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Luis Palomeque

«¿Qué hacemos con los niños?»

Las vacaciones escolares de febrero obligan a los padres a multiplicar esfuerzos e ingeniar soluciones para compatibilizar «lo mejor posible» la vida laboral y la familiar

Domingo, 25 de febrero 2018, 15:21

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Curso y medio después de su puesta en marcha, una de las principales disfunciones del discutido calendario escolar de Cantabria, que reparte los 175 días lectivos en cinco bimestres separados por cuatro periodos de vacaciones, sigue siendo los problemas que generan los periodos de descanso para la conciliación familiar. Sobre todo los ‘nuevos’, los que no coinciden con las Navidades o Semana Santa.

Las actuales vacaciones de febrero, que se extienden desde el pasado jueves hasta el próximo martes, obligan a padres y madres a multiplicar esfuerzos e ingeniar soluciones para compatibilizar «lo mejor posible» la vida laboral y la familiar. Recurrir a abuelos, tíos y amigos; coger días de vacaciones en sus trabajos, restándoles de otros periodos en los que también son necesarios; o dejar a los hijos en algunas de las actividades extraescolares –de pago, salvo las 500 plazas de las propuestas organizadas por la Consejería– son los recursos de los que echan mano los protagonistas de este reportaje, que consideran que, si bien la conciliación no es tarea exclusiva del ámbito educativo, el nuevo calendario «ha multiplicado» los problemas.

Además, las mejoras pedagógicas y para el bienestar del alumnado perseguidas están lejos de conseguirse si se atiende a su opinión: se quejan de que los parones rompen el ritmo de aprendizaje, del exceso de exámenes antes y después de las vacaciones...

María Ochoa se ha visto obligada a pedirse vacaciones estos días para atender a su hijo MARÍA

María Ochoa. Madre de Nicolás

«Este calendario multiplica los problemas de conciliación»

«En España es muy difícil conciliar la vida de una madre trabajadora con el cuidado de sus hijos, y el calendario escolar de Cantabria, con vacaciones cada dos por tres, multiplica los problemas», señala María Ochoa evidenciando, por un lado, los errores estructurales de un sistema en el que perviven roles del pasado y, por otro, las disfunciones de un modelo de calendario al que no ve beneficios, ni pedagógicos ni familiares. «Es muy duro y complicado llevar el día a día, pues imagínate con tantas jornadas sin clase», expresa. Y todavía más para un caso como el suyo, madre soltera, en cuyas espaldas recae el 100% de la responsabilidad del cuidado y mantenimiento de su hijo. Digno de admiración.

Empleada de supermercado, con siete horas y media de jornada laboral diarias, Ochoa ha tenido que pedirse vacaciones para poder atender a Nicolás, estudiante de 2º de la ESO en el colegio Antonio Robinet (Vioño de Piélagos), durante este tercer periodo de descanso del curso. «Me he cogido los 15 días de vacaciones que me corresponden en el primer semestre. La familia está hasta el cuello de atender a los hijos de las madres que trabajamos y, con 13 años que tiene, no le voy a dejar sólo en casa una semana entera», explica sobre la solución que se ha tenido que ingeniar para estos días.

Pero el problema se repite luego en Semana Santa, cuando tiene «un puente de cuatro días», y en mayo, cuando contará con otra semana de vacaciones. Y ella ya no puede solicitar más vacaciones en estos periodos. «Entonces tendré que volver a pedir favores a los amigos, a la familia... ¿Os podéis quedar al niño que tengo que trabajar? Te pasas la vida solicitando favores cuando son épocas de estar en el cole y en casa», señala.

Al margen de los problemas que genera para la conciliación, María Ochoa no aprecia por «ningún lado» las supuestas ventajas pedagógicas que se persiguen con el cambio de calendario. «Para nada», sentencia. Así, asegura que los continuos parones «rompen el ritmo» de los alumnos y que los periodos de clase, más cortos e intensos, se convierten en una sucesión de exámenes porque antes de cada vacación les dan notas, bien a través de evaluaciones cualitativas o cuantitativas, lo que multiplica el estrés de los estudiantes. «Son periodos muy apretados que les obligan a hacer esfuerzos demasiado intensos», advierte.

«Cada mes, si no tienen una semana de vacaciones tienen un puente. A los alumnos les es imposible centrarse y coger el ritmo. Hay que tener en cuenta que son niños», señala. Y pone como ejemplo lo que ocurre con esta semana de vacaciones de febrero, que se extiende desde el pasado jueves hasta el próximo martes. «Los tres días de clase que han tenido esta semana son días perdidos, porque como saben que el jueves ya están de vacaciones, pues no hacen nada, se descentran. Y la próxima semana, cuando vuelvan a clase el miércoles, pues más de lo mismo», expresa.

Cuando se la cuestiona si es partidaria de volver al anterior calendario, Ochoa no duda ni un segundo. «Por supuesto», responde de forma taxativa. Por todas las desventajas que ha relatado y por otra más que añade. «No me parece lógico que este calendario sólo exista en Cantabria, debería haber una uniformidad, como ocurre en otros países».

Y de cara al futuro vaticina otro problema: «¿Qué formación les estamos dando a los estudiantes para el día que empiecen a trabajar si van a clase dos días y luego tienen tres de fiesta?», se cuestiona crítica. «Les va a costar muchísimo hacerse a una rutina diaria, los centros educativos debían colaborar a este tipo de enseñanza también», concluye.

Ignacio recoge a Daniel en el colegio Cisneros, donde asiste a las actividades extraescolares.SANE

Ignacio Astoreca. Padre de Daniel

«Al niño le descolocan tantos parones; él prefiere estar en clase»

Daniel Astoreca, de 7 años, es uno de los niños que acuden a las actividades extraescolares puestas en marcha a lo largo de estas vacaciones. Lo hace –previo pago de 28 euros– a las organizadas en el colegio público Cisneros de Santander, el mismo donde acude a clase de 2º de Primaria durante el curso. «Es la mejor solución, mi mujer y yo trabajamos y no le podemos atender, así que no nos queda más remedio», explica su padre, Ignacio, mientras espera en el patio la salida del niño cuando el reloj ya marca las dos de la tarde. Este centro educativo es uno de los tres únicos que disponen también de comedor escolar durante estos días, pero Daniel se va a comer a casa. «Es uno de los ratos que podemos compartir», refleja el progenitor sobre la dificultad de conciliar trabajo y vida familiar. Al menos, la madre –Ana María Hernández– puede disponer de las tardes libres en el trabajo. Pero él no. Y eso cuando no tiene que estar viajando obligado por sus compromisos laborales. «Más que conciliación, yo lo llamo desconciliación», ironiza sobre un problema que va más allá del ámbito educativo.

«¿Qué tal la mañana? ¿Te lo has pasado bien?», le cuestiona el padre a Daniel. «Bueno...», contesta el pequeño sin demasiado entusiasmo pero con la sinceridad por bandera. «Es que no le apetecía venir al campus, no le gusta, prefiere ir a clase. El niño se estresa más porque aquí no coincide con sus amigos y en cada periodo de vacaciones tiene que estar haciendo amigos nuevos», reflexiona Ignacio Astoreca. Por ello, considera que la oportunidad se convierte en problema. «Como su madre y yo trabajamos, le tienes que imponer el mismo horario que tiene cuando va a clase y aunque las actividades del campus sean distintas, porque aquí son sobre todo juegos, no hemos notado que el niño esté más descansado, al revés, está más estresado por todo lo que te he comentado antes», indica. «Él y nosotros», añade.

Astoreca destaca que el actual calendario les genera «más problemas» que el anterior. «No nos acabamos de adaptar, no encajan las vacaciones del niño y las nuestras... No nos gusta», señala. Y no lo dice pensando sólo en la conciliación, si no, «sobre todo», en su hijo. «Con una semana de descanso cada dos meses, que a veces es incluso menos, se le rompe el ritmo de aprendizaje, hay que estar siempre volviendo a empezar. Y además, cada periodo de descanso le supone un cambio de rutinas y hábitos que no le gusta. Al que más le descoloca este sistema es a él», explica.

Por todas estas razones, Astoreca y Hernández son «partidarios» de volver al anterior calendario escolar, no de realizar modificaciones en el actual. «Sin duda, tanto la madre como yo es lo que queremos hacer constar en la encuesta que nos va a hacer la Consejería de Educación a los padres. No sé cómo serán las preguntas, pero queremos mostrar nuestro descontento», subraya.

Felipe, con su nieta María, saliendo de la ludoteca. SANE

Familia Movellán Santamaría

«Hay que hacer equilibrismos entre toda la familia»

«Equilibrismos». Eso es lo que tienen que hacer Rodrigo Movellán y María Santamaría para compaginar sus respectivos trabajos con el cuidado de sus tres hijos –Felipe (1º ESO), Blanca (5º Primaria) y María (3º Infantil), todos alumnos del Castroverde, en Santander– durante estos días de vacaciones escolares. La agenda con la planificación diaria es digna de una industria con producción 24 horas y turnos rotatorios, en la que los abuelos paternos (José y Blanca) y los maternos (Felipe y Pussy) adquieren un protagonismo vital. También los tíos de los niños echan una mano. Todos ellos se reparten las tareas mientras los padres trabajan: llevar y recoger a la pequeña –5 años– a un campus de talleres multisensoriales y juegos en la ludoteca Alday (Camargo), atender a los dos mayores –13 y 10 años– y llevarles por la tarde a la yeguada El Pomar donde trabaja el padre, dar de comer a los tres, estar pendientes de que estudien... Y eso que la madre puede gozar de jornada reducida durante algunos de estos días, porque «si no ya sería imposible cuadrarlo todo».

«Tenemos la inmensa fortuna de poder contar con los abuelos para ayudarnos», señala María Santamaría. «Es lo que toca, todo el día para un lado y para otro, para eso estamos», indica, con orgullo, el abuelo Felipe.

«Tantas vacaciones nos vienen fatal, a la pequeña la tengo que buscar alguna actividad y al final eso te obliga a hacer un desembolso económico extra. Y a los otros dos, pues no pueden quedarse en casa solos todo el día», explica María Santamaría, que considera que la conciliación familiar con una semana de vacaciones cada dos meses «es imposible». Asegura que con el nuevo modelo de calendario tiene «más problemas». «Antes era más fácil coordinarse, pero la semana de noviembre o ésta nos descolocan». Dejando al margen las dificultades de conciliación, la madre de Felipe, Blanca y María no advierte ninguna ventaja pedagógica o de bienestar entre sus hijos con este modelo. «La conclusión del curso pasado es que, en este sentido, todo fue exactamente igual, y este curso, parecido. Lado positivo del cambio, cero».

«Si mis hijos estuvieran más relajados o si obtuviesen mejores notas, daría por bien empleado que tuvieran más vacaciones, pero no es así», continúa Santamaría. «No están más descansados, porque salvo que tengas una asistenta en casa, en vacaciones como éstas se tienen que levantar a la misma hora que un día de clase. Y Felipe tiene que estudiar bastante porque a la vuelta le han puesto uno o dos exámenes diarios», relata.

¿Era mejor el calendario clásico? Ella admite que «si les preguntas a los niños, te dirán que están encantados, pero porque tienen más vacaciones. Desde el punto de vista de los padres, no le veo beneficio alguno».

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