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El duro despertar en Puente San Miguel

La noticia cayó como un «mazazo» en la localidad donde vivía Celia con su familia. Palabras de dolor y elogio desde un pueblo impactado

Álvaro Machín

Santander

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Miércoles, 19 de septiembre 2018, 07:16

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Para entender cómo se rasgó ayer la rutina en Puente San Miguel no hacía falta preguntar. Sólo estar atento. Ir escuchando. Las charlas entre los cafés en la barra de 'La Robleda', frente al Ayuntamiento. Las conversaciones de los que, por la calle, iban hablando por el móvil. O los corrillos de los padres que esperaban a los críos a la salida del Colegio Público Cantabria. Todo sobre lo mismo. Todos con la mirada algo más baja que otros días. «Es que a esta niña aquí se la quería mucho». Barquín es un apellido muy cántabro y a Celia, en Puente San Miguel, la conocía el pueblo entero. «Daba gusto verla cada vez que venía».

«¿Pero qué ha pasado?», preguntaba una mujer al ver los rostros largos y a periodistas merodeando por la carnicería Manin, en Joaquín Cayón (Torrelavega). De las pocas que no sabía nada. «Que han asesinado a la hija de Marcos...». Estupor en el negocio familiar. En realidad, en toda la ciudad. Los Barquín son también muy conocidos allí y Celia pasó por las aulas del IES Miguel Herrero antes de irse a Madrid y a Estados Unidos. «Me ha dado una cosa aquí», comentaba una señora poniéndose la mano en el pecho a un par de metros del escaparate del local.

Eso fue como a las once. Al rato, ya había movimiento frente al Ayuntamiento de Reocín, con las banderas a media asta. Los primeros en llegar al minuto de silencio convocado para las doce. «Lo tenía todo y era muy querida. Es un palo muy grande. Para la familia y para todo el pueblo. Aunque viniera poco porque estaba fuera, a todo el que preguntes por ella te dirá que se la quería mucho. Tenía un futuro brillante y se lo han arrebatado». Las frases de Nuria Ruiz, una vecina, son un resumen de un catálogo de respuestas muy similares.

'Siempre en nuestros corazones'. El mensaje junto a una foto de Celia. Los chavales del colegio Cantabria prepararon un par de pancartas a la carrera. Fueron con los profesores que le dieron clase durante años. Como María José Díaz. Asignatura: Religión. «Una niña brillante. Académicamente buenísima, con las ideas muy claras desde pequeña y muy responsable. Le encantaba el golf –dice que fue su madre la que le metió el gusanillo en el cuerpo– y le daba para jugar y sacar unas notas excelentes. Una niña feliz, con mucha personalidad. Parece que la estoy viendo en clase».

A primera hora

En las aulas, claro, tampoco se lo creían. La campana de la primera hora sonó al tiempo que llegaban las noticias. «Se nos encogió el corazón». Como a Víctor Arminio, compañero de pupitre de Celia durante «un par de años» por aquello del orden de lista. Arminio, Barquín... El alfabeto. La describe ya entonces como una chica «con mucha dedicación» que hablaba de golf y despuntaba en el deporte. Él, como ella hasta que se cruzó con su asesino, anda ahora rematando su carrera universitaria. Ayer, en Madrid, pero con la vista puesta en el pueblo. En casa. «El otro día me crucé con su madre y hace poco le rindieron un homenaje en el ayuntamiento por ser campeona de Europa».

Lo recuerda Víctor y lo contó el alcalde, Pablo Diestro. Él también tenía una relación especial más allá de la de un edil con una deportista de éxito nacida en el municipio. «Yo la conocía mucho porque le di clases de matemáticas mucho tiempo». En una academia. «Era –explicó antes del minuto de silencio– una chica admirable, un referente y no solo en lo deportivo. Era una excelente estudiante. Yo daba clases particulares y ella era de estos alumnos que te cuestan muy poco trabajo, que van a por el diez, siempre a superarse». Diestro habló de su «eterna sonrisa, a pesar de que llevaba una vida muy intensa siempre tenía buenas palabras». De los planes de futuro, con la idea de «seguir compitiendo como hasta ahora, pero primero completar sus estudios». «Le quedaban solo unos meses para terminar. Y luego dedicarse solo al golf». Y, por supuesto, del «mazazo» en la espina dorsal del municipio. De la «tragedia». Del «golpe».

Un doble homenaje

Porque todo estaba reciente. A flor de piel. El acto de homenaje en el Ayuntamiento –fue el 8 de agosto– no fue el único en esos días de descanso en casa. En la urbanización 'Los jardines de Puente', en el barrio Argudín, «colocaron una pancarta con un 'campeona' bien grande». La vivienda familiar. «Fue hace nada. Con los vecinos bebiendo champán y comiendo galletas. Todos muy alegres. Parece mentira... Era una chica estupenda», contaba María Antonia García –otra vecina– muy cerca del piso del que ayer bajó Andrés, el hermano de Celia, para atender a los medios y pedir «intimidad» –lógico– para la familia. Con las persianas a medio bajar.

«Seguro que ellos –la familia– estarán orgullosos y contentos por todo vuestro apoyo», dijo Pablo Diestro a las casi trescientas personas que asistieron al minuto de silencio. Callaron primero y aplaudieron después. «Era una niña luchadora, trabajadora y que no tenía límites. tenemos que pasar todos juntos este trago duro». Profesores, amigos, compañeros... Conocidos en un lugar donde es fácil conocerse. Allí estaba, por ejemplo, Daniel Sordo (el padre del piloto cántabro). «Sí, claro que la conocía. Por ser vecinos y porque iba a veces a los karts (al circuito 'La roca')».

Luto

El municipio (Reocín), según confirmaron más tarde en un Pleno organizado de urgencia, le rendirá respeto con tres días de luto oficial y con las banderas como estaban ayer desde por la mañana. Y las fiestas, que arrancan –malditas casualidades de la vida– este mismo viernes, servirán también para celebrar algún tipo de acto en su memoria que se decidirá en las próximas horas.

Como el minuto de silencio que hoy se ha convocado también en el Ayuntamiento de Torrelavega. Porque Celia Barquín –como recordó el alcalde de la ciudad, José Manuel Cruz Viadero, que quiso también transmitir el pésame de la Corporación–, pertenecía «a una familia muy querida en la comarca del Besaya».

Y porque ayer, como decía el camarero de La Robleda, en Puente San Miguel, antes de servir el menú del día, «aquí, por desgracia, no se ha hablado de otra cosa».

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