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Los mariscadores han generado 400.000 euros este año tras reabrirse las pesquerías
Los 90 profesionales cántabros consideran que la almeja es escasa y encuentran en la ostra otra posibilidad de negocio
Unos minutos en la bahía permiten descubrir que las ostras son el carbón de las rías. Una veta gris mimetizada con la roca que ... requiere un ojo experto para descubrirla y calcular que cada pieza cumple el tamaño legal. Luego hay que desincrustarla a golpe de piqueta y comprobar que tiene la forma perfecta para su comercialización. Al resto se le devuelve al mar. A la piedra. Nada tiene que ver con otros moluscos. Cada uno tiene su propia ley. Su territorio. Sus normas de caza. Con la almeja la pesca se vuelve agraria. «Si quieres sacar patatas, hay que cavar. Pues aquí, lo mismo», dice Víctor Manuel, «como el cantante», media vida con las botas de agua en la marisma y sin perder el humor. ¿Y el muergo, la navaja, esa delicia gastronómica enterrada en la arena en una existencia vertical? Necesita la paciencia del buscador de trufas. Eso sí, les une que los tres constituyen una parte fundamental de la producción autóctona de marisco en Cantabria, un sector en el que participan 90 profesionales -aunque activos durante todo el año han sido 79 en el actual ejercicio- y que cerrará 2019 con una facturación de 400.000 euros, según la Consejería de Medio Rural, Pesca y Alimentación.
Aunque el histórico paro biológico aplicado en 2015 a la recolección de la almeja tras el colapso de la especie se levantó en septiembre de 2018, éste es el primer año completo en el que los caladeros han funcionado con normalidad. La primera apreciación de los trabajadores es que la bahía de Santander y el entorno de Santoña «han dado mucho bajón» y el cultivo que más se ha resentido es la almeja. «Apenas hay. Echas la mirada atrás y te da hasta pena», explica Juan Camino, propietario de la Cooperativa El Puente, en Treto. Lo mismo opinan Víctor Manuel y Ángela, que ayer desafiaban la lluvia y el viento en busca de «ostrones» en Pedreña. «No entendemos que, con tanta repoblación como se ha hecho, aparezca tan poca. Ni moviéndote de un campo a otro coges almejas. Así que venimos a la ostra. Si se da bien la jornada, sacas 70 o 100 euros», informan, aunque el precio en lonja en los últimos cuatro años ha caído de 1,20 a 0,60 euros. ¿La unidad? «Quita hombre, ya podía ser. El kilo. Siempre perdemos los mismos».
3,5
millones de almejas se han usado para repoblar los campos.
De cosechar almejas, la mayor rentabilidad procede de las finas, una especie autóctona que se paga a 20 euros el kilo. La japónica, que también se cría en la región, cuesta 7; ambas en lonja. Los estudios apuntan a que la primera está en auge. Su número crece para satisfacción de los biólogos, que ven cómo se está recuperando un marisco propio de Cantabria al que hace tres años se daba en coma profundo. «Nosotros ponemos énfasis en el consumo de la almeja cultivada en la región, más aún en estas fechas, porque el consumidor debe saber que su valor no es sólo el culinario, sino que se trata de un cultivo sostenible, con un efecto en el paisaje y en el desarrollo de un sector que trabaja con recursos muy condicionados por el clima y el medio. Eso el cliente lo tiene que saber y pagar», dice la directora general de Pesca y Alimentación, Marta López.
2015
se confirmó el colapso de los cultivos de almeja, lo que desencadenó un paro biológico desde 2016 hasta septiembre de 2018.
Basta recorrer Pedreña, Somo, Colindres o Santoña para descubrir que aquí la Navidad se adelanta. Los mariscadores trabajan contra reloj para aprovechar la campaña más boyante, que abarca desde esta semana hasta el 7 de enero (la temporada anual dura sólo unos meses). Saben que miles de familias reciben a Santa Claus con un vivero en la mesa. «Durante veinte días la demanda es frenética; nos vienen clientes de aquí y cada vez más del País Vasco», explica Juan Camino, un hombre con la sabiduría de un ecosistema. Ahora mismo, su ritmo biológico es el de una angula. Los pescadores salen de noche al Campiazo y al Pas en busca del oro blanco. Luego duermen de día. Unas horas. Algunos aprovechan a extraer almejas. «Hay que aprovechar el tirón». La comunidad censa 40 anguleros con licencia. El resto son furtivos, que la Guardia Civil trata de mantener a raya. La angula es caprichosa. «Que entre o no depende de la suerte. El año pasado nos quedamos sin ellas antes de que llegaran las fiestas. Todo en pedidos».
Producto local. Palabras mágicas. Después de la reapertura de las pesquerías, las cooperativas centran su empeño enpromocionar la mercancía de la región. Hay menos cantidad, pero de muy alta calidad. Y Marta López reconoce que el futuro pasa por una vocación cualitativa: «Mantener una economía profesional y que los cultivos sean perdurables año tras año; quizá menos intensivos, pero que redunden mejor en la conservación del entorno. Los propios recursos aumentan su valor».
Adiós al berberecho
El responsable de El Puente constata cómo el consumidor también está de cambio y «la gente valora más el producto de aquí. Sabe que en estas fechas se paga, pero la calidad y la confianza de que el producto es bueno están garantizadas». No obstante, las pescaderías cántabras también se abastecen de mariscos procedentes de Galicia -«diferenciados de los nuestros en los comercios»- para satisfacer «toda la demanda de las fiestas y abrir el abanico de precios». En casos como el berberecho, la mayoría procede de la comunidad gallega porque, como admiten los mariscadores locales, «aquí prácticamente ya no existe».
Cuatro horas pasó ayer P. J. -un veterano de la profesión que prefiere mantenerse en el anonimato- en Somo «cogiendo ostras. Cuatro horas metido en el fango y cargando peso. Pero no hay otra cosa». Vehemente como pocos de cuántos trabajan aquí en esta mañana de lodo y carbón marino, se muestra pesimista sobre el porvenir. «Hace quince años éramos 500 mariscadores en la bahía y ahora quedan 90 en toda la región, la mayoría de una edad elevada».
Su relato a pie de lámina de agua marca grandes diferencias con la riqueza productiva de finales de siglo pasado. Asegura que «la almeja no ha recuperado su nivel y otras especies han desaparecido, como el berberecho». Recuerda cuando los cámbaros le salían al paso en la ría de Cubas y «ya no ves ni uno» y precisa que los muergos se han desplazado de sus tradicionales bancos de arena frente a San Martín aguas arriba. ¿Y los ostrones? «Estos, a los que no se les mata con nada, van ocupando el lugar de todos los demás. Casi no quedan caracolillos. La bahía está muerta y los mariscadores nos preguntamos qué pasa con ella».
Entre 2015 y 2016, los estuarios han sido repoblados con 3,5 millones de almejas en Santander y Santoña, aunque el sector cree que los resultados «son escasos». La visión del Ejecutivo es otra: tiempo. «Cuesta mucho sacar adelante una especie casi desaparecida para que pueda ser explotada», subraya la directora de Pesca, consciente de que «la veda tan importante que hemos tenido ha hecho daño en el sector. Pero esa crisis total nos lleva a una reestructuración». Marta López admite que «no existe la cantidad de almejas que había antes de su desaparición, pero lo que se cosecha es sostenible» y asume como un objetivo fundamental orientar la producción a otras especies, especialmente el muergo, el erizo -ambos en auge a nivel comercial- y el percebe, sobre el que ahora mismo se diseña un plan de explotación.
Francia, principal consumidor de los 'ostrones'
Francia se ha convertido en uno de los principales receptores de los «ostrones» (ostras) cántabros. Toda la cosecha que se consigue en aguas de Pedreña y Somo se depura y vende posteriormente en el mercado galo, aunque una pequeña parte de la producción local también se envía a Galicia. «Hay recursos suficientes de ostras y navajas. Se trata de hacer una explotación sostenible para el productor y el molusco. Y esta, además, es una ostra natural, no de cultivo, lo que genera un valor importante», explica la directora de Pesca del Ejecutivo regional. De hecho, su desarrollo comercial ha aumentado hasta el extremo de que, de los 400.000 euros generados este año por el marisqueo, 100.000 proceden de los «ostrones».
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