto Ruiz

Ortega es el más veterano del servicio. Lleva ocho años llamando a la puerta de la habitación del moribundo, con la dificultad que entraña enfrentarse al dolor, el físico y el emocional, y, en algunos casos, a la muerte. Todo comienza con un mensaje en el busca. «Nos indican la torre, la planta y la habitación a la que debemos ir porque algún enfermo o familiar nos solicita», señala el sacerdote. Entonces, dependiendo de la urgencia, se desplaza por los pasillos atestados de personal sanitario, o por el sótano, donde apenas hay vida. Y llega el momento más difícil: «El primer contacto... la incertidumbre del que vas a atender», cuenta. ¿Y una vez allí? «Si el enfermo necesita hablar, se habla. Se les acompaña, a ellos y a sus familiares. Si no es capaz de pronunciar palabra basta con mirarnos a los ojos, cogernos de la mano o abrazarnos», cuenta Nacho. ¿Y el duelo? «Hay que sentirlo, pasarlo y saber llevarlo». Y pone un ejemplo «burdo», según sus propias palabras: «Si tienes una rotura de un hueso debes llorarlo, sentirlo y pasarlo». Con esa naturalidad se enfrentan cada día al dolor y al óbito. Enrique Helguera recuerda que en una ocasión la familia del enfermo «no tenía fuerzas» para hacer frente a la despedida de su ser querido y fue el sacerdote el que estuvo acompañando al paciente: «Le agarré la mano hasta que falleció. Murió con la palma caliente y no sintiéndose solo».

El servicio

  • Sacramentos Cada mañana el capellán de turno visita a los enfermos que quieren confesarse o tomar la comunión.

  • Misa diaria Todos los días, de lunes a sábado, de 12.00 a 13.00 horas se celebra una eucaristía en la capilla del hospital.

  • Domingos y festivos Se oficia una misa en la sala de espera de psiquiatría.

Fraternidad sacerdotal

Hay muy buen rollo entre el grupo de sacerdotes del hospital. Incluso tienen un grupo de WhatsApp, «aunque no somos muy fieles a este tipo de mensajería, preferimos llamar», señalan. Se vacilan, a su manera: «Ay Nacho, que la carne se ve, el espíritu no», le espeta Enrique. Existe una fraternidad sacerdotal que ya quisieran en cualquier otro grupo de trabajo. «Nos ayudamos los unos a los otros con los turnos. No tenemos problemas en hacernos sustituciones, cubrirnos por horas... Tenemos total disposición para el hospital, para los enfermos y las familias y para nuestros compañeros».

Lo que no les genera bienestar, y tampoco ningún otro sentimiento agradable, es escuchar a su paso por los pasillos del hospital la misma pregunta de siempre: «¿Quién se ha muerto?». «Eso nos apena porque no solo damos la extremaunción, también visitamos a enfermos que salen adelante».

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