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Imagen tomada en Julastra, una inmensa braña salpicada de acebos que se encuentra subiendo el puerto de Palombera, en Saja, casi arriba del todo. Jesús García
La paradoja de un árbol llamado acebo

La paradoja de un árbol llamado acebo

El protagonista de una de las estampas más típicas de la Navidad es un superviviente protegido y una especie en peligro

Álvaro Machín

Santander

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Miércoles, 27 de diciembre 2017, 07:36

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En la historia están las explicaciones. Y algunas son maravillosas. Se sabe que los pueblos europeos (principalmente escandinavos, germanos y celtas) celebraban desde la antigüedad ritos que, coincidiendo con el solsticio de invierno, tenían como protagonista a un árbol que se mantuviera verde y con fruto. Un símbolo de la pervivencia de la vida. Allí se reunían con sus ofrendas. De ahí la tradición cristiana, que tomó como propios muchos ritos paganos dándoles la vuelta. Las bolas (en principio, rojas) son los frutos. Y los regalos, las antiguas ofrendas. El árbol. Jesús García, director del Centro de Investigación del Medio Ambiente (CIMA), lo explica con todo detalle. Hasta con cariño. Conduce el relato hasta llegar al protagonista de este texto. Porque en los bosques europeos abundaban abetos, piceas y otras coníferas. Pero en el mundo de los celtas, más húmedo, ese papel lo jugaron los robles, los tejos y, sobre todo, ellos. Los acebos. Con su «follaje verde y lustroso y repleto de bayas rojas». Color en mitad del invierno de los bosques cántabros.

García hace las aclaraciones. Descripción: «Arbolillo denso y ramificado, de características hojas perennes con borde espinoso, que en los ejemplares viejos y las ramas altas tienden a perderlo». Advertencia: «Su situación en la naturaleza no es lo halagüeña que podíamos imaginar, dado que se trata de una especie en peligro». Para los amantes de la cultura general se puede decir que sus flores blancas aparecen en abril y sus frutos comienzan a desarrollarse en septiembre, para madurar cuando el invierno ya está próximo, tomando el color rojo vivo que lo hace tan característico y dura todo el invierno. Pero, ojo, «pese a su generalizado uso como adorno por estas fechas, conviene recordar que sus frutos son venenosos para las personas, aunque no para las aves».

Ahí empiezan las paradojas. Típico, pero en peligro. Extendido en Navidad, pero protegido. Apreciado, pero venenoso. Es «un superviviente de otras épocas en Cantabria». «Este carácter del acebo -prosigue García- lo convierte en una especie vulnerable, que además se desarrolla con cierta lentitud y en localizaciones muy precisas, por lo que su presencia en forma silvestre es objeto de protección en toda España. Por ello su tala, corta parcial o poda están prohibidas y sancionadas». ¿Y de dónde proceden entonces los que se adquieren en estas fechas? «Hay dos respuestas: los ejemplares pequeños vivos y enmacetados provienen de cultivos y viveros, mayormente de Cantabria, mientras que las ramas -los llamados 'ramos de Navidad'- proceden de los contados acebales de las sierras del norte de Soria donde su poda controlada todavía está permitida, y desde donde se distribuye para toda España». Ojo, porque hay otra curiosidad. Hay acebos macho y hembra y sólo el género femenino produce frutos. O sea, que todo lo que se vende son hembras.

Y no ha sido, precisamente, un buen año. La sequía ha afectado mucho y las «ramas aparecen pobres de follaje y muchas desprovistas de los frutos rojos, por lo que la recolección de ramos se ha limitado en extremo».

Un riesgo más para un ecosistema tan valioso, necesitado de sombra y de humedad. «Crean un microclima especial en sus apretadas formaciones, en cuyo interior la temperatura en invierno puede alcanzar hasta cuatro o cinco grados por encima del ambiente exterior, lo que hace de estos árboles el mejor de los refugios para no pocas especies de fauna». Entre ellas, por ejemplo, un socio del peligro al borde mismo de la extinción como es el mítico urogallo.

El director del CIMA traza una guía sobre el mapa que suena a excursión maravillosa en estas fechas. «En Campoo, el acebal de Abiada y las orlas de acebal de Cirezos», empieza. Sigue en «el Alto Saja, con los acebales de las brañas de Ozcaba, Julastra y otros de los alrededores de los puertos de Palombera». También «en la cuenca del Nansa, con el espectacular acebal del collado de Tamareo sobre Garabandal, y los de Carizosa y Hozalisas, en la divisoria Rionansa-Lamasón». Y, por último, «en el parque natural Saja-Besaya, en Brañamayor (Los Tojos)». Para ver a los acebos supervivientes.

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