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Nos oímos a las ocho

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Alberto Aja

Nos oímos a las ocho

Aplauso. Cantabria sigue saliendo al balcón como homenaje general

Álvaro Machín

Santander

Viernes, 3 de abril 2020, 20:46

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Cuando los repartidores de pizza tienen que dejar un pedido en la calle La Mies, en el Alto de Maliaño, siempre se pierden. Es un único nombre, pero en realidad son dos calles separadas por una lengua ancha de terreno llena de huertos o maleza. Los de un lado ven siempre en la distancia al motorista en el otro buscando el número 15. Ese era hasta hace poco el único nexo entre los vecinos. Veían sus casas, pero nunca se vieron entre ellos. Ahora, a las ocho, hay una pareja que sale a bailar ante la puerta de su hogar. Ellos bailan con la música que ponen con un gran altavoz desde el otro lado. Al acabar, entre aplausos, se saludan. Primero, cuando anochecía antes, con la linterna del teléfono. Ahora, agitando los brazos para sentirse más cerca de unos desconocidos. Anoche siguieron los aplausos. Para sanitarios, cajeras, trabajadores de residencias, policías, camioneros... Para todos (no se dejen a nadie en la lista). Pero también para sentirse más cerca del prójimo, aunque sea desde lejos.

Cuenta un vecino que vive entre Ernest Lluch y Sor Ramona Ormazábal, en Santander, que allí la gente no era de saludar al cruzarse. Ahora lo hacen, a las ocho, desde las ventanas. Entre la melodía del altavoz que sale de una casa y los cachiporrazos a una cazuela de un crío que no levanta muchos palmos del suelo. La crisis está sacando a la luz a los animadores. Como uno de Cueto que pone luces de discoteca o el que ameniza en Nueva Montaña, frente a los garajes que se vinieron abajo. O como el del callejón Juan de Garay, cerca de Numancia. Megáfono en mano hasta presenta los temas que va pinchando. Arranca con 'Resistiré'. Luego tira de himnos. Un día nacional (España, claro) y otro, más de casa ('Viento del Norte' o 'Santander la Marinera'). La tercera se la dedica a los niños ('Antes muerta que sencilla', por ejemplo) y la última, porque pone cuatro, es ya para el público adulto. Lo mismo Aretha Franklin que Celtas Cortos.

«Este no era un barrio de saludarse mucho por la calle al cruzarse y ahora la gente lo hace desde los balcones»

Seguro que hay alguien pensando ya en un recopilatorio para cuando esto acabe. Un disco llamado 'Balconhit, los éxitos del confinamiento' o algo así. 'Sobreviviré', de Mónica Naranjo (en Muriedas), 'Días tristes', de Lucía Gil (calle del Monte), cualquiera de Manu Carrasco (Alberico Pardo, en Peñacastillo)...

Por el centro de Santander, la primera semana se hizo popular alguien que ponía a Marujita Díaz cantando 'Banderita'. Últimamente, dicen en Ruamayor, de la discoteca se encarga el Ayuntamiento. Entre aplauso y aplauso, Camilo Sexto, rancheras o 'Paquito el chocolatero'. Por la Plaza del Dos de Mayo, en el Grupo Pedro Velarde, alguien denunció al que ponía música durante un buen rato. La Asociación de Vecinos propuso pagar a escote la multa y en el barrio siguen aplaudiendo. Allí, al estar cerca, se emocionan con las sirenas de los policías o los bomberos que van a Valdecilla para homenajear a los de dentro. En Ciudad Jardín o Padre Rábago, frente a Urgencias, a más de uno se le saltan las lágrimas a las ocho y cinco.

La comitiva de sirenas, ya sean grúas, sanitarios, vehículos de Protección Civil o agentes, ha cogido carrera. Lo mismo animan a seguir que felicitan cumpleaños a los más pequeños. Valdenoja, inmediaciones de El Corte Inglés, Monte, Los Acebedos... «Un aplauso para los niños, que lo estáis haciendo fenomenal» (Larita, que sale todas las noches y acaba con las manos rojas de aplaudir tan fuerte, se vino arriba con eso).

Hablando de sirenas, en Muriedas suena una bien fuerte a las ocho menos cinco. Como la del turno en la fábrica. Al fin y al cabo, ahora somos una fábrica de aplausos. En La Albericia, en Marqués de la Hermida... O frente al hospital de Laredo. O en Los Corrales, Torrelavega, Reinosa, Castro, Ampuero... En el vecindario de pisos o en las «casas dispersas», como dice un vecino de Boo de Piélagos. Y anoche otra vez. Igual que ayer y que mañana. Como homenaje a los que se están jugando el tipo por todos o como forma de saludo. Porque, ahora que no podemos apretar la mano de otro, al menos podemos juntar las propias y hacer ruido para demostrar que lo estamos deseando.

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