La esquela,el último comunicado oficial
. En la despedida, entre lágrimas y risas, los familiares demuestran que el último adiós también puede ser una gran historia que contar
Hay textos en los que a uno nunca le apetece ser el protagonista. La esquela es uno de ellos. A pesar de todo, hay que reconocerle, al menos, que consigue lo que muchos escritores intentan toda su vida: resumir una existencia en unas líneas. Detrás de cada esquela hay una reunión familiar para tratar de cerrar un texto no exenta de negociaciones: «¿Mencionamos a los nietos?», «¿Incluimos a la segunda esposa?», «¿Ponemos que los hijos pasaron de él o ella?», «¿Lo simplificamos al máximo?». Y luego está el estilo. Algunos optan por la sobriedad clásica y minimalista; otros, por la modernidad sentimental, algunos por el buen humor, y como contraposición, hay quien aprovecha el momento para ajustar cuentas. En tiempos donde todo se borra en segundos, donde lo efímero se impone, esas pocas líneas finales contienen en sí mismas algo de resistencia.
Cada esquela cuenta la historia de su titular, la mayor parte de las veces de manera escueta, otras, sirven para arreglo de cuentas de los que se quedan en el mundo, también en los epitafios. Hace más de un siglo, para un gallego, sus deudos dejaron una frase genial: «Aquí yace Herminio Villaverde, O Cazote de Fonfría, panza arriba, postura que le agradó mientras estuvo en vida». Con humor, en Santander, despidieron sus amigos al músico Alberto Martí, cuya esquela, publicada en El Diario Montañés, dio la vuelta a España: «¿Qué pasará, que misterio habrá? Puede ser mi gran noche…Hasta la vista, chipirón». Y no menos repercusión nacional tuvo la esquela que sus nietos y bisnietos dedicaron a la torrelaveguense María Luisa Valle: «La súperabuela cogió la capa y se fue volando». O también la despedida del santanderino Domingo Sarrey, anunciando la hora de su funeral y lamentando «no poder asistir».
«Hasta pronto chipirón», le despidieron sus amigos de la asociación La Encina al músico santanderino Alberto Martí Arias
La familia del catalán Emilio Piró resumió su vida en la esquela: «Ha dejado este mundo sin aportar nada de interés». La gallega Laura Gippini murió con 47 años, y la familia pedía a sus amigos «menos dramones y más bombones». El único texto que contenía la esquela de un gaditano no pudo ser más escueto: «Yo, Javier Martínez Pastor, he muerto». No se quedaron atrás los amigos del madrileño Manuel Díaz Muñoz, que fue presidente de un club llamado 'Chumbalaka', compuesto por seis amigotes amantes de la buena vida: «Manolo, no nos esperes, ya iremos llegando. Tú, a tu aire». O la del también madrileño Miguel Ángel Morata, del que su familia elogia lo buena persona que fue, pero para el que tuvieron un reproche en su esquela: «¡¡¡Te vas sin dejarnos tu receta de paella de escabeche!!!». Y la de Justiniano Álvarez Montero, que en su esquela se lamentaban de que «se fue con la pena de no haber podido ejercer el derecho democrático al voto para José Luis Rodríguez Zapatero», o la del joven vasco Mikel Marroquín: «Os invito a mi última fiestuki en la iglesia de San Marcial. Abstenerse gente triste».
Luego están las que destapan una vida oculta, como la publicada en el periódico argentino 'La Nación' por la muerte de Guillermo del Castillo, al que su mujer y sus hijos despedían «con dolor» y debajo lo hacía su amante en otra esquela agradeciendo «A mi osito querido cinco años de felicidad». Relatan las crónicas que se organizó una buena liada.
Soledad Hernández Rodríguez dejó dicho que en su esquela escribieran: «Perdono a mis familiares (cita con nombre) que me abandonaron cuándo más los necesitaba». O la de la vallisoletana Herminia Diego, a la que despide solo su esposo porque «los hijos, pasan». La hija del extremeño Francisco Sánchez le recuerda en su primer aniversario y desea que sus sobrinos cesen en el expolio de sus bienes. A la guipuzcoana Mari Fe Usabarrena la despidió su yerno con una esquela un tanto peculiar: «Tanta hija de p… lejos y cerca y se tiene que morir mi suegra». Y el gijonés Honorio Molleda quiso despedirse con un «ya os dije que yo 'taba mu malu'. No se admiten flores, guardad les perras pa tomar algo». Quizás las esquelas curiosas nos recuerdan que, incluso en la despedida, el humor sigue siendo una forma de estar vivos, y que entre lágrimas y risas, demuestran que el último adiós también puede ser una gran historia que contar.