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Isabel Simal, junto a Ernesto de Diego, examina el cuello de Montaca, en la consulta de Cirugía Pediátrica de Valdecilla. María Gil
Montaca, la historia por contar

Montaca, la historia por contar

El tumor gigante que el niño guineano tenía en el cuello desaparece con la terapia

Ana Rosa García

Santander

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Lunes, 17 de diciembre 2018, 07:16

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Como un hombrecito, entra caminando en la consulta de Cirugía Pediátrica de Valdecilla, mirando con sus ojos despiertos las caras ya conocidas que le esperan junto a la camilla. Ya está acostumbrado, aunque «es la primera vez que no llora». Le ha costado un año superar el miedo a la bata blanca. Es el tiempo que hace que el pequeño Montaca aterrizó en Santander, procedente de Guinea Bissau, uno de los países más pobres y menos desarrollados del mundo, con el pasaporte a la vida que le brindó la ONG Infancia Solidaria. Para obrar su milagro hacía falta el tándem perfecto: una familia de acogida, dispuesta a asumir sus cuidados durante su estancia, y un equipo de profesionales que luchara contra el tumor gigante que crecía en su cuello «de forma bestial» y que amenazaba con desplazar la tráquea hasta asfixiarle. «Allí no tenía ninguna posibilidad», declara su 'hada madrina', la mujer a la que Montaca, que empieza a decir sus primeras palabras, también llama 'mamá'.

Mar Larena le abrió al tiempo las puertas de su casa y de su corazón. Desde el primer día, aquel bebé de apenas seis meses y su madre Djenabo, de 25 años, se convirtieron «en uno más de la familia». «La verdad es que fue todo muy natural. La barrera del idioma no fue más difícil», añade. Y eso que la joven guineana sólo hablaba criollo, la lengua nacional -el idioma oficial es el portugués, pero solo el 10% de la población que sabe leer y escribir lo maneja-. «Al principio nos entendíamos por gestos». Después, como una esponja, aprendió palabras sueltas con ayuda de las fichas que Mar utiliza en su trabajo como logopeda. Y en los últimos meses ha avanzado a pasos acelerados con las clases de español que recibe de voluntarios de Catorce Kilómetros, la ONG que toma su denominación de la distancia que separa África de Europa por el Estrecho de Gibraltar.

Otra Navidad

Aquel 22 de diciembre de 2017, cuando la familia de acogida los recibió en el aeropuerto, empezó una entrañable historia de solidaridad. Un cuento de Navidad, por la coincidencia de las fechas, pero que nada tiene de ficción, en el que Montaca ha encontrado la solución a un problema (una malformación linfática vascular) imposible de abordar en el punto del mapa en el que vino al mundo.

Mientras los bombos de la Lotería repartían una lluvia de millones, Djenabo se convertía en la madre más afortunada del planeta porque «médicos en España iban a ver a mi hijo». Para entonces, llevaba tres meses instalada junto a su bebé en el hospital -demasiado distante de su casa para arriesgarse a moverse de allí-, viendo como el tumor «crecía y crecía», cuenta la joven. «Allí me decían que no sabían qué le pasaba a mi hijo, estaba asustada, el bulto se hacía cada vez más grande. Me decían que no podíamos esperar más, que era urgente salir».

«Es un niño muy alegre, al principio se asustaba. Ha evolucionado de forma óptima al tratamiento»

ESErnesto de Diego | Jefe de Cirugía pediátrica

La cadena de la cooperación, primero a través de la ONG Aída y, después, de Infancia Solidaria, hizo posible emprender aquel viaje de más de 4.000 kilómetros, con transbordo en Lisboa. Desde aquel día, en que el pequeño Montaca y su madre llegaron a Santander, hasta hoy, su historia se ha llenado de capítulos para el recuerdo, con experiencias nuevas -como el primer invierno para Djenabo, que «además fue duro, de casa al hospital y del hospital a casa», comenta Mar-, y de momentos irrepetibles, como el día que Montaca «echó a andar con sólo diez meses (casi ni gateó)» o cuando asomaron en su boca los primeros dientes. Pero también de instantes de incertidumbre, con lágrimas incluidas.

La madre de acogida repasa todo lo vivido en este año, que «se me ha pasado volando», mientras Montaca corretea por la zona de juegos de la sala de espera de consultas con el biberón en la mano. Otra novedad, porque hasta hace poco estaba «enganchado» a la lactancia materna.

«Empecé a pensar en que debía volver en junio y no quería. Tuve miedo, por eso me fui, no sabía qué hacer»

Djenabo | Madre de Montaca

Ernesto de Diego, el jefe de la Unidad de Cirugía Pediátrica, que ha llevado su tratamiento junto con la doctora Isabel Simal, celebra la evolución de este pequeño que les tiene «cautivados». «Es un niño muy alegre, le vamos a malcriar entre todos», declara. «La verdad es que estamos muy contentos porque el resultado ha sido óptimo desde el principio. Hemos realizado dos infiltraciones de bleomicina (sustancia que se inyecta para reducir el tamaño de la tumoración) y se ha bajado la inflamación de forma importante, aunque este tipo de lesiones nunca se dan por curadas. Aunque es benigna, tiene ese comportamiento, por lo que puede reaparecer más adelante», explica. De ahí que la recomendación sea «quedarse en un entorno médico adecuado» para poder controlarlo. Por esa razón, la familia de acogida solicitó en abril a Extranjería una prórroga a la estancia de Montaca en Cantabria, que expiraba en junio. Después de «meses de incertidumbre», en septiembre el Ministerio dio luz verde a un permiso de un año de duración «por circunstancias excepcionales de ayuda humanitaria».

«La integración fue fácil, pronto se convirtieron en uno más. La experiencia te aporta mucha humanidad»

Mar Larena | Madre de acogida

Pero en ese tiempo de espera, ocurrió el episodio más triste de este relato, la fuga de Djenabo con su pequeño que dio la vuelta a España a través de los medios. Una desaparición que se prolongó durante una semana y que la joven guineana recuerda ahora avergonzada. «Estaba muy preocupada, empecé a pensar que teníamos que volver ya, que mi hijo no estaba bien aún, que mi marido está enfermo y no puede trabajar, allí no tengo a nadie que me pueda ayudar, no tengo padre ni madre» -ella murió cuando Djenabo, la mayor de tres hermanas, tenía sólo cinco años-.

El reencuentro

Para Mar y su familia, aquella huida fue un disgusto que les mantuvo en vilo hasta que fueron localizados en Navarra. En plena noche, salieron en su busca. Al día siguiente, regresaban a casa después de un emotivo reencuentro. «Fue un error, yo creo que no pensó en las consecuencias, fue muy arriesgado, y más con un bebé», opina Mar, que después supo que habían pasado dos días en la calle. Cabizbaja, la madre de Montaca cuenta que les acogió «una señora mayor, yo la decía 'por favor, sólo quiero trabajar. No quiero volver en junio'». Una lucha con el corazón «dividido», porque la joven guineana tiene a su otro hijo, a punto de cumplir siete años, a cargo de su hermana en Guinea Conakry. «Allí hay revueltas internas, ella está preocupada por él, aunque sabe que está muy bien cuidado. Es tan triste la situación...», subraya Mar.

Así comenzó esta historia

Pepo Díaz fundó hace trece años la ONG Infancia Solidaria para «ayudar a niños en países en desarrollo que necesitan tratamiento quirúrgico. Tiene que ser horroroso tener un hijo enfermo y no poder hacer nada por salvarle». Para que lleguen a hospitales de España, esta red solidaria necesita la colaboración de Sanidad, para asumir los casos propuestos, y el soporte de voluntarios que los acojan durante su estancia. Así fue como Montaca llegó a Cantabria desde Guinea Bissau.

La escapada, que cogió por sorpresa a todos, terminó cuando les llevaron a Cruz Roja. «Me dijeron que me estaban buscando, que lo habían visto en la televisión. Me preguntaban '¿por qué te has ido? ¿No quieres a tu familia?' Yo les decía claro que sí, les quiero mucho», afirma emocionada. Entonces, Djenabo levanta la mirada buscando los ojos de Mar y repite «ella es muy buena, estoy muy agradecida».

También a los médicos de Valdecilla aquella fuga les dejó «un poco descolocados, porque estábamos a mitad de tratamiento. Cuando la madre volvió el primer día al hospital después de aquello, agachaba la cabeza, nos pidió incluso perdón. Ya le dijimos que por nuestra parte no había ningún problema. Cuando conocimos su historia, entiendes que cualquiera hubiera hecho lo mismo», asegura De Diego. Todos los implicados en esta historia reconocen que esta experiencia «te aporta humanidad». «A veces perdemos la referencia de lo que pasa fuera de aquí. Djenabo es muy sensible a todas las noticias que llegan sobre inmigración», comenta Mar, como la del pesquero español que estuvo diez días bloqueado frente a las costas de Libia sin puerto en el que desembarcar a los 12 inmigrantes rescatados (finalmente, Malta).

Montaca, en el área infantil de las consultas pediátricas.
Montaca, en el área infantil de las consultas pediátricas.

El futuro que se marcan llega hasta noviembre de 2019, plazo del nuevo permiso, «después ya veremos», dice la madre de acogida. «En esos países no hay expectativa. ¿Cómo sales adelante? Aspiramos a que Djenabo pueda aprovechar este margen de tiempo para capacitarse y poder trabajar. Ella tiene mucha ilusión y está dispuesta a aprender». Ahora el pequeño, tan «gracioso y alegre» como «cabezota», le deja más tiempo para dedicarse a ella. «Va a la guardería por las mañanas, donde se ha integrado de maravilla. Está encantado». Unas horas que su madre dedica a la formación (talleres de manualidades, cursos de cocina, clases de español...) que le brindan los voluntarios de Catorce Kilómetros, que hacen «una labor encomiable», destaca Mar, a la vez que «conoce a gente en su situación».

Las dos 'madres' de Montaca salieron tranquilas de la última consulta, hace sólo unos días, con la próxima cita en seis meses. Los médicos examinaron el cuello del niño y coincidieron en que «por ahora no hay que volver a pinchar. Hay que seguir vigilando, porque en este tipo de lesiones nunca puedes cantar victoria».

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