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Ángel López, campanero. Alberto Aja

«Sé el nombre de las vacas por el sonido de sus campanos»

Es uno de los mejores campaneros de Cantabria gracias a su afinado oído. Sus creaciones se ven en todas las ferias de la región

Mariana Cores

Santander

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Sábado, 6 de octubre 2018, 08:12

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Ángel López (Bárcena de Pie de Concha, 1960) nació con el oficio de campanero como parte de su ADN. «Cuando era pequeño, desde mi cama, antes de levantarme para ir al colegio, oía pasar a las vacas por el portalón que había justo debajo de los cuartos. Por el sonido de sus campanos sabía identificar a cada una por su nombre». Lo cuenta con pasión, con la misma que explica cómo se hace un campano. Es uno de los mejores de toda la región en el oficio. Lo que le diferencia es el oído que tiene. «O se tiene oído, o por mucho que se estudie solfeo, no se puede ser un pianista o un violinista. Pues esto es igual», afirma. El buen humor y la sorna le acompañan allá donde va. La evolución de la Cantabria rural la explica a través de los campanos. «Antes, sólo en los valles más ricos se podían permitir que todas sus vacas tuvieran campanos. Hoy en día, esto ha cambiado y no hay feria en la que no se me pongan los pelos de punta al escuchar pasar una cabaña con buenos campanos».

–¿Cómo empezó su afición?

–Desde bien pequeño. No era algo de familia ni nada por el estilo, pero a mí me llamaba mucho la atención y me sabía el nombre de todas las vacas tan sólo con escuchar sus campanos.

–¿De quién aprendió el oficio?

–Empecé con unos 25 años de manera autodidacta y no me fue muy bien. Pero tuve la suerte de encontrar a un gran maestro, Eusebio Saiz, del Caserío de San Miguel, de Silió. En sus últimos años me transmitió todos sus conocimientos. No tenía muchos técnicos, en cuanto a la chapa, pero tenía un oído innato. Al más mínimo martillazo, notaba la evolución. Me enseñó a afinarlos. Un campano sin afinar es como una lata. Con el tiempo forjamos una gran amistad. Al final me gustaba ir sólo a escucharle y a charlar.

–¿Cuántos campanos vende?

–Uy, esa pregunta no sé... Te puedo decir que un buen día, en los noventa, mi mujer, harta de ver campanos por todas las esquinas de casa, me dijo: 'oye, ya está bien de traer a casa carbón, chapa, collares, cuero... Solo veo campanos por todos lados'. Y me recomendó que fuera vendiéndolos. En dos años pasé de que me compraran unos pocos a que se me fuera de las manos, con muchos encargos.

–¿Cuál es la importancia del campano y su utilidad?

–Los campanos hacen que la cabaña se mantenga conexionada en los puertos gracias al sonido. También son muy prácticos cuando se compran vacas nuevas y hay que integrarlas en el grupo, ya que las suelen rechazar e incluso les hacen daño. Si les pones unos campanos que hayan pertenecido a alguna otra de la cabaña, se integran rápidamente, porque el resto dejan de verlas como unas forasteras. Este es un buen truco. Y, por supuesto, cuando están en una braña, camufladas entre los arbustos, o cuando hay niebla, al oír el campano, se sabe si son tus vacas.

–¿Cómo se hace uno?

–Hay una parte técnica, que puedes aprender: la calidad de la chapa, espesor, cómo trabajarla... Pero para dar sonido (la voz del campano), para afinarlo, hay que tener oído. Eso no te lo puede enseñar nadie. Lo primero que hay que hacer es dar forma a la chapa de acero. Se le pone el asa y después la pedreda, que es la zona donde va a pegar el badajo o majuelo. Es lo que más sufre. Lo siguiente es darle un baño de bronce, cobre o latón. Lo que más utilizo son vainas de fusil fundidas. Bueno, he llegado a fundir hasta un picaporte de latón ¡y salió un campano estupendo! Se cepilla y se limpia y después, con el martillo, se le golpea en lugares muy concretos, sobre el pico del yunque, hasta dar con el sonido apropiado.

–¿Cuánto cuestan?

–El precio fluctúa. Depende del sonido. Siempre te sale algún gamberro que cuesta más. Y siempre hay también algún caprichoso. Uno bueno, grande, sobre los 200 y 300 euros.

–¿Los campanos van por temporadas?

–Hay dos periodos diferenciados. Uno, en la primavera, cuando entran los encargos nuevos de campanos pequeños y medianos, para echar al puerto al ganado. Pero sobre todo, arreglos. Esta primavera pasada me trajeron uno que tenía dieciocho años. Estaba bárbaro. Y cuando miro, resulta que llevaba mi inicial. Me hizo ilusión. El otro es al inicio del otoño. Los campanos de esta época son más grandes, para las ferias, para que estén guapas. Ahora, todos los domingos hay una, pero antes había sólo cuatro al año. Se bajaban las vacas del puerto y con las ventas tiraban todo el invierno. La razón de que les pusieran los campanos grandes era para llamar la atención, para que los tratantes, al oír el ruido, se volvieran a ver la cabaña que entraba. Ahora ya es más un adorno, porque los ganaderos ya no necesitan las ferias para hacer transacciones. Pero se venden más campanos que nunca, es un oficio que no puede morir.

–¿Se sigue emocionando cuando va a una feria y oye los campanos?

–Se me pone el bello de punta. Es irremediable. Cuando pasa una cabaña con los campanos medianos o con los grandes, de verdad, que es algo increíble. A veces, durante la primavera, traen a las vacas a los prados cercanos a mi casa, y cuando estoy en la cama, escuchando el sonido de sus campanos, vuelvo a mi niñez, cuando los oía por las mañanas salir de las cuadras, antes de levantarme para ir al colegio.

De Magisterio a campanero

Aunque se estrenó en el colegio en Bárcena de Pie de Cocha, por el trabajo de su padre continuó los estudios en Osorno (Palencia). Con 11 años le enviaron interno a un colegio en Burgos. Tras terminar, volvió con 16 a Bárcena, desde donde empezó a estudiar Magisterio. Pero a los dos años decidió que aquel no era su camino y, como muchos otros jóvenes de la zona, comenzó a trabajar en una empresa eléctrica, en la que continúa. Pero su pasión son los campanos y a ellos dedica todas las tardes y parte de muchas noches. De joven repartía el tiempo entre montar a caballo e ir a pescar, pero todo fue quedando en un segundo plano. «Hago lo que realmente me gusta», dice.

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